Burberry multiplica por 30 el valor de las prendas que incinera desde el año 2010

  • Un escándalo en Reino Unido. La firma británica está en el disparadero por la práctica que sigue para deshacerse de los productos que le sobran.
Burberry
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La mecha está encendida. La firma británica de moda y lujo Burberry, conocida mundialmente por sus famosos 'trenchs' de cuadros valorados en más de 2.000 euros, ha saltado a la palestra no por sus diseños, sino por sus prácticas empresariales, las cuales han provocado la indignación de la opinión pública. Porque la forma en la que se desprende la enseña de la ropa que le sobra ha dejado muy mal sabor de boca en propios y extraños.

En concreto, según reconoce Burberry en su informe anual del ejercicio fiscal 2018, que se cerró en marzo, el pasado año destruyó ropa por valor de 28,6 millones de libras (31 millones de euros). Una práctica que, aunque no es nueva en el mundo del lujo, ha incendiado al público en un momento en que la sostenibilidad es uno de los objetivos básicos de esta industria, que contamina casi lo mismo que la petrolera. Con ella, la marca británica quiere evitar que sus prendas caigan en las manos equivocadas a través del mercado ilegal de reventa de productos de lujo, así como proteger sus derechos de imagen y su propiedad intelectual.

Una lucha contra la piratería que se ha recrudecido con el paso de los años. Porque hoy Burberry destruye ropa por un valor 30 veces superior que en 2010. En ese año, las prendas destruidas estaban valoradas en 1,5 millones de libras (1,67 millones de euros), lo que supone que en ocho años esa cifra se ha multiplicado, pues ha aumentado un 94%, según los datos disponibles en ambos informes. Así, la marca ha pisado el acelerador en los últimos años para evitar que sus codiciadas prendas estén al alcance de cualquiera.

El pasado año, más de un tercio de los productos destruidos, que según 'The Times' se quemarían en un horno incinerador especialmente fabricado para ello- corresponden a la línea de belleza (10,4 millones de libras/11,6 millones de euros). Se trata de perfumes y productos de maquillaje que van desde los labiales a las máscaras de pestaña, polvos para el rostro o brochas y utensilios de belleza. Artículos que no son los más vendidos de la firma y que acaban directamente quemados. Aún así, el beneficio de la compañía creció un 5%, hasta los 467 millones de libras (522 millones de euros), aunque las ventas se contrajeron un 1%, bajando de 2.766 millones de libras (3.095 millones de euros) a 2.733 millones de libras (3.058 millones de euros), precisamente por la caída de ventas de los productos de belleza, cuya licencia tiene el grupo Coty.

Se resiste a abandonar las pieles

En este contexto, Burberry prosigue su camino después de que este año tuviera que hacer frente a momentos complicados cuando Christopher Bailey puso fin a sus 17 años como director creativo de la enseña. El británico había capitaneado la renovación de la marca después de que los primeros años del 2000 le relegasen al olvido por la irrupción de nuevas marcas más modernas. Se encargó de reinventar Burberry y, cuando lo consiguió, se marchó dejando paso a uno de los nuevos talentos del sector, el italiano Ricardo Tisci, procedente de Givenchy.

Con este fichaje pretende continuar la senda iniciada con Bailey, pero siempre fieles a sus principios. Y entre ellos está la máxima calidad de sus prendas, confeccionadas en su gran mayoría en piel animal. Algo que también le ha puesto en el disparadero en un momento en que cada vez más firmas se unen al movimiento 'Fur Free' para acabar con la utilización de pieles en la industria. La última ha sido Versace, cuya directora, Donatella Versace, se encargó de anunciar para amoldarse a los nuevos tiempos.

Una corriente que parece que no llega al cuartel de Burberry, que en su catálogo mantiene abrigos realizados de piel de vellón y chaquetas de piel de ovino por precios que superan los 2.000 euros. Si bien parece que no es ajena al movimiento que impera en la industria, que quiere volver al 'slow fashion' que busca primar la artesanía y la calidad frente a las cantidades descomunales que se han impuesto en la última década. 

"Ambiciosos objetivos" de sostenibilidad

Y  es que Burberry también trabaja por convertirse en más sostenible. O al menos así lo refleja en su memoria anual, en la que recuerda que está inmersa en una estrategia para reducir su impacto en el medio ambiente de aquí a 2022. A través de la Fundación Burberry, han puesto en marcha cinco "ambiciosas iniciativas" dentro del programa 'Creando el mañana. Patrimonio'. Esto se concreta en, por ejemplo, crear productos de la más elevada cualidad involucrando a comunidades manufactureras artesanales de todo el mundo.

De este modo, apuestan por proveedores que paguen salarios justos a sus trabajadores, como en lo referente al algodón que utilizan, o el cuero, que de aquí a 2022 debe proceder en su totalidad de talleres que cuenten con certificados sociales y de medio ambiente. De hecho, en 2015 se unieron a la alianza que promueve la producción de cashemir (uno de sus materiales estrella) sostenible en Mongolia, de donde se abastecen. 

También se han comprometido a reducir la cantidad de energía que gastan para producir, así como el agua, recursos que cada vez son más escasos. De este modo, quieren incorporar las energías renovables a su cadena de producción o reducir los procesos químicos. En todo ello juegan un papel imprescindible las nuevas tecnologías, que pretenden también ir sumando a todo su engranaje, incluidos sus proveedores y colaboradores directos.

Pero todo este programa choca frontalmente con la práctica de destruir ropa que sobra. A pesar de que la empresa asegura emplear energía propia para quemar las prendas en sus incineradoras, sigue siendo una medida que se opone a los principios de sostenibilidad, solidaridad y respeto al entorno que empiezan a ser los sintagmas principales del mundo de la moda.

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