Pandilleros se redimen por el trabajo en una hacinada cárcel salvadoreña

"Nos arrepentimos de nuestros delitos y ahora demostramos que podemos trabajar", asegura José Novoa, un exmiembro de la Mara Salvatrucha quien, al igual que otros pandilleros activos o retirados, ha puesto fin al ocio en el penal de Apanteos, un modelo dentro del hacinado sistema carcelario salvadoreño.

De piel trigueña, delgado y con tatuajes que son huella de una década de vida pandillera, Novoa se presenta ahora como un maestro del taller en que un grupo de reos confecciona coloridas hamacas, en el sector dos del presidio.

Ahí conviven 335 "retirados" de las pandillas Mara Salvatrucha MS-13 y Barrio 18.

"Para mí este cambio ha sido importante", admite Novoa, de 36 años, mientras entrelaza hilos azul y blanco para confeccionar una hamaca que espera concluir en tres días y vender en 25 dólares.

Novoa ingresó a la pandilla cuando tenía 14 años, pero decidió retirarse a los 26. Desde 2005 fue condenado por los delitos de homicidio y extorsión a una pena de 55 años que cumple en Apanteos.

La transformación del presidio, ubicado en la periferia de Santa Ana, en el oeste del país, empezó en 2011 en el marco del programa "Yo Cambio", el cual capacita a los reclusos en el oficio de su preferencia para que una vez que cumplan su condena, puedan reincorporarse a la vida productiva y alejarse del delito.

El coordinador de los retirados de las pandillas, Walter Ramos, no oculta su orgullo al proclamar la cifra: "somos 335 y no hay uno solo de ellos que no esté integrado a alguna actividad".

"Es una nueva oportunidad, para que la gente vea que no somos la escoria de la sociedad", resume Ramos a la AFP.

La dinámica ahora es que "el que sabe enseña al que no sabe" y "con mucho orden, disciplina y trabajo logramos cero ocio carcelario", manifiesta la directora del centro penal de Apanteos, María Isabel Baños, quien tiene a los internos separados por sectores.

"El Yo Cambio ha venido a revolucionar el penal, antes era el segundo más conflictivo, hoy hay paz porque todos nos encontramos ocupados", admite Alex Corado (38), un reo común que coordina la reproducción de tilapias en estaque.

A las tareas productivas, de recreación, o de "arte y cultura" también se sumaron los 336 pandilleros activos de la Mara Salvatrucha (MS) que mantienen una limpieza "impecable" en el sector ocho del presidio.

Mientras unos pandilleros leen y desarrollan tareas de la escuela, otros se reúnen para hacer ejercicios en un improvisado gimnasio con pesas que ellos mismos hacen con botellas llenas de agua.

"Me siento satisfecho con el curso de árbitro de fútbol, aunque sea para pitar aquí internamente para la charamusqueada" (juego informal), declara a la AFP el responsable del sector de la MS, Ángel Menjívar (32), quien para no revelar su prolongada condena dice: "aquí viviré".

El penal de Apanteos alberga una población de 4.758 internos aunque el espacio es para 1.800 personas, por lo que el hacinamiento es de 164,3%.

Apanteos, una antigua planta procesadora de café convertida en cárcel en 1996, era hasta 2009 uno de los presidios más "problemáticos" con constantes riñas.

Un reciente estudio de la Universidad Centroamericana estimó que la actividad productiva de Apanteos es una "situación sin precedentes en la historia del sistema penitenciario".

En el régimen penitenciario abierto, según el director de Centros Penales, Rodil Hernández, unos 900 internos en fase de confianza salen a reparar escuelas, y a borrar grafitis de pandillas, mientras que en régimen cerrado los reos de Apanteos son el ejemplo para todo el sistema que tiene 35.003 internos pese a que su capacidad instalada es para 10.000.

En Apanteos, nadie escapa al olor inconfundible del pan recién horneado. El aroma inunda buena parte de la prisión.

"Aquí hacemos pan para todos los internos", comenta el responsable de la panadería escuela, José de La Cruz, que ya ha pasado en presidio nueve de sus 33 años de condena por violación.

El penal también posee una granja con 1.762 gallinas y pollos y un área de huertos que aportan hortalizas para la dieta de los internos.

A la tendencia autosuficiente del penal, se suma la cocina escuela que trabaja con 228 reclusos, quienes se encargan de preparar desayuno, almuerzo y cena.

Y en el más apartado rincón del penal se halla un laboratorio donde cuatro internos fabrican desinfectantes, ungüentos para prevenir hongos en la piel y hasta la pintura con la que se pintó el penal.

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