Los caballeros las prefieren pin-up

  • Celia Sierra.

Celia Sierra.

Madrid, 28 sep.- La sensualidad e inocencia de las "pin-up" sació durante décadas la mirada masculina, con la llegada de la revolución de las revistas pornográficas fue condenada al olvido, y hoy en día, se ha convertido en un imaginario que cautiva a hombres y mujeres, y un arte que cotiza al alza en subastas.

Pintadas en óleo, acuarelas o pastel, las pinturas originales de las "pin-up" han superado en los últimos años la barrera de los 200.000 euros en subastas -en los noventa no llegaba a los 2.000-, en pujas en las que se codea con obras de arte en mayúsculas.

El auge del "retroglamur" gracias a "Mad Men", la nueva ola de burlesque y personajes como Dita Von Teese, han hecho que estas ilustraciones sean objeto de coleccionistas en una época marcada por la ubicuidad del sexo, en la que la búsqueda "sex" genera en Google más de 200 millones de resultados.

"La pornografía está por todas partes, el público ha reaccionado ante este 'exceso sexual' abrazando una imagen femenina más inocente y respetable", aduce a Efe Estilo Diane Hanson, editora de "The art of pin-up" un libro publicado por Taschen que reúne las obras maestras del género.

No sin malicia, el otro nombre con que se conoce a las "pin-ups" es "good girl art" (arte de chica buena), aunque su nombre más común se debe al modo en que sus admiradores -muchos de ellos soldados de las dos guerras mundiales-, colgaban ("to pin" en inglés) estas imágenes en paredes.

Los autores de este tipo de ilustraciones alcanzaron fama y reconocimiento en su época, en el caso del peruano Alberto Vargas tuvo una carrera que supero los setenta años e incluyó desde los calendarios de Brown&Bigelow a Yank -la revista oficial del Ejército estadounidense-, o Play Boy.

En algo más que sugerentes posturas, las modelos de artistas como Art Frahm, Gil Elvgren, Zoe Mozert o Enoch Bolles, cautivaron la mirada de millones de hombres en una época donde la pornografía estaba penalizada, y la actitud de estas mujeres sorteaban la censura oficial y la de miradas ajenas.

"Una 'pin-up' es una imagen provocativa, no explicita, de una mujer atractiva, creada ex profeso para su exhibición en un ambiente varonil; no es una prostituta y su arte no se considera porno, aunque en ocasiones muestre parte de su cuerpo", detalla Hanson, quien apunta que las "pin-up" que mostraban más carne, tuvieron menos éxito.

A su juicio, este género erótico, además de satisfacer la mirada masculina, se encargó de retratar el surgimiento de "una nueva mujer", más libre, que tuvo entre sus máximas exponentes a las flappers de los veinte, mujeres que fumaban, conducían y tenían opinión política.

Cada autor marcó un estilo con sus "pin-ups", si Art Frahm se empeñó en que a sus modelos se les cayera la combinación por un descuido, ya fuera cocinando o de compras; las de Gil Elvgren aparecerían con tan falsa como despreocupada actitud: una camarera con la falda atrapada en la maquina registradora o un ama de casa insuflando aire a una barbacoa con sus faldas.

Este último ha sido el que más alto ha cotizado en subastas, probablemente por su dosis extra de sensualidad (que no sexualidad), y su capacidad para elegir modelos "con la cara de una niña de 15, en un cuerpo de 20".

Conocidas también fueron las "Vargas Girls", sobrenombre de las "pin-up" de Alberto Vargas, un dibujante de origen peruano cuya carrera se desarrolló a lo largo de 70 años y que trataba de reflejar en su "su amor por las mujeres".

Zoe Mozert fue la única mujer ilustradora de relevancia, mientras que Enoch Bolles supo capturar como nadie "la libertad explosiva y emergente" de las mujeres de principios del siglo pasado, "fumando, domando animales salvajes y sobre unas tacones de infarto", cuenta Hansen.

La editora se propuso incluir un apartado para autores contemporáneos pero se encontró con muchos que, aun de gran calidad técnica, retrataban a mujeres tan "abiertamente sexies" que tenían poco que ver con la "perfecta novia imaginaria", en pos de una imagen puramente pornográfica.

"Nadie recuerda ya como pintar manos y pies en una postura agraciada, ni de un modo femenino. Las 'pin-ups' contemporáneas solo importan los culos, las tetas y las caras lascivas", lamenta la editora.

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