Hasta el siglo XVI no podían heredar

Pedro Ponce de León, el fraile español que enseñó a hablar a personas sordas

El benedictino se tomó como un reto personal que un noble llamado Gaspar de Burgos pudiera usar su voz y la lengua para expresarse, noticia que rápidamente corrió y atrajo la atención de las familias acaudaladas. 

Pedro Ponce de León
Pedro Ponce de León
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Durante muchos siglos se consideró a los sordos como personas con problemas de entendimiento. En un pasaje en griego antiguo de Platón (Cratilo), sordo se definía como 'eneós', que significaba alguien sin voz o sencillamente “tonto”. Luego, se le echó la culpa a Aristóteles durante dos mil años de asociar esta discapacidad a la falta de luces, pero el filósofo jamás negó el raciocinio a los sordos: solo sostuvo que los sordos de nacimiento no aprenderían a hablar. 

Los sordos vivieron durante siglos en una especie de túnel donde eran apartados de la sociedad por el simple hecho de que no podían conocer el lenguaje hablado. Se pensaba que los sordos de nacimiento emitían sonidos, pero no palabras, concepto que llevó a negarles la racionalidad. Las antiguas leyes de Israel les impedían contraer matrimonio y tener propiedades. En los primeros años del cristianismo se creó un debate sobre ellos, pues si la fe se transmitía por la palabra, al no poder escucharla, los sordos quedaban apartados de la doctrina de la Iglesia. San Agustín proclamó que la sordera era un obstáculo para la fe. Ni siquiera les valía ser de familia rica porque en muchos sitios como en España a los sordos les prohibían heredar cualquier bien. Los sordomudos estaban excluidos del concierto social.

A partir del siglo XVI con el desarrollo del humanismo, se despertó el interés por los sordos y por el lenguaje que toscamente solían emplear para comunicarse. Rudolf Agricola, un humanista holandés, estaba seguro de que podían comunicarse a través de la escritura. Girolamo Cardamo fue el primero en reconocer su habilidad para razonar. Pero en ese el siglo XVI un religioso español decidió concederles algo más que raciocinio: decidió ayudarles a comunicarse mediante un lenguaje de signos y hablado. Ese religioso era Pedro Ponce de León. Había nacido en Sahagún en 1510 y estudió sus primeras letras en el monasterio de San Benito. El 3 de noviembre de 1526 tomó el hábito benedictino y, salvo un breve periodo, estuvo en el monasterio de San Salvador de Oña en Burgos toda su vida. Según una biografía de la Real Academia de la Historia escrita por Ernesto Zaragoza Pascual, fue procurador de algunos pleitos de Oña, entre 1546 y 1560; fue teniente de mayordomo, entre 1546 y 1548; y posteriormente (1555) fue nombrado visitador de los tres hospitales de Oña. 

San Agustín proclamó que la sordera era un obstáculo para la fe

Fue en ese monasterio donde un noble llamado Gaspar de Burgos quedó admitido como hermano lego debido a que había nacido sordo. Ponce de León lo tomó a su cargo y por su cuenta decidió instruirle de modo que pudiera escribir, e incluso pudiera usar la lengua y la voz para expresarse. El vulgo pensaba que los sordos carecían de la habilidad de desarrollar la voz, pero en realidad, el aparato fonador está intacto en ellos. La atrofia se debe a que lenguaje hablado se desarrolla gracias al aparato auditivo. Si este está ausente no hay habla. Cuando otros condestables burgaleses con hijos sordos tuvieron noticia de los progresos del alumno con Ponce de León quisieron saber si podía mitigar su propia desdicha. Uno de ellos fue el marqués de Berlanga, Juan Sánchez de Tovar, quien tenía dos hijos mudos (Pedro y Francisco), los cuales no podían heredar nada de su patrimonio. Fray Pedro Ponce decidió recibirlos en Oña, y educarlos en 1546.

FOTO 3 SIGNOS MANUALES BASADOS EN EL METODO DE PONCE
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La noticia de que un fraile estaba sacando a los sordos de su mutismo, y que podían heredar los patrimonios, atrajo la atención de muchas familias, sobre todo de familias acaudaladas. Para comprobar si eso era cierto, así como las consecuencias jurídicas que se originaban, se envió desde Madrid al monasterio de Oña al jurisperito y humanista Licenciado Lasso, quien lo comprobó y en 1550 redactó un 'Tratado legal sobre los mudos', primero en el mundo que sustanciaba el derecho de heredar de los sordos. En su extenso y bien fundamentado informe jurídico Lasso cita a Ponce “con quien yo muchas veces he comunicado y hablado sobre novedad tan nueva y milagrosa, jamás hasta hoy día vista ni leída”. En la primera parte de su dictamen confiesa que su cometido es tratar el derecho de los sordos a heredar y si “es capaz el tal mudo de hablar para suceder en el dicho mayorazgo”.

En efecto, el licenciado Lasso pudo comprobar que los sordos de nacimiento que él conoció allí podían hablar, comunicarse y mucho más. “…decir que hombres mudos a natura… hablen, lean y escriban y se confiesen, y que no les falle ninguna cosa de aquellas de que natura nos dotó, organizó y perfeccionó, salvo tan sólo el oír, es la novedad tan grande y el caso tan milagroso, que ni leo haberse visto ni tampoco haberse oído, ni fueran testigos parte para hacérmelo creer, ni con haberlo visto y palpado dejo de estar incrédulo para acabar de saber cómo será posible para que se me crea poderlo dar a entender”. Para el Licenciado Lasso, asistir a ese hecho fue algo “milagroso y sobrenatural”. Por tanto, en su dictamen determina el Licenciado Lasso, “el tal mudo, en hablando, se hace hábil y capaz para suceder en el tal mayorazgo, y desde aquel punto y momento no se puede llamar mudo, y sí de derecho ha de ser forzosamente admitido”.

El erudito Álvaro López Núñez, que prologó y preparó una edición anotada del Tratado de Lasso en 1919 (editorial Sobrinos de Minuesa), afirma que “nuestro Licenciado piensa que el sujeto que, habiendo sido mudo, llega a hablar, ya no debe ser tenido por mudo, y ha de cesar para él, por lo tanto, la incapacidad que, por razón de la mudez, restringía su aptitud para sostener relaciones de derecho. Conviene advertir que esta doctrina, que ahora nos parece tan racional, no lo parecía tanto en la época del autor, por estimarse entonces como imposible el que los mudos llegasen a hablar y aun a discurrir rectamente”.

Desgraciadamente, no ha llegado hasta nosotros ningún documento de Ponce de León sobre su extraordinario método de enseñanza. Pero sí hay noticia de su existencia. El licenciado Lasso afirmó que el fraile había plasmado su método educativo en un escrito y que merecía publicarse: “…porque aquesta el solo inventor de ella la tiene esculpido, guardada y reservada para sí, aunque para que la publicase y sacase a luz y a todos fuese notorio, por ser el bien tan encumbrado y universal”. Aparte del libro de Lasso, varios frailes contemporáneos de Ponce dejaron por escrito cómo era el método de Ponce y qué habían logrado hacer los hijos del conde de Berlanga. Fray Ambrosio de Morales (1575) llegó a escribir: “Se les habla por señas y se les escribe, y ellos responden luego de palabra, y también escriben muy concertadamente una carta y cualquier cosa. Uno de los hermanos del Condestable se llamó don Pedro de Velasco, que haya gloria. Vivió poco más de veinte años, y en esta edad fue espanto lo que aprendió, pues, además de castellano, hablaba y escribía el latín casi sin solecismo, y algunas veces con elegancia y escribía también con caracteres griegos”. Fray Juan de Castaniza, contemporáneo de Ponce, escribió que el fraile “por industria enseña a hablar a los mudos… y lo dejará bien probado en un libro que de ello tiene escrito”.

Francisco Vallés de Covarrubias, médico de cámara de Felipe II y que tuvo noticia del milagroso fraile, afirmó que “su método consistía en hacerles primero escribir, indicándoles luego con el dedo las cosas que se indican con aquellos caracteres”. Según el historiador Ernesto Zaragoza Pascual, el libro de enseñanzas de Ponce de León se conservó en el monasterio de Oña hasta el siglo XVII. En el siglo XVIII ya no pudo ser hallado. En 1593, casi cincuenta años después de los méritos probados de Ponce, el franciscano español Melchor de Yebra escribió el libro 'Refugium infirmorum' (Refugio de los enfermos), al final del cual mostraba un alfabeto con ilustraciones sobre la postura de las manos representando las letras del alfabeto, como se hace hoy con la Lengua de Signos. Unos especialistas afirman que parte de este conocimiento procede de fay Ponce de León, aunque no lo cite.

Fray Ponce de León fundó una obra social para atender a los monjes ancianos dotándoles de médico y enfermería

El método de desmutizar de Ponce no se perdió porque hay noticia de que en años posteriores Manuel Martínez de Carrión y Juan Pablo Bonet lo emplearon para enseñar a varios niños. Bonet escribió 'Reducción de las letras y arte de enseñar a hablar a los mudos' (Madrid, 1620). El censor de la obra, fray Antonio Pérez, abad benedictino, se acordó de Ponce pues en escrito para la impresión del libro, dice que “trata una materia importantísima y difícultosísima, muy deseada en nuestra España desde que nuestro Monje fray Pedro Ponce de León dio principio esta maravilla de hacer hablar los mudos, al cual por eso celebraron todos los naturales y extranjeros curiosos, por milagroso ingenio”. A partir de ese libro de 1620 basado en las enseñanzas de Ponce, el método español de alfabeto para mudos se extendió por todos los países europeos que usaban el alfabeto latino. Fue una revolución.

Según el historiador Zaragoza Pascual, al final de su vida fray Ponce de León fundó una obra social para atender a los monjes ancianos dotándoles de médico y enfermería, y para ello creó un fondo de sus propios ahorros “y de las limosnas de discípulos que he tenido” a los cuales “enseñé a hablar; pues tuve discípulos que eran sordos y mudos a nativitate [de nacimiento], hijos de grandes señores o de personas principales, a quienes mostré hablar y leer y escribir e contar y a rezar y ayudar a misa y saber la doctrina cristiana, a saberse por la palabra confesar, y algunos latín, y algunos latín y griego, y entender la lengua italiana, y éste vino a ser ordenado y a tener oficio y beneficio de la Iglesia y rezar horas canónicas, y así este y algunos otros vinieron a saber y entender la filosofía natural y astrología, y otro que sucedía en un mayorazgo y marquesado y había de seguir la milicia, en jugar de todas las armas a pie y a caballo”.

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