Decálogo de clásicos

Qué libro leo ahora: las diez aventuras de la infancia que de adulto se disfrutan más

Imagen de la Casa Museo de Mark Twain, en Hannibal, Misuri
Imagen de la Casa Museo de Mark Twain, en Hannibal, Misuri
La Información

Una isla perdida en las Indias Occidentales, navegar por el río Mississippi, luchar contra los ingleses frente a las costas de Cádiz… No vamos a descubrir a estas alturas de la historia de la humanidad la capacidad de la literatura para llevarte a los escenarios más lejanos posibles. Tampoco la capacidad de las historias de aventuras para sumergirnos en mundos que jamás podremos vivir.

Pero España se acerca al mes de cuarentena y hasta los maratones de series empiezan a cansar (agotarse es algo casi imposible, dada la oferta). Anda la cultura española revuelta: vuelan puñaladas en el sector editorial a cuenta de las distintas campañas de concienciación de la lectura y, sobre todo, ha dolido la puñalada por la espalda desde el Ministerio del ramo de no considerar, en estos momentos, las artes como algo esencial. Hay cosas más urgentes, se defiende el Gobierno (aunque con cierta marcha atrás este Viernes Santo) y clama el sector de arriba abajo.

Más que nunca dan ganas de irse lejos sin salir de casa. Un propósito que, mucho antes que Netflix y la banda ancha para los videojuegos actual, siempre ha cumplido la literatura. Con creces. Más aún si el género es el de las aventuras (a menudo protagonizadas por niños), ese que se supone que se lee cuando se tienen pocos años y se vuelve solo por nostalgia.

O no. Ya no es nostalgia. Es supervivencia. Los diez libros que siguen a continuación trasladan a mundo quizá no mejores (hay villanos por todas partes, hasta de mentira) pero sí más divertidos. Todos, excepto tres, tienen más de un siglo de antigüedad, con lo que hace tiempo que los derechos caducaron y, por lo tanto, hay múltiples ediciones entre las que elegir. 

‘Las aventuras de Huckleberry Finn’, de Mark Twain

Una estatua de Tom Sawyer y Huckleberry Flynn, desde la colina que domina Hannibal, Misuri
Una estatua de Tom Sawyer y Huckleberry Flynn, desde la colina que domina Hannibal, Misuri, la ciudad donde creció Mark Twain. / La Información

Publicada en 1884 como una secuela de ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, se adelantó en casi un siglo en desmentir aquello de que las segundas partes nunca fueron buenas. Como ‘El imperio contraataca’ o ‘El Padrino II’, hay ocasiones que mejoran a los inicios... por mucho que la primera ya sea difícilmente superable. Twain lo logró cambiando la perspectiva de sus personajes, dando el protagonismo al secundario y avanzando en el tiempo justo lo suficiente para convertir las aventuras y desventuras a la vera del Mississippi junto a la frontera entre Misuri e Illinois en un canto a la infancia perdida.

Lo que comienza como una sucesión de travesuras infantiles pronto deriva en asuntos más serios, como la persecución e intento de linchamiento de Jim, a quien Huckleberry acoge y ayuda a esconderse. Aun así, Twain no pierde del todo la inocencia porque sus personajes tampoco lo hacen (aunque Sawyer termine pareciendo un impostor con sus invenciones frente a la cruda realidad). Ni el humor, por supuesto. Ni la mordacidad, el sarcasmo, la crítica social…

Aunque, por encima de todo ello, es una historia pura de aventuras con todos sus ingredientes. Decía Roberto Bolaño, en un prólogo que escribió para una edición de la obra en Clásicos de Mondadori, que toda la literatura norteamericana (e incluso universal) actual se puede dividir en dos bandos (dos caminos o destinos para entender la literatura, según él): ‘Moby Dick’ de Herman Melville, y este Huckleberry de Twain. Él se declaraba admirador de la segunda banda. La de contar historias.

Otra de Twain: Cualquiera podría servir… pero ‘Un yanqui en la corte del Rey Arturo’ es una adelantada a tanto viaje en el tiempo posterior.

‘La isla del tesoro’, de Robert Louis Stevenson

Toda lista de novelas de aventuras sin esta obra no sería la misma. Casi coetánea a la anterior, se publicó íntegra por primera vez en 1883 (por entregas durante los dos años precedentes) y resume como ninguna el género. Es casi la primera que se viene a la mente y toda su fama está más que justificada. Como ocurre con todas las obras de esta selección el momento ideal para descubrirla es la infancia tardía, aunque su relectura a la edad adulta no hace más que engrandecerla. Si no se ha leído hasta ser mayor la nostalgia por no haberlo hecho en su día duele tanto como quedarse sin el tesoro tan cerca de la meta. Piratas y cofres, ron y espadas. Amistad y odio. Su concepción y publicación por episodios explica que enganche como pocas al final de cada capítulo.

Otra de Stevenson: Iba a ir con el Doctor Jekyll y su Mister Hyde, pero a mí me tira ‘La flecha negra’.

‘El conde de Montecristo’, de Alejandro Dumas

De la novela 'El conde de Montecristo', de Alejandro Dumas, se han hecho múltiples adaptaciones
De la novela 'El conde de Montecristo', de Alejandro Dumas, se han hecho múltiples adaptaciones al cine. / EP

En el siglo XIX las novelas que hoy son clásicos se publicaban con un formato claramente más parecido al de las series actuales. Porque lo hacían por entregas. Esta, acabada en 1844 y editada en 18 episodios durante los dos años siguientes, es la novela perfecta de la venganza ante una afrenta no merecida. También del encierro (como se han dedicado a destacar autores como Pérez Reverte para recomendar durante el confinamiento). Pero, sobre todo, de la liberación y de eso tan humano como poner en su sitio a todo el que te ha hecho daño.

Otra de Dumas (padre): Es casi obligado recordar a ‘Los tres mosqueteros’.

‘El camino’, de Miguel Delibes

Miguel Delibes fue una apuesta recurrente para el Premio Nobel de Literatura
Miguel Delibes fue una apuesta recurrente para el Premio Nobel de Literatura. / EP

Más de tres décadas antes de que Hollywood pusiera de moda las películas de niños en veranos memorables y transformadores, Miguel Delibes escribió en 1950 esta obra, la tercera novela de su larga carrera. Considerado por muchos (y hasta su muerte) como la baza española más sólida para ganar el Nobel de Literatura, de Delibes destacan otras muchas obras bastante más sonadas, como ‘Los santos inocentes’ o ‘Cinco horas con Mario’.

Sin embargo, esta novela de iniciación es una joya que permanece en el tiempo como aquellos mejores días de nuestra infancia. Toda la crudeza y crueldad del campo, toda la hermosura de la naturaleza; la vida, tal y como será a partir del momento en que se deja de ser niño.

Otra de Delibes: ‘La hoja roja’, porque ahora, con la pandemia y sus víctimas entre la tercera edad, es el momento de acercarse al vértigo de los últimos años.

‘Matar a un ruiseñor’, de Harper Lee

La versión cinematográfica de 'Matar a un ruiseñor' le discute la notoriedad a la novela que le dio origen
La versión cinematográfica de 'Matar a un ruiseñor' le discute la notoriedad a la novela que le dio origen. / EP

Ganó el Pulitzer y es uno de los libros más vendidos de la historia en Estados Unidos. Sin embargo, al 99% de los mortales (bueno, al 100%) le vendrá a la cabeza la imagen de Gregory Peck como el justo y honrado Atticus Finch. La película del mismo nombre es uno de esos casos en los que se podría defender que es tan buena o mejor que el libro. Eso lo dirá quien no haya leído el libro. Porque las dos versiones pueden ser igual de magníficas, pero la novela de Lee es perfecta de principio a fin.

Empieza, como tantas de esta lista, como una novela de niños al borde de perder la inocencia. Durante la primera mitad, de hecho, no se sale de ese raíl… pese a que se va sembrando el detonante y meollo de la obra: el odio ante quien es diferente (no solo ante las personas de color, pese a que es lo más evidente; contra todo el que es diferente… empezando por la niña protagonista que no quiere ser una dama).

Otra de Lee: solo escribió otra novela, antes de la que le dio fama y publicada hace muy pocos años pese a todo. Dicen que desmerece a su obra maestra así que aconsejo una novela cumbre de la historia universal que fue posible gracias a Lee: ‘A sangre fría’. Lee y Truman Capote eran amigos desde la infancia (él mismo sale en ‘Matar a un ruiseñor’ en forma de Dill, el amigo del alma de los dos hermanos protagonistas) y, poco después de recibir el Pulitzer por su novela, Lee se vio arrastrada por Capote hasta el rincón más apartado de Kansas donde el ya afamado autor de 'Desayuno en Tifanny’s' estaba empeñado en escribir la historia de la familia asesinada brutalmente en su granja. Allí, Capote alternaba las drogas con el alcohol y no avanzaba. Solo la obstinada insistencia de Lee logró que pudiera centrarse y avanzar en la historia de una vez por todas.

‘La máquina del tiempo’, de Herbert George Wells

Ya se habían escrito varias historias de viajes en el tiempo para cuando se editó esta en 1895. Sin embargo, es la gran precursora de lo que sido todo un género posterior en todas las artes. Pese al punto de partida, Wells nunca fue muy dado a dar explicaciones científicas a sus obras. A él le gustaba contar aventuras con un toque fantástico sin pararse a narrar el mecanismo de propulsión o las leyes cuánticas que se pliegan para poder viajar entre pasado, presente y futuro. Como esta selección va de aventuras, elegimos a Wells por encima de todas las cosas. Incluso con su toque algo ingenuo y sus aspiraciones utópicas.

Otra de Wells: Hasta tres se enmarcan en el mismo entorno fantástico que le hacen uno de los padres del género futurista: ‘La isla del doctor Moreau’, ‘El hombre invisible’ y ‘La guerra de los mundos’.

‘Mujercitas’, de Louisa May Alcott

La última adaptación al cine de 'Mujercitas', dirigida por Greta Gerwig fue más allá y mezcló la novela con la vida real de Louise May Alcott
La última adaptación al cine de 'Mujercitas', dirigida por Greta Gerwig fue más allá y mezcló la novela con la vida real de Louise May Alcott. / EP

El tiempo le ha sentado muy bien a Alcott y a una obra que se publicó (que no es lo mismo que decir ‘se escribió) con afán de obrita destinada al público femenino. A los 150 años de su edición (en 1868) se ve ahora como un alegato feminista y las versiones (muy) modernas en cine y televisión la enarbolan como tal. No le faltan la razón porque su autora practicó en vida lo que no le dejaron plasmar en el final de su obra: una rebelión ante el destino manifiesto de cualquier mujer en el siglo XIX: encontrar un buen marido.

Ella nunca se casó y vivió como pudo de lo que vendía con novelas como este superventas de la época. Pero lo hizo sin atenerse a las normas sociales, en un pueblecito de Nueva Inglaterra donde los trascendentalistas tomaron como reino. Y su ‘Mujercitas’ esconde en el subtexto todo lo que, por apariencias, no puede reflejar a primera vista.

Otra de Alcott: para salirse del mundo de ‘Mujercitas’, podría optarse por ‘El espectro del abad’, una novela corta en la que el 80% de la trama es un remedo de las obras de salón y chicas en edad casadera para, llegados al tramo final, convertirse en una historia de terror (lo de cambiar bruscamente de género no lo inventó Tarantino, no).

‘Trafalgar’, de Benito Pérez Galdós

En el año 2020 se cumplen cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós
En el año 2020 se cumplen cien años de la muerte de Benito Pérez Galdós. / EP

Nada mejor que celebrar el centenario de la muerte del escritor canario que con el primero de sus 'Episodios Nacionales', el que cuenta las aventuras de un joven pícaro gaditano que acaba enrolado en la batalla contra los ingleses en el Estrecho. A Galdós muchos lo sitúan en el segundo lugar de los mejores autores en habla hispana por detrás de Cervantes y lo hacen por otras de sus obras, no por unos Episodios Nacionales de desigual factura según avanzaron en su escritura. Aquí, sin embargo, arrancaba en 1873 su particular historia (o Historia) y el autor tenía ideas frescas y ganas de revivir aventuras al más puro estilo de los románticos ingleses.

Otra de Galdós: el género aventurero no lo frecuentó mucho, pero su obra maestra es ‘Fortunata y Jacinta’.

‘La compañía blanca’, de Arthur Conan Doyle

Que Conan Doyle estaba un poco harto de Sherlock Holmes lo dejó claro cuando en 1893 mató a su personaje y a su némesis en las mismas cataratas (aunque luego tuviera que resucitarlo). Lo hizo porque quería dedicarse a sus novelas con ambientación histórica que tanto le había gustado escribir. Como esta, de 1891, que se desarrollada en la Guerra de los Cien Años de la Edad Media pero no deja de ser una mezcla entre Robin Hood y 'El Señor de los Anillos' (sin elementos fantásticos), con una serie de protagonistas que se mueven entre contiendas seculares y a salto de mata. En resumen, una novela de aventuras a la vieja usanza (en aquellos tiempos, a la usanza contemporánea, que Stevenson o Twain vivían y publicaban entonces).

Otra de Conan Doyle: que no, que no voy a recomendar a Sherlock. En cambio, otra variación curiosa del autor, una incursión a la ciencia ficción: ‘El mundo perdido’.

‘La historia interminable’, de Michael Ende

Para los que fueron niños en los años 80 resultaba extraño que un éxito de ventas de fantasía épica como esta novela no viniera de Estados Unidos o Gran Bretaña. Porque Michael Ende era alemán. Antes incluso de su adaptación al cine (tampoco por parte americana) ya era un libro de cabecera para los niños de medio mundo (se publicó en 1979). Una historia básica: el niño aparentemente normal que resulta elegido para salvar el mundo de la imaginación, despertó esa ansia de ser especial que todo crío tiene en su interior. También con cierta revisión de ‘El Principito’, por eso de ir pasando etapas y acertijos. Es posible, eso sí, que sea la obra de la lista que peor resiste una lectura adulta.

Otra de Ende: una historia corta con forma de fábula pero que a la vez es crítica social: ‘Momo’.

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