Serán casas de cine, pero no hay quien viva en ellas

  • Puertas que se abren solas y se cierran con un estruendo desproporcionado. Extraños ruidos. Voces de ultratumba. Luces que se encienden y se apagan por arte de magia. Cosas que cambian de sitio sin que nadie las toque. Si alguno de estos sucesos o todos ellos se dan en una casa, el diagnóstico está claro: está encantada. En 'Insidious', recién estrenada en los cines, pasa esto y algo más.
Insidious: El de la izquierda es un demonio
Insidious: El de la izquierda es un demonio
lainformacion.com
M. J. Arias

Por mucho que se les quiera bajar el precio, hay viviendas que lo tienen crudo para encontrar comprador. No es que estén hechas una ruina o que con la crisis los bancos no concedan hipotecas alegremente. Más bien se trata de que van con atracciones poco deseables incluidas. Fantasmas, espíritus errantes, demonios, espectros… Da igual cómo se les quiera llamar. El caso es que dan miedo y hacen que la vida en el hogar no sea tan dulce como debiera. El cine tiene su propia agencia inmobiliaria con casas terroríficas aquejadas de males complicados de reparar. La de Insidious, que se estrenó esta semana, no es recomendable para corazones delicados.

La estela de éxito con bajo presupuesto dejada por Paranormal Activity (2007) ha posibilitado la llegada a los cines de Insidious. La que ahora dirige el habitual de la saga Saw James Wan sigue la misma línea. En esta ocasión se trata de una familia con niños en lugar de una pareja joven con un espíritu empeñado en poseer a la chica en una casa poco habitable. El argumento es el habitual en muchas de las películas de este género: un matrimonio joven con hijos que se muda a una nueva y enorme casa. Un sueño cumplido que se convierte en pesadilla por culpa de unos espíritus poco amigables. En Insidious el objetivo del demonio en cuestión es apoderarse del cuerpo del mayor de los chavales. Los motivos cambian, pero el mal siempre anda de por medio y los niños parecen ser uno de los mejores vehículos de comunicación para los espíritus ocupas.

En Los otros, también eran unos niños en una gran mansión los que tenían que pelear con fantasmas. Porque en esto de las casas encantadas, lo normal es que primero sean los más pequeños –espíritus inquietos- quienes entren en contacto con el más allá. El desván o el sótano son lugares muy apropiados para el juego y para que los fantasmas acechen a los niños más curiosos. Así ocurre en la mencionada Los otros, Insidious, El orfanato, El espinazo del diablo y tantas otras.

Todas las películas con casas encantadas o endemoniadas se mueven, más o menos, dentro de los mismos patrones. Puertas que se cierran y abren solas, objetos que cambian de lugar, amigos invisibles de los benjamines de la familia, un suceso horrible en un pasado más o menos cercano y una música ad hoc que ayuda a crear ese ambiente de misterio y oscuridad que tanto miedo da. La musiquilla esa que va aumentando de volumen a medida que se acerca el susto, como avisando, es un clásico del género. Otro es la iluminación. Muchas pero poco potentes lámparas que hacen que las enormes estancias queden en penumbra, bombillas que estallan, niños alérgicos a la luz del sol o una oscuridad que lo envuelve todo y gana terreno con cada fotograma, como es el caso de Darkness, contribuyen a crear el ambiente propicio para el sobresalto y el grito de terror.

Al final cada casa tiene su propio misterio o maldición y sus propios fantasmas, aunque no todas tienen la misma capacidad de aterrorizar. Las hay, como la de Psicosis (y eso que esta no estaba encantada) o la de The Innocents (traducida al español como Suspense) que están en un nivel superior. Y por encima de todas ellas, la de Poltergeist. Este ya clásico de 1982 es el ejemplo que nunca debe faltar cuando se habla de fantasmas, casas encantadas y películas de miedo en general. Creó escuela y sigue siendo todo un referente para el género.

Miedo del que encoge el corazón dan también la casa de Darkness y sus extraños mecanismos. O la de 13 fantasmas, que resulta ser una máquina creada por el diablo. O la de House on Haunted Hill. De esta última hay dos versiones. La primera, la que cuenta con Vincent Price como protagonista, es de 1959 y da todo el miedo que puede dar una película de entonces ahora. En su momento fue otra historia. La nueva versión, la de 1999, asusta, como la mayoría, pero miedo, lo que se dice miedo, tampoco es que dé.

Lo de "basado en hechos reales" es algo que también hace que el espectador se siente en la butaca con más predisposición a pasarlo mal. Es el caso de La morada del miedo, protagonizada por Ryan Reynolds. Esta contaba la historia de una familia que se muda a una casa en la que hace años un chico mató sus padres y hermanos armado con una escopeta. Todo va bien hasta que la hija del matrimonio se echa una amiga invisible que resulta ser un alma en pena. Otra vez un niño como vehículo de comunicación.

No es exactamente una casa, pero se ajusta a los cánones, el hotel al que Jack Nicholson, su esposa y su hijo en la ficción deciden mudarse un invierno. Se trata de un hotel apartado que deben cuidar mientras permanece cerrado. El paraíso para un escritor en busca de inspiración, pero también para un niño con triciclo decidido a recorrer los largos pasillos del edificio como si fuesen pistas de carreras. Hasta que un par de extrañas gemelas y visiones turbadoras empiezan a hacer acto de presencia. La actitud del niño, que resulta ser vidente, y la cara de Nicholson son suficientes para que El resplandor sea una de las películas más terroríficas de la historia del cine. Y, detrás de todo, una tragedia familiar y fantasmas.

Pero en esto de las casas encantadas, aunque sea la norma, no tiene que ser todo terror, posesiones y expulsiones. El mejor ejemplo de que la convivencia entre vivos y muertos es posible está en la inclasificable Bitelchús. Tim Burton convirtió a Geena Davis y Alec Balwin en unos fantasmas demasiado amables para provocar que los nuevos inquilinos huyan despavoridos. Y eso que lo intentan. La casa cumplía con casi todos los requisitos para ser la típica vivienda encantada terrorífica. El problema es que sus ocupantes incorpóreos tenían buen corazón y cierto sentido del ritmo.

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