Días enteros sin despegarse de "la puerta" macedonia

  • Cuando Zahraa Alshibly cierra los ojos sueña con "reabrirlos en Suecia". Pero lo hace en Idomeni, en la frontera greco-macedonia, donde esta iraquí de 16 años lleva diez días bloqueada a la espera de poder proseguir el viaje.

No se atreve a alejarse del cierre que separa los dos países en este lugar ni de la pequeña puerta hendida en la alambrada que se abre una o dos veces por día, o ninguna. Para dejar pasar a entre 50 y 300 personas a Macedonia y en contadas ocasiones unas pocas más.

"Al despertar (el lunes) nos enteramos de que la frontera se abrió al alba. Dormíamos y no supimos nada", lamenta la adolescente que viaja con su madre, su hermana, su cuñado y sus dos sobrinos.

A su llegada al campamento de Idomeni (norte) hace diez días, la familia heredó un número, el "196", por lo que normalmente pronto les tocará cruzar la frontera. Siempre que estén en el sitio correcto en el momento adecuado.

"Los macedonios nos avisan en el último momento", se queja un policía griego que se pasa el día escuchando la misma pregunta: "¿Sabe usted si van a abrir? ¿Cuando?"

Hartos de esta situación, unos 300 iraquíes y sirios, entre ellos mujeres y niños, forzaron el cordón policial griego y echaron abajo una parte de la alambrada. Los policías macedonios respondieron con gases lacrimógenos.

En cuanto la calma se restableció, Zahraa y sus familiares decidieron colocarse cerca del lugar de paso, abandonando la tienda de campaña de los alrededores en la que vivían.

En las cercanías del principal campamento de Idomeni y de sus blancas carpas colectivas, previstas para menos de 2.000 personas, se multiplican las lonas suministradas por las oenegé. Sobre todo desde que los países de los Balcanes y Austria filtran las entradas en su territorio. Más de 7.000 personas esperan para cruzar la frontera.

Entre ellas figura Faisal, un sirio de 30 años con las dos piernas amputadas por un bombardeo en Damasco que viajó con dos prótesis de "cuatro kilos cada una" gracias a la ayuda de su amigo Hasán, explica.

Forman parte del grupo más cercano a la puerta abierta en la alambrada. Hay 200 personas, de las cuales algunas llevan tres días sin moverse, apiñándose por la noche para dormir bajo un toldo.

Todos ellos son sirios o iraquíes. Los afganos y los solicitantes de asilo de otras nacionalidades parecen haber abandonado el campamento ante el rechazo de Macedonia a acogerlos. Recurren a los traficantes de seres humanos o vuelven a Atenas.

Los sirios e iraquíes que quieren proseguir el camino hacia Austria o Alemania deben presentar documentos de identidad a las autoridades. No todos los tienen.

Zaraah y los suyos salvaron de milagro la documentación de entre los escombros de su casa de Bagdad, destrozada por la explosión de una bomba en un supermercado cercano, explica la adolescente. Eso fue en diciembre.

Los seis quieren llegar a Suecia, donde estudia uno de los hermanos de Zaraah.

Pero ella tiene una duda: un agente del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) le comentó un programa que costea los gastos de avión para una acogida en un país europeo...

Se trata del plan de la UE para intentar gestionar de forma colectiva la crisis migratoria. De los 160.000 beneficiarios, menos de 600 fueron realojados desde el otoño.

Pero no podría elegir el país de acogida. "Eso equivale sin duda a no ir a Suecia", reflexiona Zaraah en voz alta.

"Hay que ponerse en su lugar", dice una empleada de ACNUR que pide conservar el anonimato. Llevan semanas en la carretera con un objetivo, a menudo reunirse con familiares en un país europeo y "se les pide que cambien de planes..."

Zaraah echa un vistazo a la frontera, al lodo que rodea las tiendas de campaña, de donde sale el ruido del llanto de niños. Dentro de un rato irá a informarse sobre ese programa.

smk/pt/erl/mb

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