Robert Wilson: No hay nada como el silencio

  • Concha Barrigós.

Concha Barrigós.

Madrid, 9 nov.- Al director de escena tejano Robert Wilson (1941) le han llovido todos los superlativos por su vanguardista mirada y el manejo de la luz como firma de la casa, aunque a él lo que de verdad le interesa es el sonido, o más bien su ausencia. "No hay nada como el silencio", dice parafraseando a John Cage.

Wilson es el responsable del montaje de "Pelleas et Melisande", de Debussy, que se representa estos días en el Teatro Real de Madrid con acogida desigual, muy entusiasta para las voces, comandadas por Yann Beuron, Laurent Naouri y Camilla Tilling, y su director, Sylvain Cambreling, y menos calurosas para su geométrica y simbólica propuesta.

"Mi montaje está construido a la forma clásica. Los clásicos permanecen a pesar de las modas culturales y el tiempo. Es la única cosa que permanece", asegura el director, que volverá al Real a partir del 11 de abril para el estreno de "Vida y muerte de Marina Abramovic", una idea suya sobre la trayectoria de la no menos vanguardista creadora yugoslava.

"Normalmente" el creador comienza cada proyecto "dibujando un simple mapa" que le da "una visión global" de lo que quiere hacer y luego empieza a "rellenarlo", siempre desde el principio de la "artificialidad" porque, a su juicio, el teatro debe ser "lo contrario a la naturalidad. Esa es su esencia".

En el extremo opuesto a "Vida y muerte de Marina Abramovic" estaría "Pelleas et Melisande", un juego de puro contraste porque es al mismo tiempo, detalla, "hielo y fuego", gravemente pesada y ligera como un pensamiento, "cercana y lejana".

Esta obra que Claude Debussy (1862-1918) estrenó, con libreto de Maurice Maeterlinck, en 1893 reúne, como pocas, resume, "todos los opuestos juntos".

El estadounidense ha mezclado en el escenario poesía y misterio entrando y saliendo de un helado "look" de ensueño: "Mi aproximación es siempre clásica incluso con material romántico. Afronto un trabajo formalmente con cierta distancia que permite mirarlo objetivamente".

Su montaje para el Real -que ya se ha visto en la Ópera Nacional de París y en el Festival de Salzburgo- ha querido estar, dice, "al nivel del teatro", un coliseo "diseñado para los cantantes".

"El elenco y la dirección aquí además son diferentes", apunta también el creador, cuyos trabajos son reconocibles, presume, porque es lo mismo "que uno experimenta al ver un atardecer".

"Es algo que no es racional, es algo que experimentas al verlo, que no se puede explicar y que, simplemente, piensas", añade.

Si bien su "firma" es el manejo de la luz, con la que alarga, dobla y desdobla, la geometría de un escenario siempre sobrio y magnético, lo que más le interesa, por paradójico que parezca para un teatro de ópera, el silencio.

"A menudo estamos callados y es entonces, y no cuando hay mucho ruido, cuando somos más conscientes del sonido. Mis primeros trabajos -recuerda- no tenían demasiado texto, es lo que los franceses llaman óperas silenciosas".

"Si uno se pone a escuchar, cada segundo de lo que oiga será diferente. Cuando estoy en el escenario con la orquesta puedo escuchar a los técnicos en el 'backstage', al director pasar la página de la partitura y a alguien susurrar", enumera.

Todo eso, insiste, es parte "del mundo acústico: una secuencia de sonido jamás se repite. No hay segundas oportunidades. Eso es lo que da vida a los montajes, además de la presencia del intérprete".

Para Wilson, que acaba de estrenar en París "Lulu", con la participación del cantante Lou Reed, la ópera es, "en el sentido latino del término 'opus', es decir, un todo incluido. Todas las artes están contenidas en ella", concluye. EFE

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(fototeca cód/ref: 3157323)

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