Ocho décadas de mezclar lucha libre y espectáculo en la arena mexicana

  • Para algunos es un espectáculo, para otros un deporte nacional, mientras que otros se burlan por considerarla casi teatro, pero lo cierto es que la lucha libre sigue llenando arenas ocho décadas después de llegar a México y convertirse en parte de su cultura popular.

Paula Escalada Medrano

México, 14 sep.- Para algunos es un espectáculo, para otros un deporte nacional, mientras que otros se burlan por considerarla casi teatro, pero lo cierto es que la lucha libre sigue llenando arenas ocho décadas después de llegar a México y convertirse en parte de su cultura popular.

"En la lucha libre viene usted, escoge su favorito sea limpio (técnico) o rudo y gritando se desahoga de todos los problemas que tiene en su casa, trabajo o en la vida", dijo en entrevista con Efe Salvador Lutteroth Camou, hijo del considerado padre de la lucha mexicana, Salvador Luttheroth González.

Este es, en la opinión de alguien que lleva toda una vida dedicada a este deporte espectáculo, el secreto de la supervivencia, ir a la lucha libre es desfogarse y a todo el mundo le viene bien soltar adrenalina, insultos o vítores.

"Ese es el éxito de la lucha libre, el bien contra el mal, el tener un favorito y venir a apoyarlo y gritar a su favor, o gritar contra el contrario", añadió este casi nonagenario que desde los 18 trabajó en la arena, ayudando a su padre en la administración.

El próximo 21 de septiembre se cumplirán 80 años desde que su padre, militar del Estado Mayor presidencial en la época de Álvaro Obregón (la década de los 20) fundara en 1933 la Empresa Mexicana de Lucha Libre, hoy conocida como Consejo Mundial de Lucha Libre.

Tras dejar el Ejército y harto de negocios en los que no lograba cobrar en una época complicada para la economía mexicana, Luttheroth González recordó un viaje a San Antonio (Texas) en el que lo llevaron a ver un espectáculo de lucha libre.

"Recordó que en el espectáculo para entrar hay que pagar y dijo 'vamos a hacer la prueba para traer la lucha libre y ya sabré yo en la misma noche si gano o pierdo dinero'", contó su hijo.

Y así fue, en lo que hoy es el estacionamiento de la emblemática Arena Ciudad de México construyó un local pequeño y de madera que en 1956 tuvo que ampliar y acondicionar. En 1968, con motivo de los Juegos Olímpicos, quedó como está en la actualidad, con capacidad para cerca de 18.000 personas.

Según Lutteroth Camou, al principio casi todos eran luchadores estadounidenses, pero su padre puso gran empeño en desarrollar luchadores locales y poco a poco los nacionales se convirtieron en mayoría y fueron coloreando y agregando a la lucha sus propios elementos.

Pese a que la lucha ha evolucionado con los años y ahora es "mucho más espectáculo", en parte por las retransmisiones televisivas, lo básico se ha mantenido.

Por un lado, "luchadores limpios, técnicos" y, por otro, los rudos "que tenían probablemente menos conocimientos que los limpios y que en un momento dado tenían que recurrir a algún método ilegal que provocara el enojo del público".

La lucha del bien contra el mal, eso es lo especial en la lucha libre mexicana, en opinión de Lutteroth Camou, una pelea en la que no siempre los buenos ganan.

"El fenómeno actual de la lucha libre es que se siga más a los rudos que a los técnicos, es parte de la evolución, ir más a los malos que a los que representan el bando bueno", explicó a Efe Salvador Lutteroth Lomelí, apoderado legal de la Arena México e hijo de Lutteroth Camou.

Y es que su experiencia le ha demostrado que el secreto de la continuidad es no haberse estancado, sino haber evolucionado ya que la lucha libre no compite solo con los deportes, sino con todo tipo de entretenimiento.

"Al principio era un rigor técnico lo que se les exigía a los luchadores, pero se ha ido evolucionando (...) hacia una lucha dinámica, aérea; se dejaron las capas atrás y se cambiaron por atuendos de personajes fantásticos que traen plumas, atuendos prehispánicos, máscaras de épocas galácticas y héroes mitológicos", contó.

Máscaras, esos elementos identificativos, centro del look de cada luchador, símbolo de su honor y lo más valioso que se pueden apostar en una pelea que, si pierden, les lleva a la vergüenza de tener que descubrir su identidad.

Más luces, más sonido, más espectacularidad hasta el punto de que mucha gente que acude a las luchas observan incrédulos los ruidosos y aparatosos golpes y creen que son puro teatro.

"Es una crítica que ya no hace mella, el que crea o no crea gente que no es aficionada". Es una "mezcla deporte y espectáculo, en qué porcentaje, es difícil decirlo", explicó Lutteroth Lomelí, quien aseguró que él sí ha visto la preparación física de los luchadores y se asemeja a la de cualquier atleta.

"Los aficionados reales de la lucha libre no se cuestionan si hay realidad o no. Lo que se ve arriba de un ring y lo que se desarrolla por los luchadores es más que patente que es real", añadió.

Una dura preparación en la que se convierten en "grandes improvisadores" que conocen llaves, lances, buenos saltos, saben cómo rendir a su rival y "conociendo esta técnica no hay necesidad de tener un final arreglado".

Buscando darle fuerza a este argumento, su padre cuenta una anécdota que se produjo tras las olimpiadas del 68, en las que estuvo colaborando.

"Conocí a varios muchachos que practicaban la lucha y cuando terminó la competición les invité a que practicaran la lucha libre con nosotros. No aguantaron ni un mes", concluyó.

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