Las "fiestas galantes" iniciadas por Watteau toman París

  • El mundo idealizado de las "fiestas galantes", donde imperaban la sofisticación y la alegría de vivir, regresa a París con una exposición que recuerda este género pictórico creado en el siglo XVIII por el artista francés Antoine Watteau.

Maria Llort

París, 15 mar.- El mundo idealizado de las "fiestas galantes", donde imperaban la sofisticación y la alegría de vivir, regresa a París con una exposición que recuerda este género pictórico creado en el siglo XVIII por el artista francés Antoine Watteau.

La exhibición "De Watteau a Fragonard. Las fiestas galantes" se puede visitar hasta el 21 de julio en el Museo Jacquemart-André, que muestra una selección de 60 obras de este estilo innovador y creativo que se convirtió en una de las tradiciones de referencia de su época y cautivó tanto a la alta burguesía como a la realeza.

"El final del siglo XVII había sido duro", explica a Efe la comisaria Mary Taverner Holmes, por lo que Watteau (1684-1721) decidió que en sus pinturas se reflejara "comprensión intelectual, con música, conversaciones y buenas maneras".

Sus obras se inspiraron en las escenas bucólicas propias de la pintura veneciana y flamenca de los siglos XVI y XVII, pero con un estilo más refinado que convirtió las fiestas campestres en "fiestas galantes" fruto de su imaginación y en las que retrataba a parisinos en un entorno natural, alejado de la cotidianeidad de la ciudad.

Watteau, que fue autodidacta y pintaba de un modo poco académico, recreó en sus composiciones escenas amorosas, juegos y conversaciones con un toque inequívocamente francés, ya que nunca había salido de su país natal y se basaba en el vestuario de sus contemporáneos.

Los seguidores de este precursor, con Nicolas Lancret (1690-1743), Jean-Baptiste Pater (1695-1736), François Boucher (1703-1770) y Honoré Fragonard (1732-1806) a la cabeza, dieron un paso más y usaron su mayor formación pictórica para hacer evolucionar esta corriente, según Taverner.

Los colores sombríos que protagonizaron los lienzos de Watteau, como "Los placeres del baile" (1715-1717) y "Pierrot contento" (1712-1713), dejaron paso a la luz creada en las obras de Lancret, como "La primavera" (1708-1710).

Pater, el único alumno conocido de Watteau, tomó las fiestas galantes como un campo de experimentación y apostó por introducir en la pintura rococó elementos sensuales como las figuras de bañistas.

Además, ambos coincidieron en la decisión de retratar en sus cuadros elementos reales, como esculturas que ya existían y que resultaban fácilmente reconocibles por sus contemporáneos.

Este juego entre la fantasía y la realidad se puede ver en obras como la "Fiesta galante con Persan y estatua" (1728) de Lancret, que incluye una fiel reproducción de una obra de 1715 del escultor Jacques Bousseau que hoy se conserva en el Museo del Louvre.

Más adelante, se añadieron también elementos exóticos en las composiciones, como objetos procedentes de zonas de Oriente y de China.

"España también era considerado como un país exótico", apunta la comisaria de la exposición, quien especifica que "les gustaba Don Quijote e incluían en sus cuadros gorgueras y sombreros con plumas".

A mediados del siglo XVIII, el género adquirió, de la mano de Boucher y Fragonard, una dimensión más fantástica, en la que ya no se representan a elegantes parisinas de la época sino a pastoras fruto de su imaginación.

Boucher, que conseguía a través de la aplicación de múltiples capas de pintura una luz blanca "muy difícil de realizar", apostó por composiciones poco verosímiles en las que convivían figuras femeninas sensuales y paisajes pintorescos, según Taverner.

Con Fragonard "todo se exagera" y la búsqueda estética de la representación de la naturaleza llega a su apogeo con obras monumentales como "La fiesta en Saint-Cloud (1775-1780), añade la comisaria.

La llegada de la Revolución Francesa supuso el final de esta tradición, ya que Fragonard, el único que seguía vivo en la época, volvió durante las revueltas a su ciudad natal, Grasse (en la Provenza), y, a su regreso a París, abandonó definitivamente los pinceles y ocupó un cargo burocrático en el Louvre.

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