María Asquerino, tertulia sobre sí misma

  • María Asquerino había publicado sus memorias en 1987, pero su vida dio mucho más de sí hasta que murió anoche a los 85 años. Una vida en la que fue de lo fogoso a lo escéptico y que ella resumía diciendo: "Simplemente, he vivido".

Madrid, 27 feb.- María Asquerino había publicado sus memorias en 1987, pero su vida dio mucho más de sí hasta que murió anoche a los 85 años. Una vida en la que fue de lo fogoso a lo escéptico y que ella resumía diciendo: "Simplemente, he vivido".

"Hay que tener ambición porque en caso contrario no vas a ninguna parte. Pero debe ser una ambición sana, no esa otra que deja muertos por el camino", decía Asquerino, y su ambición no fue otra que la de, precisamente, vivir, aunque luego se tradujera en una carrera con premios como el Mayte de Teatro, la Medalla de Oro de las Bellas Artes o el premio Goya.

"Yo no puedo quedarme en casa sentadita viendo la tele; eso te envejece. Desde niña he sido muy callejera", aseguraba en una de sus últimas entrevistas, que hoy publica la página web de Aisge, la entidad que ha comunicado a los medios la muerte de la actriz, musa de las tertulias en el club Bocaccio de Madrid.

Una actriz tan adicta al movimiento y que con tal ahínco persiguió sus inquietudes que no consiguió formar nido, algo de lo que acabó arrepintiéndose. "No me habría quedado sola como un pobre perro en la carretera", confesaba a El País en 2009, y los perros fueron, finalmente, más fieles a ella que ella a sus amantes.

De hecho, pese a sus célebres romances con Fernando Fernán Gómez, Paco Rabal o Adolfo Marsillach, reconocería: "Yo hubiera preferido un hombre maravilloso, mejor que todo ese jaleo sexual (que va parando, afortunadamente). Claro, que ha habido hombres maravillosos, pero pocos, y lo que es peor, no han durado", decía a Umbral.

Ante él se describió como "inconstante" en 1984. "Por eso me gusta viajar. Por eso he cambiado algo (bueno, mucho) de hombres", reflexionaba.

Y añadía: "Por eso me fui con un amigo, hace pocos años, a San Sebastián. Y por el camino, sabiendo que yo soy así como un poco roja, todo el rato me cantaba canciones republicanas. A la altura de Burgos ya tuvimos unas palabras más altas que otras. Y al llegar a San Sebastián, al hotel, pedí habitaciones separadas".

Era "roja", pero la Guerra Civil, que vivió de adolescente, se perdía en su memoria. "Cuando eres niño, no vives la guerra como algo tan terrible. Es de adulto cuando cobras conciencia del espanto que supone: los bombardeos constantes, el zumbido de los aeroplanos. Mi madre, mi abuelo y mi tío sí que lo sufrieron", explicaría.

Ella estaba ya empezando a destacar en el teatro. Se subió a un escenario a los 11 y a los 16 ya era conocida, aunque en el cine siempre se quedó con ganas de más. "Aunque es un pecado decirlo, me gusta más el cine que el teatro, no porque sea más cómodo sino porque simplemente me gusta más y la cámara me subyuga".

Siempre consideró su mejor película "Surcos", de Nieves Conde, con la que fue a Cannes en 1952 y en la que todavía, como ella misma reconocía, no se había operado la nariz.

"Yo nunca he sido un bellezón, ni una Ava Gardner. Quizá atraía que era muy alta. Yo y Amparo Rivelles éramos las más altas", aseguraba.

Más que por alta, destacó por ser pionera en muchas cosas. "Fui de las primeras en llevar pantalones", confesaba, y se convirtió en imprescindible de las terturlias del club Bocaccio de Madrid, pero con el tiempo, muchas cosas dejaron de subyugarle: "Escéptica. Ni aburrida, ni resentida, ni despectiva: escéptica".

"Ya no quedan lugares para hacer las tertulias como antes. Hace unos años quise hacer algo en el bar del Teatro Español, pero no pudo ser: lo convirtieron en una sala pequeña. Me sentó fatal y le tengo manía a esa sala. Los cafés de los teatros han ido desapareciendo, como el del María Guerrero, que era maravilloso", rememoraba.

Y cuando se retiró, simplificó: "No me retiro porque no me den papeles. Me retiro porque tengo 81 años y estoy muy cansada", y se lamentaba de que su vista empezaba a fallar. "He sido una lectora empedernida, pero los libros ya me cuestan porque estoy perdiendo vista. Lo que más hago es caminar: paseo con mi perra Rosa por el Retiro y callejeo", decía.

Así vivió sus últimos años. Paseando y despidiendo a todos sus amigos que iban desapareciendo. "Tengo aspecto de fuerte e independiente y una voz que proyecto como debe hacer un actor: desde abajo. Quizá es lo que hace que tenga esa imagen de marimandona, pero en el fondo soy una tonta y una blanda", aseveraba.

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