El reto de respetar la cadena de frío y preservar vacunas en un país tropical

  • Emelea Diane Okai vive al lado del recinto que alberga la cámara frigorífica central para salir corriendo y encender el generador manual cada vez que se va la electricidad y evitar así que se echen a perder por culpa del calor tropical las más de 100.000 vacunas que almacena y que cuestan más de un millón de dólares.

Marta Hurtado

Koforidua (Ghana), 30 abr.- Emelea Diane Okai vive al lado del recinto que alberga la cámara frigorífica central para salir corriendo y encender el generador manual cada vez que se va la electricidad y evitar así que se echen a perder por culpa del calor tropical las más de 100.000 vacunas que almacena y que cuestan más de un millón de dólares.

"Las vacunas son como mis niños, hay que estar cuidándolas 24 horas al día, por eso vivo justo aquí al lado, para poder venir a la hora que sea a encender el generador", afirma, orgullosa, Okai, responsable del Servicio de Control de Enfermedades de la región del Este del Ministerio de Salud de Ghana.

Con una temperatura media anual de entre 21ºC y 32ºC, cualquier corte de electricidad puede ser fatal para un cámara que se mantiene a una temperatura regular de 4,4ºC.

Lamentablemente, los cortes de corriente en Koforidua son comunes, "cada semana tenemos uno, a veces incluso dos veces, y el corte puede durar todo el día", explica Okai, que no muestra mucha tribulación al respecto, porque confía en el generador manual que funciona a gas natural.

No obstante, las vacunas tienen todas una etiqueta con un punto de color lila claro, que en caso de exposición excesiva al calor se vuelve oscuro e indica que el producto ha perecido.

La cámara alberga todas las vacunas del sistema nacional de inmunización que deberán ser prescritas en los próximos tres meses a los niños de la región del Este: lo que incluye la tuberculosis, la fiebre amarilla, el sarampión, la pentavalente (difteria-tos ferina-tétanos-la gripe hemofílica tipo b (Hib)-hepatitis B), la poliomelitis y, desde la semana pasada, el rotavirus y el neumococo.

Muchas de estas vacunas se prescriben en formato unidosis en los países desarrollados, pero aquí pueden ser de hasta diez dosis "por falta de espacio", señala Okai, aunque no es lugar lo que falta, sino cámaras frigoríficas.

Hasta ahora, el gobierno ha comprado diez cámaras frigoríficas como la de Koforidua, de unos veinte metros cuadrados, "pero esto es sólo el principio", asegura Anton Aguey, el director del Programa Nacional de Inmunización.

"Pero las vacunas se pueden usar de forma continuada durante cuatro semanas si se usan adecuadamente, con lo que los envases multidosis no son un problema", confía Okai, algo que confirma Linda Appieh, trabajadora de salud de Amanfro, una de las personas que visita los hogares de la comunidad para hacer el seguimiento sanitario de sus ciudadanos.

Son diez para 4.183 personas, pero consiguen llegar a todos ellos, especialmente a los 40 niños que de media son vacunados cada mes.

"Por ejemplo, la vacuna pentavalente viene en un formato de diez dosis, podemos dar cinco hoy y si las tratas correctamente, guardarlas en las cajas de hielo y dar cinco dosis más dos días después", desgrana Appieh, quien de todas maneras se lamenta que necesitan más espacio, "especialmente ahora, con las vacunas del rotavirus y el neumococo".

La introducción de las vacunas del neumococo y el rotavirus se ha hecho de manera simultánea, una primicia en un país africano gracias a la ayuda de GAVI (La Alianza Mundial para la Vacunación y la Inmunización) formada por estados, el Banco Mundial, agencias de la ONU y donantes privados.

"Si tengo otro hijo, seguro que le pondré la vacuna del neumococo", explicó Benetta Azuru, madre de Aron, de 11 meses, que padeció neumonía a los 10.

Azuru tardó dos días en llevar a su hijo al hospital porque no creyó que fuera grave y podía curarlo con un medicamento que su marido compró en la tienda local. Cuando vio que el estado del niño se agravaba, buscó ayuda.

"Me asusté mucho, pensé que lo perdería, por eso si hay algo que puede prevenir que eso ocurra de nuevo, no dudaré", confesó, mostrando su conocimiento y convencimiento del sistema de inmunización.

Una opinión que comparte el Jefe de la comunidad, Robert Agyri-Mante, sentado bajo la sombra del árbol centenario: "Si eres fuerte puedes hacer cualquier cosa. Yo quiero que todos los niños de mi comunidad sean lo más fuertes posible, para ello tienen que estar sanos como robles".

En un pueblo cercano, Nkyenoa, se está llevando a cabo la sesión de vacunación infantil, donde las madres reciben educación sanitaria, nutricional y de planificación familiar, y los niños además de inmunizados, son pesados.

Adoki, de 9 semanas, sonríe tranquilo mientras su cuerpo pende de un arnés de tela colgado de una balanza de pie. Su peso es correcto para su edad, confirma la enfermera, algo que ya sabe su madre, Gosiade Didah, 34 años, que complementa la ciencia con la cultura tradicional.

Adoki lleva alrededor del cuerpo a la altura de la cadera un "bead", un collar de color rojo que es un adorno, pero también un mecanismo de control, pues si se ciñe paulatinamente a la carne, indica que el bebé está engordado.

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