Haitianos expulsados de República Dominicana sobreviven en la miseria

  • El viento se precipita a través de las débiles ramas de árbol trenzadas que hacen de refugio para Edline Joseph, que protege la cara de su hijo del polvo que entra en remolinos.

Es algo a lo que Joseph está acostumbrada desde que volvió a Haití desde República Dominicana, donde vivía ilegalmente desde hacía 10 años.

Esta joven de expresión cansada regresó a Haití en junio, temerosa de que el ejército dominicano la expulsara, y se instaló con sus tres hijos en un terreno desértico bautizado Parc Cadeau 1, donde sobreviven más de 500 personas.

Pegado a la frontera con República Dominicana, y a varias horas de las ciudades haitianas más cercanas por una carretera pedregosa, estas invasiones de terrenos surgen en las afueras de Anse-à-Pitres.

Desde el recrudecimiento de las leyes migratorias dominicanas en junio, que forzaron la expulsión, o amenaza de expulsión, de miles de haitianos, la ONU ha censado más de 2.700 habitantes en esos campos.

Ramas de árboles, sabanas agujereadas, pedazos de toldos de plástico... con los pocos recursos encontrados en los alrededores, las familias han construido en Parc Cadeau 1 unos refugios frágiles que no les protegen ni de la lluvia ni del sol ni, sobre todo, del polvo omnipresente.

"No tenemos nada más que ésto para comer: el polvo", suspira Edline Joseph que lleva en sus brazos a su hijo de tres años con los ojos húmedos. "Tiene un glaucoma y el polvo le hace sufrir verdaderamente. Hace dos semanas, el doctor me dio gotas para él pero ahora me han dicho que ya no pueden hacer nada más".

Expulsados o huidos de República Dominicana, estos cientos de personas reciben visitas de médicos del ministerio de Salud y, cuatro veces al mes, de un equipo médico de la ONG estadounidense Heart to Heart.

Hombres y mujeres con niños esperan en el refugio que hace de clínica temporal, donde un golpe de viento levanta la lona agujereada instalada vanamente para reforzar la pared de ramas.

Los presentes cierran los ojos en espera de que el polvo se disperse mientras una enfermera impide que los documentos salgan volando y su compañera cubre las píldoras que estaba contando. Ante la llegada del polvo la médica, como todos, se protege el rostro.

"Une semana después del comienzo de las expulsiones, nuestra oficina consideró necesario que viniéramos a ofrecer consultas", explica la doctora Ketia Lamour, que trabaja para Heart to Heart.

"Al principio veíamos hasta 150 personas al día, nos íbamos del campo por la noche muy tarde. Ahora, como hacemos un seguimiento, recibimos unas cuarenta personas al día".

Edilène Pierre Paul espera su turno de pie, con su bebé de nueve meses llorando en sus brazos. Cuando estaba embarazada de ocho meses esta joven de 24 años huyó de República Dominicana. "Decían que iban a venir a nuestras casas, a meternos en la cárcel, así que antes de que me sucediera esto, decidí venir aquí", explica.

Pudo dar a luz en el pequeño centro de salud de Anse-à-Pitres pero, desde que nació, su bebé no ha conocido nada más que el polvo. "Me gustaría irme de aquí pero no tengo los medios".

A algunos kilómetros, los haitianos que se instalaron en un campo llamado Savane Galata padecen la misma ausencia de agua potable y de alimento, pero sus nuevas condiciones de vida son sensiblemente mejores que en Parc Cadeau 1. Todo gracias a la generosidad de un hombre.

"En junio vi pasar cerca de mi casa a seis familias que huían de República Dominicana", recuerda David Lazare. "Me dieron pena y entonces les recibí alrededor de mi casa. A los pocos días, los instalé en mi terreno, aquí".

Simple ebanista, este hombre de 49 años que siempre ha vivido en Anse-à-Pitres ha donado su tierra a 49 familias y les ha proporcionado bambú para construir chozas.

República Dominicana está a 300 metros del terreno de David Lazare. No hay ningún guardia fronterizo a la vista. Para llegar basta con seguir el camino que desciende por una pequeña colina.

Por su parte, Jean Baptiste Medile, instalado en Savane Galata, no piensa volver a poner un pie en ese país, donde ha pasado más de 40 años.

"Los dominicanos no tienen ninguna consideración con los haitianos. Nos necesitan para trabajar duro, para hacer dinero, pero cuando un haitiano pide que se le pague, le pegan", protesta enfurecido el hombre de 60 años, cuyo padre narraba a menudo la masacre de 1937 en la que 20.000 haitianos murieron a manos de las autoridades dominicanas.

Jean Baptiste Medile se muestra muy pesimista acerca del futuro de las relaciones haitiano-dominicanas.

"Cada día que pasa, esto es peor: los jóvenes haitianos ven cómo son maltratados por los dominicanos. Creo que podría haber una guerra entre los dos países porque los haitianos no olvidan nunca los golpes que les dan. No hemos olvidado 1937", dice.

amb/elc/lb/yow

Mostrar comentarios