Familias palestinas viven en la incertidumbre ante la liberación de presos

  • Aise Daajne ya no espera nada: le han comunicado que su marido está en la lista de 104 presos que excarcelará Israel en los próximos meses, pero también estaba en una lista de 2011 y en un acuerdo de 1999; él aún sigue entre rejas y ella prefiere reprimir la esperanza.

Ana Cárdenes

Campo de refugiados de Shuafat (Jerusalén), 7 ago.- Aise Daajne ya no espera nada: le han comunicado que su marido está en la lista de 104 presos que excarcelará Israel en los próximos meses, pero también estaba en una lista de 2011 y en un acuerdo de 1999; él aún sigue entre rejas y ella prefiere reprimir la esperanza.

"Lleva encarcelado desde 1993. Hasta que no le vea en casa, no lo creeré", asegura a Efe esta palestina de 64 años con firmeza, aunque con un tímido rayo de ilusión en la mirada.

"El problema es que su salida está relacionada con la situación política, así que preferimos no darlo por hecho aún", dice su hermano Fadi, principal apoyo en estas dos décadas en las que ha criado a diez hijos en solitario.

Como gesto ante la reanudación del proceso de paz paralizado desde 2010, Israel anunció que liberará 104 palestinos presos desde antes de los acuerdos de Oslo (1993), que serán excarcelados en fases y en función de la marcha del diálogo.

Los primeros 26 saldrán el 13 de agosto, aunque se desconocen sus nombres.

Durante veinte años, Aise ha visitado a su esposo en la cárcel cada quince días, excepto en períodos de violencia en los que Israel impide los contactos.

"No conoce a los cónyuges de ninguno de sus hijos y su madre murió este año tras visitarle en la cárcel por última vez trasladada en una ambulancia", se lamenta.

Sólo los familiares de primer grado pueden entrar en las prisiones, por lo que Mahmud no conoce a sus 47 nietos más que por foto, excepto a uno de ellos.

"Tiene a dos nietos en prisión: Mahmud, de 21 años, y Ayman, de 16, detenidos por tirar piedras. Un día oyó su nombre por megafonía, acudió y resultó que en realidad llamaban a Mahmud el pequeño. Así se enteró de que su nieto estaba en la misma cárcel. Al principio no les dejaban estar juntos, pero el chico se puso en huelga de hambre hasta que le pusieron junto a su abuelo", cuenta Fadi.

Según Aise, su marido "no hizo nada", pero lo acusaron de participar en una operación con el Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP) y fue capturado cuando intentaba cruzar a Jordania.

Amjad Abu Asab, presidente de la Asociación de Familiares de Presos de Jerusalén, lo califica de "luchador por la libertad" y explica que "lo sentenciaron a una pena de 109 años por recibir instrucciones del FPLP y matar a un soldado (israelí) en Rehovot (cerca de Tel Aviv)".

"Como los Daajne, todas las familias están muy nerviosas. No tienen información. Temen que las negociaciones no vayan bien y creen que es su última oportunidad y que, si no salen ahora, morirán en prisión", dice Asab.

Son los presos palestinos más antiguos en Israel, todos superan la cincuentena y han cumplido dos décadas en prisión, pese a que el Estado judío se comprometió a liberarlos en el Memorando de Sharm El Sheij de 1999.

Sus familiares han vivido con inquietud sus largas huelgas de hambre y, cada cierto tiempo, recibido con alegría una carta, una foto o manualidades elaboradas con la paciencia y el tiempo del que sólo dispone un preso.

En casa de los Daajne el ausente ocupa un lugar privilegiado, presente casi en cada pared, en cada adorno.

Una foto de juventud preside el salón, otra imagen -ya canoso y en prisión- está flanqueada por dos fotografías de sus nietos presos y sus maquetas y cuadros adornan la vida diaria de una familia que lo echa en falta desde hace una eternidad.

"Los primeros cinco años fueron muy difíciles. Pasó 60 días esposado en interrogatorios. Ahora está mejor, pero tiene 66 años, está enfermo del corazón y tiene problemas en los riñones y las rodillas. Si no sale, morirá dentro", sentencia Aise.

Cuando lo cogieron, el Ejército cerró la casa y ella vivió con sus hijos en una tienda de campaña con la ayuda que le traían sus vecinos, pero luego construyó un piso superior con impresionantes vistas al campo de refugiados de Shuafat y el muro de hormigón de ocho metros que lo rodea.

"Aquí estamos como en una pequeña prisión, encerrados tras el muro", dice Fadi, que explica que la familia procede de Beit Yibrin, de donde huyó de los bombardeos de 1948 para instalarse en Jerusalén antes volver a desplazarse en la guerra de 1967 y acabar en este campo a las afueras de la ciudad.

"Los israelíes no quieren árabes en Jerusalén. Pero tenemos derecho a la libertad y a luchar para recuperar nuestra tierra. Somos la última ocupación del mundo, el último pueblo expulsado de su tierra", afirma.

No tiene fe alguna en el proceso de paz y está convencido de que "si sale algo positivo de las negociaciones, será solo la liberación de presos".

Pese a su negativa a ilusionarse, Aise reconoce que ha pintado la casa y planeado el menú que preparará a Mahmud: las tradicionales "warak dawali", hojas de parra rellenas de arroz, y "mansaf", cordero con salsa de yogur seco, que nunca probó en prisión.

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