Fernando Royuela ironiza sobre este "desquiciado" mundo en su última novela

  • Clara González.

Clara González.

Madrid, 28 abr.- El escritor Fernando Royuela exorciza la "perplejidad" que le genera este mundo "desquiciado" en la novela "Cuando Lázaro anduvo", en la que narra con ironía la trama de intereses que mueven nuestra sociedad.

"Escribir es mi manera de exorcizar mi perplejidad, una forma de entender y de estar en el mundo", explica el autor a Efe que, en esta novela que publica Alfaguara, "especula" sobre las reacciones de las instituciones sociales ante la "resurrección" de un empleado de banca que acababa de ser despedido y a quien un hospital certifica por error su muerte.

Una especulación que discurre con la naturalidad de una fórmula matemática en la que el autor reconoce haberse limitado a "despejar las incógnitas que planteaba la ecuación" y que logra personajes tan humanos y verosímiles que empujan al lector a intentar entenderlos más que a juzgarlos.

"No pretendo hacer doctrina, moralismo o dogmatismo sino invitar a reflexionar", comenta Royuela, quien reconoce que cuando empezó esta obra -hace unos dos años- la situación social no le parecía tan incendiaria. "Hoy escribiría una novela más agresiva... haría un cóctel molotov o una novela con mecha", dice, irónico.

Y es que su perplejidad va en aumento. Para él, España ha sido vendida al liberalismo más brutal, al tiempo que la sociedad ha sido "deseducada" ideológicamente, de tal forma, subraya, que el ultraliberalismo es la única alternativa.

En "Cuando Lázaro anduvo", el protagonista y su mujer, Margarita, representan a la gente "normal, manipulable, utilizable y heredera de valores tradicionales" que se convierte en víctima social de una realidad que les supera. Mientras que su hija, Victoria, representa el ultraliberalismo y el mercantilismo.

"Victoria no se cree las verdades oficiales y no quiere ser el eslabón débil de este darwinismo social. En este mercado salvaje en que se ha convertido la sociedad, ella se erige como 'agente' social de sus padres, cuya moral tradicional desprecia", explica Royuela.

Ella será la que anime a su progenitor a denunciar al hospital que certificó su muerte y a explotar el interés que despierta su resurrección, desde el banco para el que trabajaba hasta los medios de comunicación pasando por la iglesia.

Negando, mintiendo o beneficiándose de este suceso extraordinario se desnudan "las hipocresías más evidentes y la penetración absoluta del liberalismo salvaje", señala el autor.

Un mercantilismo que, en su opinión, ha alcanzado a la cultura, -"que ahora es industria cultural y genera productos culturales"- en la que la calidad estética se ha visto sustituida por su valor de mercado: "tanto vendes, tanto vales", remarca.

"Una buena novela ha de narrar una historia, ofrecer una visión del mundo y tener una voz propia", dice Royuela, que matiza que las proporciones de estos ingredientes varían en la obra literaria según el escritor y la época.

Cada capítulo va precedido de una noticia descabellada pero real que Royuela ha recogido de la prensa y que pone de manifiesto "hasta qué punto asumimos como normal cosas disparatadas" y que no hace más que confirmar su idea de que vivimos en un mundo "desquiciado, impresentable e indigerible".

Ante esta situación, Royuela lo tiene claro: "el que no tenga pistola que se ría" y, armado así, de su sarcasmo y de su ironía, comparte con el lector su fórmula para conjurar el desconcierto.

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