Los independentistas catalanes piden su divorcio de España

  • Joaquim Batlle fue encarcelado durante la dictadura franquista (1939-1975) por defender el catalanismo. Décadas después, con 91 años y apoyado en una muleta, asiste a una gran manifestación en Barcelona para reclamar la independencia de esta región del noreste de España.

Como él, cientos de miles de independentistas se congregaron en ocasión de la fiesta nacional de Cataluña con el objetivo de mostrar su divorcio sentimental con España. "Somos un pueblo que sentimos la libertad y luchamos por ella", dice Batlle.

Sobre una camisa blanca de manga corta lleva unos tirantes amarillos con las cuatro franjas rojas de la bandera catalana, el mismo estampado que en su corbata perfectamente anudada. Su mirada clara refleja cansancio, pero aun así aguanta en las primeras filas de la concentración.

"Tuve que andar cuatro calles hasta aquí porque el taxi no podía dejarnos más cerca pero valió la pena", explica, junto a su hija.

"Espero la independencia con especial ilusión. Durante la dictadura franquista me encarcelaron por catalanista, me hacían cantar sus himnos fascistas en la escuela", recuerda. "La estamos esperando desde hace siglos y creo que ha llegado el momento", agrega.

Detrás suyo se despliega la larga avenida de la Meridiana, el acceso norte de la capital catalana, invadida en esta ocasión por una inmensa multitud ondeando banderas independentistas y gritando con fervor "Viva Cataluña libre".

Para ellos, España ya queda lejos. Los motivos son numerosos: sentimentales, culturales, históricos o económicos.

Ahora quieren consagrar este divorcio políticamente en las elecciones del 27 de septiembre, presentadas por los partidarios del independentismo como un plebiscito para obtener la secesión de la región.

Profesor de 62 años, Antoni Amatriain agita un triángulo naranja al paso del helicóptero de la televisión, para tomar después su puesto en el mosaico de colores en el que se ha convertido esa amplia avenida.

Es al menos la "vigésima Diada", nombre del día grande de Cataluña, de este "independentista de toda la vida" y "de izquierdas", explica Amatriain.

"No sé si vamos a gobernar mejor nuestro país pero peor que en España no puede ser", asegura en un trasfondo de crisis económica, austeridad y constantes escándalos de corrupción.

"Los políticos no están a la altura, Europa es la Europa de los mercados (...) Tenemos la ilusión de un cambio, en un país más pequeño nos lo montaremos mejor", dice.

"No quiero vivir sometido al poder central de Madrid: la protección que quieres para tu lengua, te la van quitando", dice. "Nunca nos hemos entendido, nos tenemos que divorciar".

El ambiente es festivo, animado, los independentistas llaman a su movimiento "la revolución de las sonrisas". De fondo suena el estridente sonido de la gralla, un instrumento de viento típico de la región, y los animados ritmos de la rumba catalana.

Para muchas personas en España es difícil entender la "opresión" de que hablan algunos catalanes, un sometimiento que era claramente visible durante el franquismo, cuando se perseguía la lengua y el nacionalismo catalán, pero no ahora.

"No hay muertos ni hay cárcel, pero te sientes ciudadano de segunda clase", asegura Albert, un cartero de 50 años.

Otros ven esta presión en el sistema de financiación de las regiones españolas, denunciado sistemáticamente por Cataluña, una de las más ricas (con un 19% del PIB) y de las que más contribuye.

"No tiene sentido ser solidarios con regiones que tienen más ayudas públicas que nosotros", espeta Julia Massats, de 26 años y economista en una multinacional.

Claudo Cipone, un argentino de 48 años, propietario de una empresa de limpieza, afincado en Cataluña desde 2001, lo simplifica: una buena parte de "Cataluña no se siente española".

"Y si no te sientes parte de un lugar, lo mejor es irte". Y en ello están muchos de ellos, incluido este independentista con acento rosarino.

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