Zugaza: Los museo son lugares en los que se busca la experiencia individual

  • La experiencia del arte en los museos no tiene que ver con ninguna otra manifestación colectiva de entretenimiento, sino que son lugares en los que se busca una experiencia individual con la obra de arte, en opinión del Miguel Zugaza, director del Museo del Prado.

Mila Trenas

Madrid, 2 jul.- La experiencia del arte en los museos no tiene que ver con ninguna otra manifestación colectiva de entretenimiento, sino que son lugares en los que se busca una experiencia individual con la obra de arte, en opinión del Miguel Zugaza, director del Museo del Prado.

Con la conferencia "La democracia en el museo", Zugaza participó hoy en la primera jornada del Curso de Verano de la Universidad Complutense "El Grand Tour de los museos", que, dirigido por Francisco Calvo Serraller, se celebra en el Museo del Prado.

En ella, realizó un repaso por la historia y por la evolución que estas instituciones han experimentado durante los últimos años. En su opinión, los museos son instituciones estrictamente contemporáneas, que no han cambiado desde su creación en la era revolucionaria.

Siguen cumpliendo con la misma misión para la que fueron creadas: la conservación intelectual y material de los testimonios heredados del pasado y la puesta en valor de su originalidad ante la sociedad.

"El acceso libre de los ciudadanos a las obras de arte del pasado, a los más bellos objetos creados por el hombre a lo largo de la historia, cuyo conocimiento y disfrute estaba restringido con exclusividad a grupos sociales concretos y reducidos" es lo que se llama "la democratización del arte".

El director recordó que a principios del siglo XIX España se puso de moda en Europa y la existencia del Museo del Prado contribuyó a que escritores y artistas emprendieran un tour a nuestro país, entre ellos Edouard Manet que aquí se encontró con Velázquez, al que llamó "el pintor de pintores".

Zugaza consideró que Las Meninas "además de un cuadro, es un museo en sí mismo; o más, es el emblema de todo museo". De hecho, durante años, la obra se expuso en soledad en una sala independiente.

A pesar del interés que despertó en Europa, "cierta indiferencia de la sociedad hacia el Prado se prolongó hasta muy entrado el siglo XX" y recordó que durante la Segunda República se pusieron en marcha las Misiones Pedagógicas.

"Una ejemplar experiencia" que llevó por los pueblos una exposición itinerante formada por copias de las obras maestras del Prado realizadas por Ramón Gaya. "Los cuadros buscaron así fuera del museo el contacto con la sociedad".

Pero este contacto no llegó hasta mucho más tarde y ejemplo es que cuando en la Guerra Civil se sacaron las obras del Prado para trasladarlas fuera de España con el fin de protegerlas "la sociedad lo contempló con indiferencia, nadie se agolpó a las puertas".

Miguel Zugaza señaló que la realidad entró entonces con todo su dramatismo en el Prado, como se puede apreciar en las imágenes que proyectó durante la conferencia en las que aparecen las paredes vacías y los restos de los clavos donde estaban colgadas las obras de arte.

Tras la segunda guerra mundial se inició el cambio, que fue más grande a partir de los años setenta. "Se produce entonces el fenómeno internacional de la masificación de los museos", afirmó

Con la "socialización del arte, se alcanza la plena democratización del mismo", comentó Zugaza para quien en España este fenómeno coincidió con la llegada de las libertades democráticas.

En el Prado se vivieron dos importantes sucesos: la llegada del Guernica de Picasso a España y la celebración de la exposición que se le dedicó en 1991 a Velázquez.

A partir de entonces "cambio la forma de relación de la sociedad española con los museos. Los españoles recuperaron el Prado al mismo tiempo que sus libertades".

En la actualidad, el Paseo del Arte que forman el Prado, el Reina Sofía, el Thyssen-Bornemisza y otros centros como CaixaForum o Fundación Mapfre, se ha convertido en un lugar visitado por más de seis millones de ciudadanos al año.

Según Zugaza, los amantes de Velázquez no animan sus obras con cánticos y soflamas; ni corean al unísono el estribillo de una canción de moda; ni, todavía menos, pierden el sentido de la gravedad y la orientación como si se deslizaran por una montaña rusa.

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