En una pequeña parroquia siria de París, un grupo de refugiados sirios celebra la Navidad, con tristeza por la separación de sus familiares que siguen en el país, el dolor de la guerra y el exilio, y la añoranza de su hogar.
"Todos sabemos que Jesús era un exiliado, que ni siquiera tuvo un espacio en su propio pueblo. Jesús nos enseñó a nosotros, los dolientes, que podemos dar un mensaje de paz", rezó el cura, originario de Líbano, que celebró una misa en la que mezcló el francés, el árabe y el arameo.
La población cristiana en Siria suma más de un millón de personas. El miedo de sufrir el mismo destino que los cristianos en Irak, víctimas de la persecución de grupos yihadistas, llevó a muchos a emprender la ruta del exilio hacia Europa.
En la misa de este jueves, muchos refugiados cristianos se congregaron para celebrar la Navidad en la parroquia que lleva el nombre de San Efrén de Siria, un escritor y músico del siglo VI, conocido como "El místico".
Una familia logró reunirse este jueves en París después de la difícil travesía por mar entre Turquía y Grecia y de haber emprendido rutas diversas atravesando Europa a pie. A pesar de la felicidad por el reencuentro, les queda aún la pena por su padre y sus abuelos, que siguen en Alepo.
"Hoy tratamos de llamar a papá, pero están muy difíciles las comunicaciones, a veces no hay electricidad, es difícil estar lejos y es difícil no saber nada de él", contó Nur, una de las hijas, que dejó sus estudios de arquitectura y que ahora espera conseguir un nivel suficiente de francés para poder terminar su carrera.
Su hermana Lina sostiene la mano de su marido, mientras evoca con una mirada sombría el duro viaje que les llevó a París.
"Fue tan difícil llegar hasta acá y en realidad el camino recién comienza, siento que ya no me quedan fuerzas", recuerda.
Un cura francés que asistió a la celebración, con un rito diferente al católico de Roma, con el objetivo de acompañar a los refugiados dijo: "Me parece un rito muy emotivo, porque creo que ese fuego simboliza la caridad", dijo en referencia a la hoguera que se enciende al final.
Desde el inicio de la guerra civil en Siria, en 2011, el conflicto que comenzó con una revuelta en contra el gobierno de Bashar al Asad, ha dejado más de 250.000 muertos. El Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados (ACNUR) estima que 4,4 millones personas han huido del país.
Tras la misa, los fieles se quedan tomando un chocolate caliente con el cura, que les dio ánimo.
"Es Navidad, pero para mí es algo secundario, en lo único que pienso es en que se resuelva mi expediente de asilo", dice Fared, de 26 años.
"La guerra tiene que terminar. No hay electricidad. No hay agua. La gente no puede vivir. Mis padres están viejos", dice Hala, de 43 años de edad, quien ejerce como pilar para sus hijas y su yerno.
Este jueves, el gobierno sirio declaró que está dispuesto a participar en las negociaciones previstas en enero en Ginebra para poner fin a la guerra civil, diálogos en los que estarán presentes grupos de la oposición y que se desarrollarán bajo la égida de la ONU.
Sin embargo, el éxito de estas negociaciones se revela complejo ya que el gobierno de Bashar al Asad exigió como condición que se excluya a los "terroristas", una categoría que para Damasco incluye a grupos yihadistas como el Frente Al Nosra o el grupo Estado Islámico (EI), pero también a otras organizaciones armadas que se enfrentan al gobierno.
"Ojalá se logre la paz, quizás podamos volver a casa (...) Creo que es como un dominó, y sé que ya puse la primera pieza, yo les digo a mis hijas, estudié cuando ya las tenía a ellas, hay cosas que uno piensa que no son posibles de hacer, pero después uno siempre puede y sale adelante", afirma Hala, sosteniéndole el mentón a su hija menor.
En una esquina del templo, Oryo, una madre de 36 años intenta explicarles a dos hijos mellizos las figuras del belén.
Pese a que está impecablemente vestida con un abrigo blanco, con un peinado de peluquería y maquillada con suaves tonos pastel y su cara muestra el cansancio y la angustia de no saber cuándo volverá a ver a su marido, que todavía está en Siria. Su cuñada le traduce mientras la sostiene del brazo y le acaricia la espalda.
"¡Yo quiero traducir! Tengo mucho francés en la cabeza", exclama uno de sus hijos.
"Estoy tan orgullosa de él, lleva seis meses en Francia y ya habla francés, ojalá yo pueda aprender algún día", afirma.
"La Navidad es momento para dedicarles a la familia y a la paz, yo en lo que pienso es que hace un año estábamos todos juntos con mi marido, y que mi país está en guerra", lamentó.
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