Chamela, la comunidad mexicana de pescadores arrasada por poderoso huracán Patricia

  • El huracán Patricia soltó su furia sobre Chamela, que era un caserío de Jalisco (oeste de México) habitado por unas 40 familias de pescadores y jornaleros hasta que el viernes el poderoso ciclón hizo volar los techos de sus humildes casas dejando escombros y una sensación de abandono.

Aunque los daños registrados por el considerado huracán más potente de la historia han sido relativamente menores en el conjunto del país, para los habitantes de Chamela el meteoro sí tuvo las dimensiones catastróficas que las autoridades temían.

El esqueleto de sencillas casas autoconstruidas con madera o ladrillos con techos de palma y hojalata y robustos árboles en el suelo son la prueba de que esta comunidad serrana pegada al Océano Pacífico estaba a sólo 20 km del punto en el que el intenso huracán de categoría 5 tocó tierra.

"Nos hace falta de todo. ¡No tenemos nada! Mi patrimonio se acabó", decía desesperada a la AFP Griselda Hernández, mientras barría el suelo de su casa sin techos ni paredes donde sus hijos pequeños jalaban una pequeña colchoneta entre los escombros.

"Nada más vea en dónde van a dormir mis niños", se lamentaba Griselda sin dejar de repasar con la mirada su casa derrumbada, situada al pie de una montaña en la que han sido construidas casas turísticas de lujo con espectacular vista al mar.

Las autoridades "se olvidaron de nosotros", estalló esta vecina de Chamela bajo la mirada de algunos de sus vecinos que también lo perdieron todo y la tarde del sábado no tenían ni agua ni comida.

"Ha pasado mucho gobierno por la carretera pero 'nomás' toman fotos y video. No se bajan a preguntar si nos hace falta comida, si nos hace falta agua", coincidía Fernando Contreras, otro habitante de esta pequeña comunidad.

La mayoría de los habitantes de Chamela, que fueron evacuados la noche del viernes en refugios, llevan más de 20 años viviendo en este caserío que construyeron ellos mismos ladrillo a ladrillo, cuenta Roberto Guzmán, dueño de otra de las casas destruidas.

De espaldas a las bardas colapsadas de su hogar, Guzmán confesaba sentirse "muy triste".

"Esta vez fue demasiado viento" y reconstruir la casa tomará tiempo, afirmaba Guzmán. Primero deberá "ir a traer varas del cerro para hacer una de lámina de cartón hasta que poco a poco pueda comprar ladrillo", pensaba en voz alta.

A través de caminos cortados por árboles y ramas caídas, se llega a Emiliano Zapata, otra de las comunidades cercanas al punto por el que entró el ojo de Patricia la tarde del viernes.

Aunque a primera vista no luce tan desolador como la ranchería de Chamela, muchos de los habitantes más pobres de Emiliano Zapata también sufrieron pérdidas totales.

"Me dejó todo hecho un desmadre, el viento me acabó toda la casa. (El huracán) Jova de 2011 me la dañó también, pero con este me fue peor", comentaba Paulino Loera, un campesino de 75 años, sentado afuera de su casa con un techo que era de tejas y que está a punto de derrumbarse, como su esperanza de que el gobierno lo ayude.

Cerca de Emiliano Zapata se encuentra el pequeño y turístico pueblo de La Manzanilla, adonde se trasladaron tropas del ejército y bomberos que ayudaban a liberar las vías bloqueadas por árboles, techos de palma y postes de electricidad derrumbados.

Unas 100 casas fueron afectadas por inundaciones, y 27 totalmente destruídas.

Cientos de cocos y palmeras caídas yacían en el atrio de la iglesia del pueblo, ubicada frente al mar, donde los santos de porcelana del altar se rompieron.

"El aire y el agua entraron con tremenda fuerza. Rompieron el gran ventanal y echaron abajo el portón de la iglesia", relató Apolinar, un anciano que con una escoba se esforzaba por sacar el agua del recinto, donde se refugió cuando pasó Patricia.

"Cuando llegó el huracán era como un zumbido, nos aplastaba. Yo nomás oía ese aire tan terrible que volteó hasta una lancha con motor que estaba estacionada en la calle", recordó.

En las playas de La Manzanilla había vidrios y peces muertos que, bajo el resurgido sol, empezaban a despedir un olor fétido, mientras que los bares y restaurantes estaban todos cerrados y con daños.

Algo parecido pasaba en el poblado de Barra de Navidad, donde grandes árboles que bloqueaban la ruta eran removidos con maquinaria pesada.

Su pintoresco bulevar costero, usualmente transitado por numerosos turistas y extranjeros jubilados, lucía este sábado casi desierto.

"Desde hace dos días que no vendemos nada. La lluvia espantó a los clientes", manifestaba Esther González, mientras barría las ramas y arena que fueron arrastradas hasta la puerta de su tienda de trajes de baño.

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