En Röszke, un sacerdote húngaro combate en soledad el "miedo" al migrante

  • El cura de Röszke, una pequeña localidad húngara fronteriza con Serbia, predica con el ejemplo, movilizándose para albergar a refugiados, y contra el miedo al migrante, en un país donde el episcopado y la población son mayoritariamente hostiles.

"En mi opinión hay que aportar ayuda en estas situaciones. Debemos dar amor a estos migrantes, a estos hombres, mujeres y niños", afirma el sacerdote Thomas Liszkai, de 39 años, que ha decidido, sin éxito por ahora, poner un albergue de 30 camas a disposición de los refugiados.

Este cura está de acuerdo con el papa Francisco, que el domingo pidió que cada parroquia católica de Europa acoja a por lo menos una familia de migrantes, pero se siente "muy solo" en su iniciativa, tanto en su localidad de 3.000 habitantes como más allá.

"Con el frío que hace por la noche es importante que esta gente encuentre un lugar caliente para dormir con sus hijos", declara el cura a la AFP en medio de libros y de figuras de la Virgen María.

Pero no ha recibido "ninguna llamada" de apoyo de otros sacerdotes y "la policía dijo 'no' alegando que los migrantes deben quedarse en campamentos para ser inscritos", constata.

Los refugiados tampoco han respondido a la invitación, por miedo a caer en una trampa.

La animosidad es palpable: los medios de comunicación difunden una imagen negativa de los migrantes y el cardenal de Budapest Péter Erdö llegó a decir que, según la legislación húngara, quienquiera que ofrezca cobijo a los migrantes es culpable de "tráfico de seres humanos".

Hungría, por donde transitaron casi 170.000 migrantes desde el comienzo del año, optó por la intransigencia levantando un cierre fronterizo que espera haber terminado la semana que viene.

El gobierno de Viktor Orban "no ha comprendido -dice el cura- que esta gente ha caminado tanto desde que se ha ido de sus países, que necesita ayuda sin que uno se pregunte nada".

"No es importante saber quién es quién. El papa dijo que debemos ver a un ser humano en cada uno de estos migrantes, sin racismo", recordó.

El sacerdote reconoce que le queda mucho por hacer. "Mucha gente tiene todavía miedo de ayudar realmente" pero "tenemos que ser más fuertes que nuestros miedos".

A unos metros de su iglesia, dos mujeres que fuman delante de un colegio, no se molestan en ocultar su "malestar" ante "tal cantidad de refugiados".

"No me siento segura, son demasiados, no sabemos realmente quién es quién. Hay que decirlo: tenemos miedo a los terroristas", declara una de ellas mirando a los niños jugando en los columpios.

Su amiga Katlin afirma que ha intentado ayudar a los migrantes, quienes transitan por Röszke con la única esperanza de llegar a Alemania.

"Somos seres humanos, también somos mamás, sabemos que tenemos que ayudar. Pero, por ejemplo, cuando les llevamos comida, la tiran. ¿Qué pensar de esto, cuando para nosotros las cosas también son difíciles?", se pregunta.

La desconfianza mutua es real, reconoce el padre Liszkai.

Pese a la oferta de acogida en su iglesia, "los migrantes no han querido venir porque tienen miedo de que una vez aquí se los lleven a campos", explica.

A unos kilómetros de allí, cerca de la frontera, se erige una aldea de tiendas de campaña improvisadas, entre desechos y ropa abandonada por las sucesivas oleadas de refugiados.

"Todos estos migrantes no tienen más que hacer una seña y los albergaremos, aunque nuestro obispo nos diga que no lo hagamos", asegura el padre Liszkai.

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