Fue la boda de Meghan: interracial, sencilla y vibrante ante un pueblo feliz

  • En el enlace hubo música gospel, un reverendo americano, Michael Curry, que causó sensación y estrellas de Hollywood para un perfecto cuento de hadas.
El Príncipe Harry y Meghan Markle se besan al salir de la Capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor (EFE / EPA / NEIL HALL)
El Príncipe Harry y Meghan Markle se besan al salir de la Capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor (EFE / EPA / NEIL HALL)
El Príncipe Harry y Meghan Markle se besan al salir de la Capilla de San Jorge en el Castillo de Windsor (EFE / EPA / NEIL HALL)
A la salida del templo se escucharon los vítores de la multitud y se besaron ante los gritos de los allí congregados, antes de bajar por la escalinata cogidos de la mano.

Fue la boda de Meghan. Interracial, moderna, inspiradora y cercana. El impresionante coro de gospel, un reverendo, Michael Curry que causó sensación y la habilidad de la reina Isabel II para ocupar un segundo plano, al igual que toda la Casa Real Británica, fueron las notas más llamativas. Todo lo eligió Meghan. Hasta un vestido tan sencillo que quedó lejos del de Kate, tal vez, como si ese fuera el objetivo. Markle, de 36 años, lució un elegante y sobrio vestido blanco con largo sujetado por una tiara, diseñado por la británica Clare Waight Keller, de la casa francesa Givenchy.

Los más nerviosos en el evento fueron ellos: Harry y Guillermo, que pasearon antes de entrar en la Iglesia ante un público entregado, que recordó, seguro, a Diana, la gran ausente. Seguramente, la boda habría sido de su gusto, porque Meghan tiene mucho de ello, aunque desborde seguridad y estilo. Las cámaras, actriz como es, no le asustan. Su mirada a la hora de dar el sí quiero es la imagen del enlace.

La prometida de Enrique entró sola en la capilla acompañada por diez niños que hicieron las veces de damas de honor y pajes, entre ellos el príncipe Jorge y la princesa Carlota, hijos de los duques de Cambridge, hasta que el príncipe Carlos, heredero al trono, la tomó del brazo para conducirla hasta el altar. El príncipe Enrique, sexto en la línea de sucesión a la corona, llegó a la capilla vestido con el uniforme del regimiento de caballería Blues & Royals del Ejército británico. Markle llegó al templo en un antiguo Rolls-Royce Phantom IV, que la llevó desde el hotel Clividen, ubicado cerca de la ciudad de Windsor y donde pasó la noche con su madre, Doria Loyce Ragland.

Los alrededores se convirtieron en toda una alfombra roja con celebridades de Hollywood (Clooney y Beckham, de los primeros en llegar, fueron vitoreados como pocos), de la televisión y del deporte. Por expreso deseo de Harry no hubo políticos, y la presencia de casas reales brilló por su ausencia. Esa no era la boda que quería Meghan. Su madre, tan elegante como bella, fue una de las más emocionadas. 

La reina Isabel II volvió a impactar con un traje color verde chillón (en la de Guillermo fue de amarillo), pero a partir de ahí hizo gala de discreción acompañada de su marido.

Con un tiempo que acompañó la fiesta, Harry, nieto de la reina Isabel II, y Meghan Markle fueron declarados marido y mujer por el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, a las afueras de Londres.

Los novios intercambiaron los votos matrimoniales y los anillos ante una congregación de 600 personas. El anillo de Markle estaba diseñado con oro de Gales por la joyería Cleve & Company. La alianza de Enrique era de platino.

El primado de la Iglesia Episcopaliana de Estados Unidos, Michael Curry, fue otro de los protagonistas del enlace. Su elección también fue de la novia, que escuchó entre sonrisas un apasionado discurso, que sorprendió por las formas a lo King, sobre el poder del amor para "ayudar y curar".

"Hay poder en el amor. El amor puede ayudar y curar cuando nada más puede hacerlo", dijo el reverendísimo afroamericano, antes de hacer reír a la congregación al afirmar que "dos jóvenes se enamoran y todos nos presentamos" en la capilla. Sí es lo que pasó. Un cuento de hadas con final feliz que ha tenido en vilo a medio mundo. La Monarquía británica se renueva con buenos bríos. La ceremonia, a Diana, le habría gustado.

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