Entre escombros los socorristas continúan buscando desaparecidos en Ecuador

En las ruinas de Manta, una de las ciudades devastadas por el sismo que arrasó gran parte de la costa de Ecuador, los socorristas siguen buscando víctimas desaparecidas, la mayoría de las veces en vano.

"¡Esto huele a muerte a pesar de la pintura!". Un bombero con el rostro cubierto por una máscara blanca y gruesos lentes de protección, sale de una montaña de escombros de una pinturería de Tarqui.

De hecho, el olor a cuerpos en descomposición flota por todas partes en este barrio comercial, situado frente al mar, donde ninguna manzana conserva una construcción intacta.

El sismo de magnitud 7,8 provocó el sábado más de 500 muertos, un centenar de ellos solamente aquí en Manta, así como 5.500 heridos y al menos 1.700 desaparecidos.

Los tres pisos de la pinturería se derrumbaron, dejando un amasijo de planchas de cemento armado del que baja un arco iris surgido de los baldes de pintura que explotaron.

"Es posible que haya un peatón. El perro marcó este sitio", dice a la AFP el teniente coronel Marco Antonio Artica, llegado la víspera desde Honduras al mando de 18 bomberos voluntarios para unirse a los socorristas que convergen desde varios países latinoamericanos.

El propietario dijo a los socorristas que había visto a un peatón en la acera cuando cerraba la ferretería y pinturería "El Constructor". Cuando la tierra tembló, una parte del techo y las paredes cayeron sobre la calle.

"Allí ya no hay sobrevivientes", confirma Andrea Figueroa, joven doctora de la ONG mexicana Cadena, quien con su equipo, ayudada por un perro y un escáner "localizador de vida", recorre desde el lunes este balneario de 253.000 habitantes.

Despejando cuidadosamente a mano los escombros de la pinturería, los bomberos, con sus uniformes rojos y cascos naranja, no escatiman esfuerzos.

"No perdemos la esperanza de encontrar sobrevivientes, pero después de más de 72 horas...", admite sin embargo Artica, sin terminar la frase, como para alejar la muerte.

De tanto en tanto, sus hombres se apartan y dejan lugar a la pala mecánica. "Es complicado, porque las vibraciones de la máquina sacuden todo. Los escombros podrían desplomarse y además las emanaciones de la pintura se mezclan con el olor de la muerte y dificultan la respiración", agrega.

El edificio vecino se tambalea por efecto de las vibraciones de las máquinas que trabajan por todas partes en el barrio de Tarqui. Sin hablar de las múltiples réplicas: más de 500 desde el sábado, una de ellas particularmente fuerte, de magnitud 6,1, en la madrugada del miércoles.

Los bomberos se ponen parcialmente a resguardo en el medio de la calle, frotándose las manos con tierra al pasar, para limpiarse los guantes pegoteados con pintura y solventes. Luego vuelven a su tarea, pero al cabo de dos horas no encuentran ningún cuerpo. Abandonan, cansados y decepcionados.

La misma decepción siente metros más lejos, Manuel Vinueza, de 33 años, quien estaba convencido de que su tío había quedado sepultado bajo el edificio derrumbado en cuya planta baja tenía su pescadería.

"Sabemos que está ahí. Los militares encontraron esto", repetía, blandiendo un sueco de plástico gris, de los que usaba el pescador para trabajar.

Pero los socorristas no recuperan ningún cuerpo. El olor de la muerte, que todo el mundo creía sentir, era en realidad el de pescado podrido.

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