Páez Vilaró, un espíritu infatigable con una vida tan intensa como su obra

  • El artista uruguayo Carlos Páez Vilaró se fue hoy de este mundo lamentando que su corazón no siguiese sus impulsos de seguir creando, tras nueve décadas de vida tan intensas como su polifacética obra, que tuvo en la raíz negra del Carnaval uruguayo su principal fuente de inspiración.

Raúl Cortés

Montevideo, 24 feb.- El artista uruguayo Carlos Páez Vilaró se fue hoy de este mundo lamentando que su corazón no siguiese sus impulsos de seguir creando, tras nueve décadas de vida tan intensas como su polifacética obra, que tuvo en la raíz negra del Carnaval uruguayo su principal fuente de inspiración.

Pintor, muralista, escultor, cineasta y publicista, Páez Vilaró era sobre todo un "hacedor", como a él le gustaba definirse, y su muerte deja un importante vacío en el panorama artístico uruguayo, del que era el mayor exponente vivo.

Pese a nacer en el seno de una familia acomodada del barrio montevideano de Pocitos el 1 de noviembre de 1923, desde muy joven demostró ser un espíritu libre, abierto a contactar con toda clase de mundos y personas.

Amante del rugby y del ciclismo, deporte éste último en el que compitió de joven, muy pronto probó suerte en Buenos Aires, donde fue aprendiz de cajista en una imprenta.

Regresó a Uruguay para comenzar a desarrollar una carrera pictórica en la que tuvo no poca influencia su compatriota Pedro Figari (1861-1938), el primero en retratar el folclore uruguayo y del que se declaraba un admirador confeso.

Su pasión fue el candombe del Carnaval uruguayo, un estilo musical heredado de los esclavos africanos de la colonia y que en 2009 fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Hechizado por unos negros que tocaban sus tambores en el populoso Barrio Sur montevideano, los siguió hasta el "conventillo" (vivienda colectiva) de Mediomundo, donde se trasladó a vivir una temporada para esbozar los primeros trazos de las obras que le harían famoso.

Sediento de empaparse de la "negritud", según sus palabras, en 1962 viajó a Dakar (África) y durante un tiempo recorrió el continente africano en coincidencia con su histórico proceso de emancipación.

Estuvo en el hospital para leprosos del Premio Nobel de la Paz franco-alemán Albert Schweitzer en 1952, en Lambarene (Gabón), donde pintó un mural.

Su obra puede apreciarse también en Brazzaville (Congo) y Nairobi (Kenia), además de Colombo (Sri Lanka ), Camberra (Australia), Sao Paulo (Brasil) o Tahití y Bora Bora, en la Polinesia.

En 1960 pintó en la sede de Organización de Estados Americanos (OEA), en Washington, el mural "Raíces de la paz", considerado entonces el más largo del mundo por sus 162 metros de extensión.

De su incansable pincel, en el que el influjo de Picasso, De Chirico, Cocteau, Dalí o Warhol están de alguna manera presentes, surgió también un mural de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires.

Su oficio y su don de gentes le permitieron intimar con Fidel Castro, Henry Ford, Günter Sachs, Omar Shariff, Brigitte Bardott y Marlon Brando, entre otros.

En una vida tan llena de peripecias, su mayor aventura llegó en forma de tragedia familiar, aunque con final feliz.

En 1972 su hijo fue uno de los supervivientes del famoso accidente aéreo de la selección uruguaya de rugby en Los Andes.

Artista polifacético, se atrevió con la escultura, la alfarería, el diseño publicitario y el cine, disciplina en la que llegó a presentar su película sobre Africa "Batouk" en el Festival de Cannes de 1967.

Pero sin duda su obra más monumental fue Casapueblo, un fantasioso edificio de color blanco y curvas infinitas, a orillas de la confluencia del Río de la Plata y el Océano Atlántico, en la localidad uruguaya de Punta Ballena.

Tardó cuatro décadas en levantarlo y hoy acoge, además de un hotel, un museo-taller que recibe unos 60.000 visitantes al año y es una de las atracciones turísticas de Uruguay.

En Argentina construyó dos edificios similares, una casa en el Tigre y una capilla multicultos en San Isidro.

Como buen rioplatense adoraba hablar y contar anécdotas, pero sobre todo transmitir su filosofía de vida.

Los secretos de su longevidad eran hacer del obstáculo un "estímulo", "estar cerca de la juventud" y su permanente "búsqueda de algo nuevo", aseguró en 2012 en una entrevista con Efe.

En noviembre pasado, al cumplir noventa años, confesó a esta agencia de noticias que seguía "pensando siempre en el futuro y en que siempre hay una pared para pintar".

Ese día recibía en su casa al presidente de Uruguay, el exguerrillero de 78 años José Mujica, con el que le unía una entrañable amistad y que le regaló una planta, según reveló hoy a Efe Maria Dezuliani, la secretaria personal del artista.

Dezuliani, que tuvo que informar este lunes a los medios que, tras varias operaciones, el corazón le había dicho basta al artista, se emociona al recordar una de sus últimas conversaciones.

"Fue durísimo escucharlo: 'Con las ganas que tengo de hacer cosas, enfrentarme así a la muerte'", recuerda haberle oído decir.

El último acto público en el que participó Páez Vilaró fue el desfile de Llamadas del Carnaval uruguayo, el pasado 14 de febrero en Montevideo, en el que fue homenajeado y acompañó a los tambores como había hecho durante décadas.

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