Ruanda crece a ritmo de tambores sagrados

  • Una tribu histórica de Ruanda realiza los mejor tambores del país, los kalinga. Para ello usan árboles umuvumu y los artesanos ingoma se quejan de cada vez hay menos unidades. Realizar estos instrumentos es difícil y costoso, ¿hasta cuando se seguirán haciendo?
Una tribu histórica de Ruanda realiza los mejor tambores del país, los kalinga.
Una tribu histórica de Ruanda realiza los mejor tambores del país, los kalinga.
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Jon Rosen, Nkomero (Ruanda) | GlobalPost

En la profundidad de las montañas del sur de Ruanda, escondido entre un laberinto de caminos para vacas repletos de maleza, el taller de Denis Kagaba parece demasiado modesto para ser el de un heredero de una tradición real.

A kilómetros de la ciudad más cercana, en una pequeña granja en la que cultiva café, plátanos y piñas, este artesano de 56 años y padre de seis hijos continúa una tradición que lleva siglos en su familia. Kagaba es uno de los últimos artesanos ingoma, y utilizando materia prima local y un sencillo juego de herramientas fabrica unos tambores considerados sagrados en Ruanda.

"Muchos lo han dejado porque es un trabajo duro", explica Kagaba, que aprendió el oficio de su padre hace más de 40 años. "Pero para mí es más que un trabajo, es una tradición".

A diferencia de la mayoría de los estados africanos modernos, forjados como entidades arbitrarias por poderes europeos desinformados, Ruanda era una auténtica nación antes de la era colonial. Entre los siglos XV y XIX una sucesión de reyes ruandeses expandieron gradualmente los dominios bajo su autoridad, conquistando pueblos rivales, anexionando poblaciones y eventualmente controlando un territorio que incluía toda la Ruanda actual y partes de los vecinos Uganda y el Congo. En Ruanda se decía que el rey era el ojo de Dios, y su poder lo hacía valer a través de su posesión más sagrada: el kalinga, un enorme tambor ceremonial adornado con los testículos de sus enemigos derrotados.

Reservado para las ocasiones especiales, el kalinga y otros tambores reales eran fabricados y cuidados por los abiru, los guardianes de la tradición real y expertos en los rituales y protocolos de la corte. Los tambores, entre los que también estaban los que se incautaban a los enemigos en las batallas, viajaban con el rey y marcaban el ritmo de los intore, un grupo de guerreros de élite que recitaban poesía y practicaban danzas, artes militares y un deporte parecido al actual salto de altura.

Kagaba desciende de una familia de abiru, los asesores más preciados de los reyes hasta que la monarquía fue abolida por la presión de los administradores coloniales belgas, antes de la independencia del país en 1962. El último Rey de Ruanda, Kigeli V Ndahindurwa, lleva viviendo en el exilio cerca de medio siglo, viendo desde la lejanía cómo su país era escenario de uno de los estallidos de violencia más espeluznantes del siglo XX: la matanza de 800.000 ruandeses en 100 días durante el genocidio de 1994.

Hoy en día Ruanda es una nación que ha vuelto a nacer, con una capital que se moderniza velozmente y un Gobierno que entiende que el futuro está en formar una generación de jóvenes con conocimientos tecnológicos. Pero Ruanda no ha olvidado su tradición artística. Aunque ya no son una fuerza de combate de élite, los intore actuales son los maestros de la percusión y los bailes tradicionales de Ruanda, que ahora se representan en giras por todo el mundo. El Ballet Nacional, creado en 1974, es la formación intore de más prestigio del país, aunque gracias al apoyo del Gobierno cada vez surgen más grupos de este tipo. Esto es una buena noticia para Kagaba, que ahora recibe más pedidos de sus tambores hechos por encargo.

"Hay rachas en las que el negocio va mal, pero en los últimos años ha ido realmente a mejor", asegura.

Kagaba comienza el proceso de fabricación de un tambor tradicional talando un umuvumu, un árbol que sólo se encuentra en el sur de Ruanda y que destaca por tener una madera especialmente robusta. El artesano coge un trozo de tronco y lo va vaciando a mano, de manera que la parte superior tenga el doble de tamaño que la base. A continuación le ajusta una piel de vaca con la ayuda de docenas de tiras de cuero alrededor del cuerpo de madera. Para rematar, aplica una generosa capa de sangre de vaca, que fija las tiras de soporte y asegura la acústica del tambor.

Se trata de un proceso duro físicamente y largo, imposible de hacer durante la época de lluvias fuertes. Dependiendo del tamaño, los tambores de Kagaba cuestan entre 35 y 90 euros, poco dinero para lo exigente del trabajo, pero suficiente junto con los ingresos de sus campos para permitirle llevar una vida cómoda junto a su mujer e hijos.

El mayor problema, dice Kagaba, está en la madera. Los árboles umuvumu, símbolos tradicionales de protección, solían crecer por todo el sur de África, especialmente a las puertas de las casas. Según la mitología, el árbol logró su estatus sagrado cuando Ryagombe, un mensajero de Dios, fue atacado por un búfalo y le salvó la rama de un umuvumu.

Durante la era colonial, las creencias tradicionales comenzaron a languidecer y el cristianismo se arraigó en gran parte del país, por lo que el umuvumu (un árbol que necesita muchos cuidados) comenzó a perder su reputación sagrada. Antaño abundantes, ahora hay pocos y muchas veces son talados por los vecinos en busca de carbón. Aunque antes usaba umuvumu de sus tierras, Kagaba ahora tiene que viajar kilómetros para comprar la madera. Un árbol, que tarda 50 años en alcanzar la madurez, sirve para producir unos 10 tambores pequeños o tres de los grandes.

De momento Kagaba dice que la oferta de umuvumu es suficiente, pero admite que la tradición de fabricar estos tambores reales (que su hijo Jean-Paul ya empieza a aprender) depende en buena parte de la supervivencia de los árboles sagrados.

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