Miguel Ángel Perera, a velocidad de crucero, también se impone en Pamplona

  • Miguel Ángel Perera, el torero más en forma de esta temporada, continuó hoy en Pamplona con su racha de éxitos en plazas grandes al cortarle dos orejas de peso a la corrida de Jandilla, con la consiguiente salida a hombros por la "Puerta del Encierro".

Paco Aguado

Pamplona, 11 jul.- Miguel Ángel Perera, el torero más en forma de esta temporada, continuó hoy en Pamplona con su racha de éxitos en plazas grandes al cortarle dos orejas de peso a la corrida de Jandilla, con la consiguiente salida a hombros por la "Puerta del Encierro".

FICHA DEL FESTEJO.- Toros de Jandilla, el quinto con el hierro de Vegahermosa, bien presentados, con muy serias y astifinas cabezas, y finos de hechuras aunque desiguales de volumen. Corrida noble y con posibilidades en su conjunto, salvo tercero y sexto, más ásperos. El mejor, por encastado, el quinto.

Sebastián Castella: estocada enhebrada, y estocada baja y trasera (silencio); y estocada baja y trasera (silencio).

Miguel Ángel Perera: estocada (oreja con petición de la segunda, tras aviso); y pinchazo y estocada (oreja).

Iván Fandiño: pinchazo y media tendida (silencio); y estocada (oreja).

En cuadrillas, buen tercio de banderillas de Miguel Martín y Jesús Arruga en el sexto.

La plaza tuvo el habitual lleno en los tendidos en tarde en la que llovió en el quinto toro.

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A GOLPE CANTADO

Perera llegó a Pamplona, el más encrespado puerto de montaña del mes de julio taurino, vistiendo el "maillot" de triunfador de San Isidro y empeñado en mantenerse en lo más alto de la clasificación. Y, con la rotundidad que siempre caracterizó a las verdaderas figuras del toreo, triunfó a golpe cantado, tal y como se esperaba.

El torero extremeño se impuso de nuevo con firmeza y autoridad a un lote de "jandillas" de buena aunque muy distinta condición, pero haciéndoles a ambos su faena estándar, la que tarde a tarde le lleva a triunfar en los escenarios más exigentes.

A su primero, al que apenas dejó que castigaran en varas, le planteó un trasteo de largo metraje, que fue yendo a más en acople y en conexión con el tendido a medida que le fue poniendo a los muletazos la emoción que le faltaba al soso animal. Y especialmente al meterse en la corta distancia, donde siempre Perera más parece disfrutar, lo que le permitió cortar una oreja.

Pero la faena de mayor mérito fue la que le cuajó al quinto, un astado con el hierro de Vegahermosa de imponente presencia y con una aparatosa y ofensiva cuerna veleta.

Se arrancó pronto y de largo el toro a todos los cites, con un punto de temperamento que le añadía pimienta al guiso que Perera fue cocinando con asiento y mando. La base de la receta fue el mando con que le obligó a entregarse a su muleta, bajándole la mano sobre todo al natural, por donde se lo trajo enganchado con más sinceridad.

Con la mácula de algunos enganchones, al no lograr evitar que el toro tropezara el engaño con su desarrollada cuerna, Perera tuvo el mérito de imponerse a un animal encastado con el que se permitió el lujo de adornarse sin el estoque simulado, cambiándose la muleta de mano alternativamente con los pies enterrados en la arena.

Un pinchazo previo a una gran estocada, de la que el toro salió fulminado, hizo que el público le solicitara sólo una escasa oreja que, de todos modos, es la de mayor peso de cuantas se llevan concedidas en la feria.

Y un trofeo paseó Ivan Fandiño del sexto, otro toro cornalón que desarrolló una áspera movilidad en la muleta. El torero de Orduña, no sin cierta tensión, hizo un verdadero esfuerzo por asentarse y atemperar al de Jandilla, que fue quedándose cada vez más corto en la pelea.

Y cuando definitivamente se paró, Fandiño aún se metió en la cuna de los buidos pitones para terminar de impresionar a un público ya metido de lleno en lo que pasaba en el ruedo.

Antes, con el también brusco tercero, Fandiño había tardado más de la cuenta en bajarle la mano para conseguir dos más que estimables tandas de naturales.

Por su parte, el francés Sebastián Castella se dilató en dos trabajos inexpresivos y monocordes, anodinos y desapasionados, frente dos toros nobles que sólo pidieron más entrega de su parte. Y ante tal planteamiento, durante la lidia del cuarto la desconexión del tendido y la arena en plena merienda fue absoluta.

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