El Faraón se enfrenta a la peor de sus condenas

  • El expresidente de Egipto Hosni Mubarak, que durante 30 años gobernó el país con una mano de hierro que le valió el apodo de Faraón, afronta desde hoy un juicio que ya supone para él la peor de sus condenas: el repudio por parte de sus propios ciudadanos.

Belén Delgado y Enrique Rubio

El Cairo, 3 ago.- El expresidente de Egipto Hosni Mubarak, que durante 30 años gobernó el país con una mano de hierro que le valió el apodo de Faraón, afronta desde hoy un juicio que ya supone para él la peor de sus condenas: el repudio por parte de sus propios ciudadanos.

Mubarak se enfrenta a la acusación de planear ataques contra los manifestantes durante la Revolución del 25 de Enero, que le obligó a abandonar el poder el pasado 11 de febrero.

Durante 30 años, Mubarak gobernó Egipto -el país más poblado del mundo árabe- con severidad, pero al mismo tiempo con grandes dosis de paternalismo, que le llevó a considerar a los egipcios como sus "hijos", que necesitaban a un padre fuerte que los guiase.

Nacido en 1928 en el Delta del Nilo, se hizo piloto de combate y en 1973 desempeñó un papel trascendental en la guerra del Yom Kipur contra Israel como jefe de la Fuerza Aérea egipcia.

Ocupó ese cargo hasta 1975, cuando el entonces presidente, Anuar El Sadat, le nombró su vicepresidente. En 1981, el asesinato de Sadat le convirtió repentinamente en presidente.

Desde entonces, el "rais" (presidente en árabe) Mubarak gobernó ininterrumpidamente Egipto sin una ideología definida ni gran carisma, pero con una habilidad especial para esquivar atentados y perpetuarse en el poder.

Recogió el legado de Sadat y quiso convertirse en el gran mediador de Oriente Medio al mantener la paz con Israel, lo que -unido a la ayuda de Estados Unidos- le permitió labrarse una reputación de estadista y convertirse en el aliado de Occidente en la región.

En el interior del país, ejerció un control férreo, ayudado por la Ley de Emergencia, vigente durante todo su mandato y utilizada para contener la ola de terrorismo islámico que sacudió Egipto en los años 90 y para barrer la oposición política a su régimen.

Con la excusa de la lucha antiterrorista, dicha ley suspendió las libertades de prensa y asociación, amplió los poderes de los órganos de seguridad y anuló derechos civiles y políticos.

En materia económica, Mubarak propugnó la liberalización, pero sin tocar los subsidios a los productos básicos para garantizarse la paz social.

Egipto vivió años de estabilidad en los que las elecciones, amañadas con descaro, se redujeron a una mera ratificación del gobernante Partido Nacional Democrático (PND).

Sin embargo, poco a poco, la falta de libertades, la corrupción, las crecientes diferencias sociales y la pobreza (cerca del 40 % de los 80 millones de egipcios viven con menos de dos dólares al día) hicieron que la oposición ganara terreno, en especial los islamistas Hermanos Musulmanes.

La represión del islamismo y el empeño de Mubarak en mantener la paz con Israel también le valieron la enemistad de muchos egipcios.

En 2005, Mubarak -presionado, al parecer, por EEUU- dio señales de apertura y permitió la concurrencia de varios candidatos a las elecciones presidenciales, una novedad ya que hasta entonces él era elegido por plebiscito.

En las elecciones presidenciales de 2005, los egipcios pudieron votar a otros, aunque el 88,5 % de los que acudieron a las urnas (votó menos de una cuarta parte de los convocados) optó por Mubarak.

La continuada falta de democracia, la represión policial, y la absoluta falta de horizontes económicos fue germinando en la población un malestar que alcanzó la indignación al constatar que el "rais" colocaba a su hijo Gamal dentro del PND para postularlo probablemente como sucesor

El 25 de enero, comenzó en Egipto una ola de protestas inspiradas en la revuelta de Túnez y convocadas, entre otros medios por internet, que pedían reformas políticas y económicas, y la dimisión del "rais".

Mubarak impuso el toque de queda, cambió el Gobierno, prometió reformas y anunció que no se presentaría a las elecciones presidenciales de septiembre, pero no logró con ello acallar las protestas y terminó renunciando a la Presidencia el pasado 11 de febrero tras 18 días de revolución.

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