Los refugiados y su dignidad perdida en la ruta de los Balcanes

  • La crueldad de los traficantes, las largas esperas en pleno sol, las noches demasiado cortas, los trayectos interminables en tren o en autocar: para los refugiados que intentar llegar a Europa occidental, la ruta de los Balcanes es la última y más dura prueba para su dignidad.

"Abandonamos nuestros países para huir de la opresión pero en el camino nos damos cuenta de que hemos perdido toda nuestra dignidad y humanidad", dice Mohamed, un ex estudiante proveniente de la martirizada ciudad siria de Homs, al bajar de un autobús en Belgrado.

"Todo empieza con los botes que van de Turquía hacia Grecia" explica este joven de 25 años. "A nadie le importa si vamos a vivir o a morir" en alta mar. "Las extorsiones, el miedo y el cansancio nos acompañan hasta que llegamos a nuestro destino", añade.

Decenas de miles de personas como Mohamed sufren ese tipo de obstáculos desde que empiezan, en las costas turcas, hasta que llegan a las carreteras de Macedonia y Serbia, hasta llegar a Hungría.

Hay que esperar horas, a veces bajo un sol aplastante, antes de registrarse ante las autoridades locales, en cada frontera. Los campos de acogida son a menudo siniestros, como el de Presevo, cerca de la frontera entre Macedonia y Serbia, donde faltan víveres y agua.

Entre los puestos fronterizos, en Grecia, Macedonia, luego en Serbia, las distancias son largas, y hay que recorrerlas a pie. Ni los niños, ni las mujeres ni los ancianos se libran de esas caminatas. Luego vuelta a esperar, mientras que los que disponen de pasaporte y visados en regla cruzan delante suyo.

Una vez consiguen cruzar, los esperan trenes o autobuses vetustos. Los niños, exhaustos, se duermen en cualquier rincón, las madres dan el pecho a los bebés.

"Aquí somos como fantasmas", explica Ahmed, un iraquí de 27 años, padre de un pequeño de cuatro meses. Antes de emprender su camino hacia Europa con su esposa Alia vendió su tienda de ropa en Bagdad.

"Hemos cruzado muchos países, pero en ninguno somos visibles, para nadie", añade.

"Parece como si todos quisieran que no existiéramos", dice a la AFP a bordo de un tren en el que se hacinan un millar de refugiados e inmigrantes que cruzan Macedonia hacia Serbia.

Las ONG y los voluntarios intentan paliar la falta de ayuda de las autoridades gubernamentales en estas saturadas rutas de los Balcanes. Pero son los refugiados los que deben pagarse sus gastos.

Las extorsiones abundan.

Ante las puertas del centro de acogida de Presevo, un hombre propone billetes de autobús para Belgrado, pero a precios diferentes.

"Si tienes los papeles en regla pagas 50 euros, si no, 25" explica este traficante. Se refiere al permiso de tránsito de tan solo 72 horas para los que atraviesan Serbia, rumbo a Hungría.

Un joven sirio procedente de Damasco y que no quiere dar su nombre real afirma que le propusieron un permiso falso por 40 euros, en un supermercado cerca de Miratovic, en Serbia, para "evitar la espera en el centro de acogida".

"Si tuviéramos dinero quizás habríamos aceptado, pero decidimos pasar la noche en el centro a la espera de obtener nuestras autorizaciones" añadió el joven, que viaja con seis amigos.

Para Mohamed, venido de Homs, la solución es simple: "si los estados tomaran la decisión de dejarnos entrar legalmente, no sucedería. No habría traficantes, ni corrupción, si consiguiéramos viajar dignamente".

Su sueño es llegar a Alemania, pero antes teme otros obstáculos.

"Poco importa nuestros sufrimientos, todos nos consideran ilegales, como si no necesitáramos un techo ni cuidados", se lamenta.

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