Mayor golpe al narcotráfico en Madrid

El negocio no decae en la Cañada Real: trasiego de toxicómanos con mascarilla

En el sector seis nadie sabe nada y nadie ve nada. Niños jugando en la calle rodeados de drogadictos guiados por machacas y aguadores marcan el día a día del conocido supermercado de la droga en Madrid. 

Cañada Real
La Cañada Real, el mayor supermercado de la droga de Madrid. 
Europa Press

La Cañada Real, situada a las afueras de Madrid, es desde hace décadas el mayor supermercado de la droga de la capital donde los clanes del narcotráfico campan a sus anchas. La última familia al frente del mayor negocio hasta la fecha sufrió un duro golpe la semana pasada en una operación policial que acabó con el clan de los Kikos, que llegaba a suministrar cerca de 200 dosis diarias de estupefacientes a un trasiego constante de drogodependientes que pese al confinamiento nunca ha parado. Llegan en coche particular, en autobús, en las denominadas cundas -taxis de la droga- o andando, y la única diferencia que hay con hace ahora un año es que muchos llevan mascarilla. Es uno de los requisitos que tenía este clan ahora descabezado en su peculiar punto de venta, el mejor situado del polémico sector seis con carteles de los horarios del autobús, de las ofertas del día y un recordatorio que para pedir en la ventana había que llevar "la mascarilla puesta". 

La ley del silencio impera en el sector VI donde los niños juegan a las puertas de las chabolas o pequeñas construcciones, muchas ilegales, al mismo tiempo que los 'machacas' y 'aguadores' están alerta las 24 horas del día, los siete días de la semana. Son los encargados de controlar la entrada a los puntos de venta de droga y de dar la voz de alarma ante cualquier coche sospechoso. No sería la primera vez que son los más jóvenes de cada familia los que se acercan a un vehículo para preguntar que están haciendo si no les resulta familiar (vecino o comprador habitual). "Un kilómetro antes de llegar ya están dando la voz de aviso", relatan fuentes de la investigación de la denominada como 'Operación Maíz' a La Información

No en todas las chabolas y viviendas de esta peculiar calle rodeada de campo se vende droga, pero sí son numerosos los clanes que se benefician de su estratégico posicionamiento, rodeados de campo y con una única vía de acceso desde la A-3  para hacerse fuertes en el negocio. Los toxicómanos son el indicativo inequívoco de que cerca hay un punto de venta de droga. Muchos intentan esconderse entre la maleza para consumir. Otros buscan tuberías viejas o montones de chatarra para satisfacer cuanto antes la necesidad que les ha llevado hasta allí. 

Un silbido es la señal que indica que deben terminar o esconderse mejor si no quieren que un agente de policía le descubra consumiendo en la vía pública y le proponga para sanción. La primera vez se enfrenta a mínimo 600 euros de multa. Muchos se han gastado 10 euros, no más y para nada se acuerdan de la mascarilla con la que las que otras fuentes policiales aseguran suelen llegar. Cada vez tienen menos 'fumaderos', puntos en los que además de comprar se pueden quedar a consumir bajo un techo. Operación a operación la policía los va desmantelando, pero "alguno queda". 

Este último golpe al clan de los Kikos, sucesores de los Gordos -son familia-, es el más importante asestado al narcotráfico en Madrid, pero no acaba con el negocio de la droga en la zona. "Rotundamente no", aseguran a este medio. "Para que eso suceda habría que acabar con todas las construcciones ilegales que hay y por el momento es una utopía", dicen los que conocen la zona al milímetro. Lo que sí se ha cerrado es el mayor punto de venta hasta el momento que ni con la pandemia notó mermar sus ingresos ingeniándoselas para llevar la droga a las puertas de las casas de sus clientes "utilizando probablemente algún salvoconducto de trabajo de alguien"

Sí encontraron un problema a la hora de llenar su guardería (lugar donde esconden la droga), algo que a la larga supone un menor ingreso -llegan a tener más clientes que cualquier narcopiso de la región-. Quizá por eso en los últimos meses el clan de los Kiko se ha preocupado mucho de adquirir más cargamento de sustancias en previsión de un nuevo estado de alarma que les impidiera moverse como pez en el agua. Eso ha jugado en su contra ya que en el momento de la operación la droga incautada ha sido mucha más de la que los propios agentes se esperaban. Se creían intocables, hasta que los agentes llamaron a su puerta para derribarla. Y no una, sino tres acorazadas. Pero antes de esto, meses de investigación hasta poder judicializar algo que era más que evidente para los que conocían la zona: el punto de venta que más vendía.

"Los toxicómanos era el primer sitio que se encontraban donde podían encontrar sustancias" y muchos "no querían adentrarse más en la zona para irse rápidamente o se dejaban llevar por las ofertas". Tal era la avalancha de clientes que hasta los propios aguadores hacían a veces de aparcacoches "vigilando así en todo momento que la vía estaba despejada y a todo el que llegaba". Ahora los agentes han logrado tapiarlo, que no derribarlo porque "en la planta de arriba encontramos a un hombre que asegura vivir allí, lo que impide poder tirar la vivienda". Todo hace pensar que se trata de alguien pagado por los Kikos para seguir manteniendo en pie una construcción con todo lujo de detalle para el comprador. En su interior, un dormitorio, una cocina y una sala para que el que hubiera llegado hasta allí -previsamente un vigilante te deja entrar al recinto y otro a la casa- pudiera consumir en unos bancos desde los que se leían el listado de productos del momento, sus precios o el horario de los autobuses. 

"No todos los sitios donde se venden droga en la Cañada Real están tan protegidos" ni ofrecen "tantos servicios". Lo que sí es habitual, sea en esta construcción, sea en una chabola más débil, es encontrar ayuda para el transporte, bien horario bien teléfonos de las cundas que aunque ya hay muchos menos, todavía queda alguno de esos coches que recoge a los toxicómanos para llevarles ante la falta de taxistas que se atrevan a entrar en la zona. En las últimas operaciones la policía ha ido desmantelando este servicio ilegal que partía de zonas madrileñas como Arganzuela o Embajadores. Cuando se cortó ese flujo empezaron a salir vehículos desde Vallecas, pero "hicimos muchas vigilancias" dejándolos también fuera de juego. Los toxicómanos empezaron a utilizar más el autobús, que aunque les deja a dos kilómetros de esa carretera que da acceso al mayor supermercado de la droga de Madrid "andan lo necesario para llegar".

Los agentes que cada día se sitúan en la rotonda por la que hay que pasar para acceder o salir de la Cañada y haciendo controles aseguran que el número de vehículos cunda ha decaído, que no el de particulares. Y de todas las marcas. Algunos son parados por inspecciones rutinarias y así logran incautar pequeños alijos que muchas veces no pasan de 10 euros, dependiendo también de la fecha del mes en la que se produzca. Muchos iban dando la pista poco a poco del gran negocio que era esa casa bunkerizada donde, como es habitual, se intentó quemar toda la droga para evitar que la descubriera la policía. Pero no lograron hacerlo encontrando billetes y restos de droga en medio de las cenizas dentro en un bidón. Nada más escuchar que se derribaba la primera puerta empezó un fuego que casi acaba con la vida de los ahora detenidos, que no abrían la puerta -las cerraduras estaban por dentro- hasta que la tiraran abajo con una radial. 

Y pese al humo negro que salía de la vivienda, las sirenas, la veintena de agentes antidisturbios que vigilaban la casa para evitar posibles represalias de otros miembros del clan y las horas y horas de registros  ninguno de los vecinos de ese sector seis -de un kilómetros de extensión y el más peligroso de los diez que forman los 16 kilómetros de toda la Cañada y que abarca desde Coslada hasta Rivas- sabe nada. Junto a los puntos donde se venden droga -cada vez hay menos pero "cerramos uno y se abre otro"-  viven familias que por miedo a represalias "solo saben de lo suyo". Muchos conversan en la calle con el padre Agustín Rodríguez, párroco de la iglesia Santo Domingo de la Calzada en la que no más de diez feligreses suelen acudir a las misas. 

En conversación con La Información este religioso analiza el día a día de sus feligreses en plena pandemia sanitaria. Asegura se trata de una población que "ya vive un aislamiento considerable" y ante la pandemia "se ha convertido en una ventaja ante los contagios", puntualiza. Rodríguez habla del sector seis como uno de los más deprimidos, "o el más". Relata que mucha vida de los vecinos se hace en una calle a la que llegó en 2007 y se encontró unos problemas cotidianos del día a día -vivienda, agua, luz, transporte, integración social, empleo- a los que hay que sumar los del narcotráfico. "Las intervenciones policiales son constantes y los vecinos viven con ello", puntualiza. Pese a todo "nos movemos con respeto y sin miedo". Pese a sus 25 años trabajando con drogodependientes cuando llegó "me llamó la atención la magnitud del problema porque aquí venía población de todo Madrid". Algunas imágenes le "sobrecogen", prefiriendo no entrar en detalle de las historias que como párroco atiende. 

Si echa la mirada atrás lo que ve ahora, que antes no había es "un plan sobre la mesa para actuar", "una implicación por parte de las administraciones". Quiere recordar que el pacto que se firmó para ayudar a la zona se hizo con la aprobación de todos los partidos políticos "algo que merecería la pena ahora recordar en plena crisis por el coronavirus". Ve un logro en un autobús lanzadera puesto en marcha para "ayudar a los estudiantes de secundaria a continuar sus estudios". En paralelo, los agentes de policía continúan con nuevas operaciones encima de la mesa para evitar que la Cañada se convierta en el mayor supermercado de la droga de España "incluso Europa si no actuamos". 

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