San Agustín se instala en un bar corso en el último premio Goncourt

  • Catalina Guerrero.

Catalina Guerrero.

Madrid, 30 sep.- Un bar en un pequeño pueblo de montaña en Córcega le sirve a Jérôme Ferrari para reflexionar, parafraseando a San Agustín, sobre cómo inexorablemente, uno tras otro, todos los mundos que construye el hombre desaparecen, y lo hace en "El sermón sobre la caída de Roma", que obtuvo el prestigioso Goncourt en 2012.

La lectura que Agustín de Hipona (hoy Annaba, Argelia), considerado el máximo pensador del cristianismo del primer milenio, hizo de la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V es la "base" en la que sustenta su novela Ferrari (1968, París), profesor de filosofía en Abu Dabi, tras pasar por Argel y Ajaccio (Córcega).

De hecho, los títulos de seis de sus siete capítulos, están extractados de los famosos discursos de San Agustín, de los que dos destacan en la obra por su simbolismo: "Un hombre hizo aquello, otro lo destruyó" e "Incluso el mundo que para ti hizo Dios ha de caer".

El pesimismo agustiniano sobre la naturaleza humana y sobre la fragilidad de las construcciones humanas ante el devenir de la Historia está "en el origen" de esta novela, afirma Ferrari en una entrevista con Efe, porque sus tesis -explica- sintetizan "perfectamente" algo que le "interesa mucho sobre la desaparición de un mundo y de una forma de vida".

Pero ese paralelismo entre el desmoronamiento de Roma, en el siglo V, y la tragedia que él ambienta en Córcega, en el XXI, es "más complicado", ya que, según este profesor de filosofía, habría sido "ridículo" comparar un imperio con un pequeño bar rural.

Lo que le interesaba a Ferrari es la "universalidad" del discurso de San Agustín al advertir a sus fieles de que "todas las cosas humanas, incluso las más grandes, tenían un principio y un fin" y por eso le instaba a aferrarse a "lo eterno, a Dios".

A Ferrari, al que atrae el "misticismo, pero no el cristianismo", lo que le cautivaba era, afirma, "ver qué quedaba de ese discurso si se obvia esa dimensión y no queda gran cosa eterna a la que aferrarse", con lo que el poso que resta es que el destino es ciego y la historia se repite sin fin.

Los personajes principales de "El sermón sobre la caída de Roma" (Mondadori) son dos jóvenes que abandonan sus estudios de filosofía en París para regentar un bar en la isla mediterránea francesa. Se trata de Mathieu, a quien Ferrari ha prestado gran parte de su "biografía civil" hasta los 20 años, y Libero.

Mathieu, quien toma las riendas del local con la ilusión de crear en "el mejor de los mundos posibles" y llega a creer que es "el lugar escogido por Dios para experimentar el reino del amor en la tierra", tiene una visión idealista de Córcega, donde tiene sus raíces su familia pero en la que solo ha vivido en vacaciones.

Mientras, Libero, hijo de un pastor local, el único de su familia que ha tenido posibilidad de estudiar, regresa a su isla con "la rabia y la desesperación de los idealistas decepcionados".

Esos dos aspirantes a filósofos sufrirán en sus propias carnes a través de su particular aventura empresarial, la lección dada por San Agustín en el 410 que sigue vigente en el siglo XXI: ningún imperio es inmortal.

Y eso vale tanto para la Roma de los emperadores como para un universo tan pequeño como un bar montañés con sus partidas de cartas, sus historias de amoríos con las camareras o las competiciones viriles.

Ferrari asegura que no pretendía hacer una especie de metáfora entre el fin del Imperio Romano con el mundo Occidental actual, aunque constata que en Europa esa sensación está en el aire.

Esa impresión de desmoronamiento, en este caso del imperio colonial francés, está presente también de la mano de otro personaje, Marcel Antonitti, el abuelo paterno de Mathieu.

Marcel representa a la generación de los abuelos de Ferrari, una generación que siempre le ha "fascinado porque en una sola vida atravesó un número incalculable de mundos y vio los cambios enormes del siglo XX, que fue fantástico, trágico y espantoso".

Ese pasado colonial francés está muy presente en su familia, de hecho apunta que su madre nació en Siria y su padre en Marruecos, y dedica su libro a su tío abuelo Antoine Vespertini, que fue su fuente de información "número uno" sobre la Córcega de los años 20 y 30.

Su relación con Córcega es de amor, pero "no ciego", puntualiza. Le parece un lugar "rico en posibilidades" literarias por todas sus paradojas: "la pobreza, el exilio, la omerta, el turismo...".

Ferrari es en este sentido como Aurelie, la cuarta de los personajes con más peso de su novela, hermana de Mathieu y nieta de Marcel. "Es lúcida, ve la realidad como es", precisa.

Son cuatro personajes que se codean con otra decena que ahora pasan a ser secundarios, pero que en novelas anteriores de Ferrari fueron protagonistas: "Donde dejé mi alma", en la que retrata la "obscenidad" de la tortura en Argelia, y "Balco Atlantico".

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