Ataques aéreos y nostalgia en el portaviones estadounidense "Truman"

La sala de oficiales del portaviones "Harry S.Truman" recrea el estilo de vida estadounidense, con sus gofres, sus panqueques y un partido de béisbol por televisión. Pero fuera de las horas muertas lanzan bombas desde los aviones contra los yihadistas.

En misión desde mediados de noviembre, el portaviones "Truman" debía regresar a Norfolk, en la costa este de los Estados Unidos, pero su labor se prolongó un mes más debido a la intensificación de la campaña contra el grupo yihadista Estado Islámico (EI).

Sin embargo, el cansancio y las ganas de volver a casa reinan entre los 5.000 miembros de la tripulación.

En las entrañas del portaviones "Truman", una inmensa fortaleza flotante, los responsables de preparar los misiles guiados por láser y GPS trabajan 16 horas al día, todos los días de la semana.

Durante la preparación de la operación militar, algunos de los equipos prácticamente no vieron la luz del día en seis meses.

Pero quejarse no forma parte de la cultura del "Truman". Hasta el rezo de la noche, que se escucha a través de los altavoces de todos los rincones del portaviones, termina con la frase "Dadles su infierno".

"Siempre hay un vacío en el estómago cuando los chicos se enteran de que no volvemos a casa como esperábamos, pero después de un día o dos lo aceptan porque ven que estamos marcando la diferencia", explica Jim McDonald, oficial responsable de armamentos.

La asignación en el "Truman" es la primera misión de combate para Tom Flynn, joven teniente y miembro del escuadrón VFA-13, conocido como "Puking Dogs", literalmente los perros que vomitan.

"No hablaré de alegría, pero es una satisfacción poner a prueba todos estos años de entrenamiento. Te entrenas de manera muy dura para asegurarte de que no serás pillado por sorpresa", explica.

Cuando este piloto está a los mandos de su F18, está en manos del controlador del puente, Chad Clark, encargado de poner en posición su avión sobre la catapulta.

Chad Clark tiene que comprobar que cada uno hace su trabajo como debe en medio del ruido ensordecedor de los despegues de aviones, capaces de pasar de 0 a más de 265 km/h en menos de dos segundos.

"Es una especie de caos organizado. Somos un poco como los 'quarter-backs' (jugadores de fútbol americano) que dirigen el juego a sus compañeros", explica Clark.

Igual de largo que el Empire State Building lo es de alto, el puente del "Truman" cubre 18.200 metros cuadrados, aunque sólo una minoría de la tripulación trabaja en él. La mayoría de los miembros se encuentran debajo, encargándose de las tareas de apoyo, que van desde el peluquero al cocinero encargado de preparar cerca de las 20.000 comidas diarias.

Para romper la monotonía, los miembros de la tripulación ven películas, juegan al ajedrez y incluso organizar un concurso de canto para seleccionar al "ídolo Truman".

Pero hasta el almirante Bret Batchelder, uno de los oficiales a bordo, reconoce tener nostalgia de su país después de estar siete meses en el mar.

"Los marinos aguantaron bien la prolongación de su misión pero sus corazones están en sus hogares", asegura este veterano de Afganistán e Irak, que espera volver pronto a su ciudad natal en Colorado.

"Voy a subir a las cimas de las Montañas Rocosas", dice a la AFP, impaciente de "pescar, cazar y simplemente pasar tiempo en familia".

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