La CAM la mandó de vuelta

De Canarias a salvar Madrid y a la calle: "No se cumplió nada de lo prometido"

La enfermera de Tenerife Rebeca Amador fue una de los 10.000 sanitarios que llegaron a la capital en marzo, desde otras provincias, para ayudar durante el colapso.

Rebeca Amador enfermera canaria
De salvar Madrid al despido: "Casi nada de lo que nos prometieron se cumplió".
Cedida

A Rebeca Amador nunca le temblaron las piernas... "y mira que fue duro". En marzo, cuando la COVID-19 era todavía algo casi nuevo —desconocido— para los españoles y la sanidad madrileña colapsó debido al repunte de casos en la capital, la enfermera canaria hizo las maletas, cogió un avión y se plantó en Barajas con el único ánimo de ayudar a sus conciudadanos. Lo hacía (o eso pensaba ella) bajo una serie de condiciones que —tal y como afirma al cabo de unos meses desde su Tenerife natal— "no se cumplieron". Rebeca estuvo nada menos que en el Hospital de la Paz y en IFEMA, donde, valiéndose de sus conocimientos en la rama de 'críticos', enseñó "a muchos compañeros a utilizar los respiradores ". De aquellos días recuerda el ahogo de un sector que no daba más de sí, la muerte y el desencanto al saber que iban a mandarla a casa (igual que a muchos 'colegas') antes de lo que les habían dicho. Hoy, España ya tiene encima la segunda ola, pero, a diferencia de la otra vez, la enfermera va a quedarse en Canarias: "Aquí también veo que las cosas se empiezan a complicar. Siento que hago falta en Tenerife". 

"Me destinaron a IFEMA, entre otras cosas, para enseñar a otros compañeros a utilizar respiradores"

Rebeca voló a Madrid la semana del 16 de marzo, apenas dos días después de que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, decretara el estado de alarma. Lo hizo porque los sindicatos de enfermeras lanzaron un aviso a nivel nacional en el que pedían la presencia de sanitarios de otras zonas de España en la capital. No lo pensó dos veces: la necesidad apremiaba y la Comunidad de Madrid (CAM) le aseguraba un contrato de 'larga temporada', además de un piso en el que vivir durante su paso por la ciudad. Pero nada de eso llegó. "Una vez en Madrid", apunta, "tuve que buscar piso por mi cuenta". Incluso llegó a colgar anuncios en Twitter para tratar de encontrar a alguien que la acogiera mientras se cargaba, junto al resto de sanitarios, el país a sus espaldas. "Al final pude quedarme en un piso que me proporcionó de forma gratuita la Federación española de Hemofilia", agradece.

Lo peor, sin embargo, "fue lo del contrato". Ya instalada en la capital y sin perder un minuto (se hubiera enfundado un EPI de haberlo tenido, pero aquellos días brillaban por su ausencia), se dirigió al hospital y allí se encontró con algo que, desde luego, no esperaba. Ese contrato de 'larga temporada' que, cuando menos, le aportaba algo de estabilidad económica y emocional —en el contexto de absoluta inestabilidad que supone viajar al epicentro de una pandemia— se reflejó en el documento en "un contrato de 15 días". Reconoce que en aquel momento se le cayó el mundo al suelo: nada  estaba siendo como le habían prometido. A su entender, las autoridades no cumplieron con los sanitarios que, movidos por la responsabilidad de de profesión, se jugaron la vida en las semanas más crudas de la pandemia. No obstante, ella firmó y se puso a trabajar.

"Aquello parecía una guerra"

A Rebeca le dieron varios ataques de ansiedad durante las semanas que pasó en Madrid. Como ella tenía experiencia en la unidad de 'críticos' gracias a uno de los tres másteres que ha cursado a sus 24 años, rápidamente la destinaron a IFEMA, donde enseñó a utilizar respiradores a los sanitarios que no estaban habituados. "Si nos hubieran contratado para más tiempo", resume, "ahora no sería necesario volver a formar a otra tanda de gente". Se refiere a que, en la segunda ola, "no tendría por qué haber sido necesario invertir ese tiempo en formaciones: podríamos habernos puesto a trabajar de forma inmediata". Pero, al margen de la reivindicación, lo que le viene a la cabeza cuando piensa en IFEMA es "lo más parecido a una guerra te puedas imaginar". Para el personal, asegura, "era imposible mantener distancias de seguridad ni nada por el estilo", estaban "hacinados" en salas y tuvieron que aprender a convivir con la muerte. "Lo que te digo; parecía una guerra".

"Si todavía estuviéramos contratados los mismos sanitarios, en esta segunda ola no haría falta perder tiempo con nuevas formaciones"

Después de tantos meses en primera línea de la pandemia, Rebeca presenta anticuerpos, lo que quiere decir que es muy probable que haya pasado el virus aunque, también probablemente, de forma asintomática. Cuando se vio despedida de Madrid, rehizo las maletas y se volvió por donde había venido. Al llegar a Tenerife, explica, "encontré trabajo a los tres días". En seguida se dio cuenta de que en su tierra hacía tanta falta como en Madrid y desde aquel momento no ha dejado de trabajar en el Hospital Universitario de Nuestra Señora de la Candelaria de Tenerife. "Tengo contrato hasta el 31 de enero", sonríe, "y, en principio, parece que podré continuar una vez se cumpla". 

"Toda la gente que conocí tuvo que volverse"

Madrid vivió en marzo una situación límite en muchos sentidos. Por eso los sanitarios que llegaron desde las distintas provincias se apoyaron los unos en los otros y, en muchos casos, se hicieron hasta amigos. Los que conoció Rebeca, cuenta la canaria, "están ya todos en su casa". A ninguno le ampliaron el contrato. "Yo tengo la suerte de haber encontrado trabajo aquí", continúa, pero lamentablemente otros no pueden decir lo mismo. A estas alturas, y a la vista de cómo están desarrollándose las cosas, parece lógico que tanto ella como cualquier español se pregunte hasta qué punto puede permitirse este país tener a tantos profesionales de la medicina y de la enfermería parados en casa. Rebeca avisa: "también en Tenerife percibimos ya un repunte en los casos". Sus cifras, claro está, son muy lejanas a las de otras regiones españolas, pero Rebeca tiene el ojo domado tras tantos meses en la batalla y asegura que la cosa va a peor. 

La Información conversó con la protagonista de esta historia, por primera vez, el día 20 de marzo. La entrevista se desarrolló pocas horas antes de que aterrizara en Madrid y, por aquel entonces, Rebeca Amador admitía tener tanto "miedo" como ganas de ganas de ayudar. Hoy —después de su paso por IFEMA y el Hospital de la Paz; el desencuentro con la CAM; su vuelta a Canarias; el verano relativamente tranquilo y el inicio de la segunda ola— este diario la vuelve a entrevistar. Todo ha cambiado, pero, lamenta, todo sigue igual. "Es increíble que haya gente (más de la que creemos) que no esté aún concienciada. ¿Dónde han estado durante la pandemia?", se pregunta. Todos aquellos aplausos que los españoles le dedicaron a ella y al resto de sus compañeros desde los balcones solo tienen valor si se traducen en respeto a las normas, en precaución. Solo así Rebeca se sentirá homenajeada y solo así su esfuerzo no será en vano. 

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