Rufus Wainwright vive una "loca noche de sábado" en Madrid

  • Manierista, excéntrico, dramático y, ahora, también bailable. Así es Rufus Wainwright, y tal cual se ha mostrado hoy en Madrid durante un concierto en el que ha combatido el frío con una ecléctica ópera setentera y ha protagonizado, como ha dicho, una "loca noche de sábado".

Antonio Ruiz Valdivia

Madrid, 8 dic.- Manierista, excéntrico, dramático y, ahora, también bailable. Así es Rufus Wainwright, y tal cual se ha mostrado hoy en Madrid durante un concierto en el que ha combatido el frío con una ecléctica ópera setentera y ha protagonizado, como ha dicho, una "loca noche de sábado".

Wainwright ha desembarcado en la capital dentro de su gira europea para poner de largo su último trabajo, "Out of the game", su inmersión en un pop más accesible y una auténtica oda a los ritmos de su infancia.

Para esta travesía el cantante neoyorquino ha contado a su lado como productor con Mark Ronson, uno de los niños mimados de la escena londinense, que ha trabajado con Adele y Amy Winehouse y fue capaz de recuperar en sus horas más bajas al mismísimo Boy George con la eléctrica composición "Somebody to love me".

A Wainwright no le gustan los caminos fáciles y, por eso, ha iniciado su careo con el público madrileño a oscuras con "Candles", el último de los temas de "Out of the game". Toda una declaración de principios, del final al principio.

De ahí a "Rashida", otra de las canciones que forman parte de este último y séptimo álbum de estudio y que es un coqueteo en toda regla con el "doo wop" y con lo mejor de Elton John.

A Rufus Wainwright le gusta subirse al escenario y, sobre él, desplegar todo un universo complejo, que abarca desde lo más pomposo de la ópera hasta los homenajes a Judy Garland pasando por sus propias reflexiones acerca del amor y los fuertes lazos con su familia.

Y es que los Wainwright tienen su propia marca. Durante esta gira Rufus ha entonado temas de su padre, el autor folk Loudon Wainwright III, y de su madre, la cantante y compositora canadiense Kate McGarrigle, cuya muerte en 2010 supuso un duro golpe para el artista.

Guardado ya el luto, el cantante ha vuelto más hedonista que nunca, dispuesto a jugar con más ritmos que los empalagosos que dominaban sus anteriores trabajos.

En el escenario de La Riviera, Wainwright ha hecho las delicias de sus admiradores, que le han piropeado durante las dos horas de recital, mientras entonaba sus temas, se contoneaba, interpretaba desmesuradamente e, incluso, hasta cuando se atusaba el pelo.

Es que un concierto de Wainwright es un repaso a su vida y lo que le rodea, como el propio tema "Barbara", dedicado a la relaciones públicas Barbara Charone, la celestina de la unión profesional entre el artista y Ronson.

Muestra del nuevo traje rítmico que gasta el neoyorquino es el tema que da nombre al disco, que Wainwright ha entonado en la sala con más fuerza y brío que en el estudio para relatar esa búsqueda interior, a la que tan brillantemente puso rostro de bibliotecaria en el videoclip la no menos especial Helena Bonham Carter.

Pero el compositor de "Poses" y "Release the stars" ha vuelto por momentos a su fase más reconocible y manierista con la interpretación de "The art teacher", un poema sobre un amor frustrado entre cuadros de Turner, Rubens y Rembrandt.

En todas las fiestas con aspiraciones de desmadre debe haber invitados y el cantante ha tenido los suyos.

Entre luces rojas, ha entonado una versión cabaretera del tema "Everybody knows", de Leonard Cohen, con el propio hijo del artista canadiense sobre las tablas madrileñas y que le ha proporcionado una de las grandes ovaciones del público.

Desde el primer minuto y sin miramientos, ha calentado una gélida sala que ha registrado media entrada, dado que la parroquia indie de la capital se ha tenido que dividir por la programación el mismo día de la vuelta de Los Planetas en el festival Primavera Club.

"Va a ser una loca noche de sábado en Madrid", había advertido al principio del concierto Wainwright, que ha declarado su amor por los espectadores españoles. "Muchas gracias. Os quiero. Habéis sido el mejor público de la gira", ha afirmado entre aplausos.

Y como toda noche de sábado en Madrid, la cita con Wainwright ha tenido una final delirante con el compositor vestido de dios griego cantando entre el público, mientras que los componentes de su banda tocaban y le acompañaban ataviados de Cupido o chamanes y con una corista zarandeando un látigo de cuero negro.

Todo muy Rufus Wainwright. Para los que le aman y también para los que le detestan.

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