Los enanos filipinos rompen con la discriminación en el bar del Hobbit

  • Una veintena de enanos filipinos ha roto el cerco de la discriminación laboral gracias a un restaurante de Manila inspirado en la saga literaria de "El señor de los anillos", en el que ningún camarero supera los 120 centímetros de estatura.

Eric San Juan

Manila, 12 mar.- Una veintena de enanos filipinos ha roto el cerco de la discriminación laboral gracias a un restaurante de Manila inspirado en la saga literaria de "El señor de los anillos", en el que ningún camarero supera los 120 centímetros de estatura.

"Para mí fue una suerte que se fundara el restaurante 'Hobbit House' porque era muy difícil encontrar un trabajo, aparte de algunas actuaciones esporádicas en películas y anuncios. Tenemos dificultades similares a las de los discapacitados", relata a Efe Pidoy Fetalino, gerente del establecimiento.

Mientras habla, Fetalino, de 59 años y 108 centímetros de estatura, no pierde de vista a la decena de camareros bajitos cargados de bandejas para atender a los sorprendidos clientes, casi todos ellos turistas, en el amplio local situado en el bullicioso barrio de Malate.

"Este lugar es surrealista", exclama con entusiasmo Mark, un joven inglés, tras atravesar la puerta redonda de colores de la entrada (como las de las casas de los hobbits) y observar el establecimiento decorado con espadas e imágenes de magos, troles y enanos que brotaron de la inagotable imaginación de J.R.R. Tolkien.

"Es un modo de ayudar a esta gente, se me ocurrió la idea porque me gusta mucho el libro 'El Hobbit'", explica el estadounidense Jim Turner, fundador de este restaurante que en 1973 abrió su puertas en el barrio manileño de Malate.

Turner, quien se instaló en Filipinas en los años 60 cuando era voluntario del Cuerpo de Paz estadounidense, creó hace cinco años una sucursal del negocio en la turística isla de Boracay, donde los camareros se turnan para pasar allí temporadas.

A sus 71 años, este norteamericano de ascendencia irlandesa pasa las noches acodado en la barra del local y aparentemente despreocupado, ya que hace tiempo decidió entregar la gestión del restaurante a los empleados.

"Es bonito que sean ellos quienes llevan el negocio", dice lacónico.

Fetalino, fiel empleado durante cuatro décadas, se muestra dispuesto a trabajar duro "para que el restaurante llegue a su tercera generación".

"Quiero que siga aquí cuando yo ya no esté, le tengo mucho cariño. Empecé de camarero al inicio del proyecto, después fui cajero y he llegado a gerente. Me he podido comprar una casa en la provincia de mi mujer y espero pasar allí la vejez", afirma orgulloso.

Pidoy, que compagina su trabajo con apariciones ocasionales en programas de televisión y espectáculos circenses, asegura que lleva una vida normal a pesar de las barreras que el colectivo encuentra en todas las ciudades filipinas, pensadas para personas de mayor estatura.

"Me siento bien conmigo mismo, soy pequeño pero no puedo cambiarlo. Ya no me siento discriminado. Ahora trabajo duro para sacar este negocio adelante y seguir ayudando a personas que tienen el mismo problema", recalca.

El empresario relata cómo el mundo del espectáculo, en el que a menudo son ridiculizados, es la salida más habitual para los enanos de Filipinas, que no reciben ningún tipo de ayuda estatal.

"A los filipinos les divierten mucho los enanos. Suelen aparecer en programas de televisión y si alguna ciudad organiza un evento suelen contratarnos para que juguemos partidos de baloncesto y hagamos reír al público", dice.

Casado con una mujer de mayor estatura y con dos hijos sin ningún tipo de discapacidad que trabajan en el extranjero, al gerente del restaurante ya no le afectan, como en su juventud, los comentarios insidiosos que de vez en cuando recibe cuando pasea por la calle.

"A veces la gente se ríe o me ofende cuando se cruza conmigo, sobre todo los niños. Les digo que no me conocen, que no saben cuál es mi situación, es muy difícil hacer que se pongan en nuestro lugar. Pero no me hieren porque estoy contento con mi vida", afirma. EFE

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