Una generación, dos crisis y una pandemia

El paro juvenil se adueña de las colas del hambre: "Hay muchas chicas y bebés"

Menores de 30 años que se quedaron sin trabajo durante la pandemia comienzan a ser un imagen habitual  en comedores sociales y centros de reparto de alimentos. Pero el fenómeno no es nuevo. Viene de antes. 

Colas del hambre en el comedor social de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Colas del hambre en el comedor social de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl.
Virgilio González

Hoy es el primer día de Luisa en una cola del hambre. A sus 24 años, esta dominicana había encontrado trabajo en un bar de Madrid pero el pico de la segunda ola de la pandemia la envió al paro. Ahora espera para recibir alimentos ante la gigantesca fachada de ladrillo de la iglesia de Santa María Micaela y San Enrique. Lo hace "sin pena ni vergüenza", los sentimientos más extendidos entre los jóvenes que en el último año han pasado a depender de estas iniciativas solidarias. "Al contrario", dice, "esto es una ayuda".

En los nueve años que lleva en España, Luisa nunca había padecido en carne propia los efectos de una recesión económica, ni siquiera las secuelas económicas del 2008. "Esta es mi 'primera' crisis", confiesa quien desde hace ocho meses forma parte del porcentaje de desempleo juvenil en nuestro país, que roza el 40% en España, casi el doble de la media europea. Aún así, no tiene miedo al futuro. "El horario de la hostelería, el sector más afectado por las restricciones, es ahora más amplio y varios de mis compañeros se han reincorporado. Tengo esperanza", dice.

La esperanza no es un sentimiento que compartan sus 'compañeros' de las colas del hambre. "Sin recursos y con una niña pequeña, ¿Cómo me voy a sentir?", reconoce un joven sevillano de 27 años que prefiere no dar su nombre. Llegó hace un año y medio a la capital para trabajar en el sector de la construcción, pero el inicio de la pandemia le 'metió' directamente en un ERTE: "Fui de los primeros en salir porque había llegado de los últimos". 

Por ahora, el joven sevillano puede conseguir leche y pañales para su hija en la parroquia de Santa María Micaela y San Enrique. También podría unirse a otra cola que se forma en paralelo a la suya, una llena de carritos de bebé. En ella, madres de todas las edades esperan su turno para recoger comida y artículos de primera necesidad. Gema, una nicaragüense de 22 años a la que España concedió el asilo político, está sentada bajo el sol en las escaleras de la iglesia, con su hijo en brazos. "Hay mucha gente de mi edad en estas colas, pero la mayoría son mujeres con bebés", dice. Gema trabajaba de 'interna' en el hogar de una persona mayor, pero la despidieron hace tres meses ("después de que descubriera que me había quedado embarazada"). Desde entonces, no sabe qué esperar del futuro.

Los jóvenes piden ayuda al Gobierno

Cuando habla del Gobierno y de las administraciones, Gema sostiene que debería responsabilizarse de la repartición de alimentos en vez de que la tarea recaiga en iniciativas de parroquias y fundaciones. "Solo recibí una ayuda del Ayuntamiento de Madrid con alimentos en diciembre", dice. Algunas de sus compañeras de cola asienten. Al otro lado de la capital, en otras colas, otros jóvenes le 'dan' la razón. Aseguran que nunca han recibido una ayuda pública . 

El presidente del Gobierno Pedro Sánchez anunció este miércoles que planea destinar 1.365 millones de euros a un plan de choque contra el desempleo juvenil, con iniciativas como contratos formativos para menores de 30 años, programas de empleo joven "novedosos" y un plan llamado Garantía Juvenil Plus, que tendrá recursos del Fondo Social Europeo. Es una renovación del plan con los mismos objetivos que promovió en 2018, que no pudo cumplir su meta de reducir el desempleo de jóvenes en diez puntos después de que estallara la pandemia. Las exigencias de quienes habrían sido sus destinatarios siguen 'resonando' en las colas del hambre de Madrid.

"No estoy cabreado porque, gracias al proyecto Luz Casanova y San Martín de Porres, tengo una habitación para mí, pero hace unos meses estaba lleno de ira", cuenta Julen, de 27 años, mientras acompaña a un amigo en la cola de un comedor social Ave María. Agotó el paro hace un año y, poco después, perdió el apartamento en el que vivía, por lo que acabó viviendo en la calle. "Ahora estoy con chavales más o menos de mi edad, con actividades y cursos. Este proyecto no tiene nada que ver con el Gobierno, que no ha puesto soluciones para meter a los que nos hemos quedado sin paro en algún sitio".

Unos trabajadores del comedor social de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl insisten en que la asistencia para menores de 30 años no es un fenómeno nuevo: vienen observándolo desde hace varios años. "Venían desde antes de la pandemia", aclara un vigilante, mientras que un administrador añade que esta generación "acumula dos crisis económicas, además de la sanitaria", por lo que "jamás lo han tenido fácil". 

Es el caso de Rocío, que ha vivido ocho de sus 21 años en la calle, aunque se formó en Gastronomía ("algo que no me valió para nada desde que cerraron los restaurantes"). Sostiene que la situación era más sencilla en el pasado porque "antes te ayudaban más" Para ella, lo más importante es que las administraciones ofrezcan casas, estudios o albergues a quienes no tienen una vivienda. "Ahora en los albergues solo hay 'yonquis'", dice.

Para Julen, dormir alejado de las situaciones que solía vivir en la calle ha supuesto una mejora incalculable en su calidad de vida. "La residencia nos separa del centro, que es lo que nos atrae a la mala vida", explica. "Yo he conocido hijos de puta que me han robado, que me han hecho de todo. Como aquel", dice, señalando a un chico con la cabeza rapada y unas gafas de sol estrafalarias que está esperando en la cola. El muchacho lo mira con una expresión de perplejidad hasta que Julen empieza a reírse. "Que no, que él no fue".

Cuando llega al último tramo, Julen da paso al hombre que tiene detrás y se sale. "Yo ya he desayunado, estaba cogiendo para él", dice. La comida de las colas no es nada nuevo en su vida aunque hay algunos centros que, en su opinión, no cubren las necesidades de quienes los frecuentan. "Yo no reniego de ninguna comida, pero muchos no se lo han currado, incluyendo el Gobierno", afirma, señalando que hay gente que pasa semanas sin comer más que pan y queso. ""Lo que muchas veces he reclamado en estas colas es carne... O lentejas y judías. Somos pobres pero no somos una mierda".

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