Muertos de frío los refugiados en Hungría tienen una pregunta: ¿Por qué somos tratados como animales?

    • En tierra de nadie, entre campos de maíz y girasoles con el aspecto de una zona siniestrada, encienden fuegos en medio de la oscuridad.
    • Duermen al raso entre montones de basura a la espera de que les dejen pasar a Austria.

Como salidos de las tinieblas, refugiados muertos de frío intentan entrar en calor durante la noche deambulando por el campo de tránsito en la frontera entre Hungría y Serbia, donde la policía húngara les obliga a permanecer.

En tierra de nadie, entre campos de maíz y girasoles con el aspecto de una zona siniestrada, encienden fuegos en medio de la oscuridad.

"Bashar es el que debería estar aquí en nuestro lugar, todo es culpa suya", dicen a coro un grupo de jóvenes sirios, abrigados de pies a cabeza con mantas por encima de capas de ropa superpuestas.

"Abandonamos Damasco hace quince días, ya que la situación era muy mala, todo se encareció muchísimo y ya no podíamos soportar más las bombas", confiesa uno de ellos, Musa, estudiante de informática.

Los jóvenes tiemblan mientras comparten una comida hecha con pan y frutas alrededor de un fuego, y aseguran no entender la actitud de la policía húngara con ellos, su "falta de humanidad".

Los migrantes afganos, que sólo llevan sandalias en los pies, sin calcetines, fijan su mirada en los celulares, donde tienen guardadas fotos de familia.

Mujeres afganas intentan también entrar en calor bajo las mantas, con la cabeza cubierta por varios pañuelos.

Los efectos de la bajada de la temperatura durante la noche en Hungría, para personas no acostumbradas al clima de los países del este de Europa, se empiezan a notar.

Decenas de migrantes procedentes de Siria e Irak, pero también de Congo o de Pakistán, esperan ante un hospital de campaña instalado en el campo de tránsito para poder ver a un médico.

La mayor parte de ellos se quejan de resfriados, alergias, dolores de garganta y de estómago, pero también de estrés. Las caras atestiguan el cansancio, pero todos intentan mantener su dignidad.

Padres y madres, con sus hijos en brazos, se agolpan a la entrada de este hospital montado por Cáritas, frente al cual un médico jordano establece el turno de los pacientes.

En el interior, un hombre con síntomas de agotamiento permanece en observación. "Intentamos salvar vidas", dice el médico jordano.

"Casi 150 personas han venido a vernos para pedirnos ayuda médica. Muchos padecen migrañas y los niños tienen inflamaciones de garganta", explica una médica húngara, Katalin Debrecni.

"Estas personas necesitan un lugar donde poder dormir y estar calientes", subraya.

La caída de las temperaturas durante la noche en este trozo de tierra, donde toda la miseria del mundo parece converger, intensifica la cólera de los migrantes, quienes deben pasar la noche al raso junto a sus hijos.

"¿Cómo es posible que seamos tratados como animales después de todo lo que hemos pasado?", se pregunta una joven siria.

El movimiento de personas vestidas con varias prendas de ropa es incesante en este punto de tránsito.

De repente, decenas de migrantes que esperan desde el amanecer poder montar en un autobús para ir a un campo, intentan subir a la fuerza. Un muro de policías antidisturbios húngaros los repele brutalmente.

Tras horas de espera, mujeres y niños son autorizados a subir, pero con cuentagotas.

Voluntarios, uno de ellos con un chaleco con el lema "Jesus Loves You" (Jesús le quiere), empiezan a distribuir ayuda a los cientos de migrantes que parecen congelados de frío.

Alrededor de ellos, cientos de prendas de ropa, cartones, calzado y alimentos se esparcen aquí y allá hasta donde alcanza la vista.

Un sirio, de unos sesenta años, observa con tristeza todo lo que ocurre a su alrededor.

"Estamos bloqueados aquí. No podemos volver al lugar de donde venimos, ya que allí nos espera la muerte, pero ¿qué va a ser de nosotros aquí?"

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