Solidarios en Acción: La danza saca de los vertederos a los huérfanos de Togo

  • El padre de Assou Dagnon murió en un accidente de moto y lo que ganaba su madre vendiendo comida en el mercado no bastaba para vivir. Así que con diez años acabó lanzándose a la calle. Pero una compañía togolesa de danza le está ayudando a él y otros niños a volver a la escuela y recuperar su futuro.
Ken Maguire | GlobalPost

(Lome, Togo).La vida no le ha dado a Assou Dagnon razones para sonreír. Lleva desde los diez años buscándose la vida en la calle. Pero ahora, con 15, lo que le anima a salir adelante es volver a la escuela. En uno de los países más pobres del mundo, él ha logrado estudiar hasta el sexto grado.

Pero también está el baile. Actúa en una compañía de percusionistas y bailarines, todos ellos chicos de la calle como él, algunos de ellos huérfanos, que en muchos casos todavía sacan algún dinero rebuscando entre la basura y vendiendo materiales reciclables.

Entre los objetivos de la compañía está que cada muchacho sepa leer y escribir y manejar ordenadores. También hay talleres para aprender oficios como la carpintería. Recientemente han abierto una tienda para vender sus trabajos. Y las actuaciones musicales, en las que Assou y su hermano gemelo bailan y caminan sobre zancos, les ayudan a salir adelante y a ganar en confianza.

“Hay una enorme alegría. Estamos en paz”, dice Assou sobre lo que siente al actuar. “La única cosa que iguala esta sensación es cuando nos sentamos y hablamos sobre nuestra vida y nuestro futuro. Hablamos sobre nuestra vida de antes, sobre cómo es ahora y sobre cómo va a ser”.

Al frente de esas charlas está Souleman Osseni, que fundó la compañía porque conoce de primera mano las dificultades de crecer en las calles de Lomé, la capital de Togo, en la frontera con Ghana.Osseni, de 23 años, el “grand frêre” o gran hermano, decidió ayudar a los muchachos que terminan buscándose la vida en Zongo, un vertedero de basura donde los jóvenes (huérfanos o de hogares destrozados) intentan ganar dinero con materiales reciclables.

Sabe que los sueños de acudir a la escuela o de viajar al extranjero para bailar se frustran rápidamente en lugares como Zongo, donde la violencia y los abusos sexuales son algo habitual. Y eso se suma a unas deplorables condiciones sanitarias y a la constante amenaza de la malaria.

“Encontré una solución al problema”, explica.Osseni, que dejó de merodear por las calles tras aprender a esculpir la madera, se dio cuenta de que por la noche los niños de Zongo acudían a los bares cercanos en busca de limosna. A veces bailaban al ritmo de la música, y los clientes les lanzaban monedas. Así que decidió poner en marcha la compañía de baile, con ensayos obligatorios cada noche.

No tenía un plan a largo plazo, reconoce. Tan sólo quería darle una oportunidad a los chavales. “Estos chicos que están en la calle son buenos, únicamente necesitan una oportunidad”, dice. “No tienen psicólogos con los que hablar. Yo les digo que cuando bailan y actúan están sacándose de encima las frustraciones. De este modo, están demasiado cansados para ir a bares o a otros sitios peligrosos”, afirma.

La compañía está integrada actualmente por 30 chicos en su mayoría adolescentes y un puñado de niños pequeños, el más chico de 7 años. Los más jóvenes no pueden actuar y tienen que acudir a la escuela. Amagan, que es el nombre de la compañía, también les busca hogares seguros. Decidieron ponerle ese nombre al grupo en honor a una hierba que tiene poderes medicinales.

La compañía se ha convertido en una organización formal, legalizada, con un consejo de dirección de voluntarios que ha decidido limitar el número de miembros a 30. Ganan dinero participando en eventos, como bodas, y recientemente han alquilado un local para ensayar en el que además tienen su pequeña tienda. Algunos de los niños también duermen allí.

Un puñado de ellos todavía viven en Zongo, incluido Assou y su hermano gemelo, Etsevi. Las amenazas son reales y Assou reconoce que le intentan robar “muy a menudo”.

“Incluso esta mañana”, dice, explicando que un amigo le robó las herramientas que utiliza para arrancar piezas metálicas para reciclar. “Era alguien en quien confiaba. Le pedí que me cuidara las cosas, pero cuando regresé se negó a devolvérmelas”.

Pero ahora que tiene 15 años, cree que la situación es más segura. “Ahora soy un poco mayor. Cuando eres más pequeño o estás solo pueden venir y pegarte una paliza. En cuanto detectan que estás ganando algo de dinero, te atacan”, reconoce.

El francés Jerome Combes, director local de la organización suiza para la protección de la infancia Terre des Hommes, afirma que Amagan es un caso exitoso porque los niños pueden confiar en Osseni. “Es la mejor forma para los niños de encontrar una solución a sus problemas: ser ayudados por personas como ellos, porque conocen su situación”, afirma. “Hay que ganarse la confianza de los niños. Hay que aceptar que lleva meses o años. A los niños se les gana con paciencia y estando atentos a ellos”.

Combes está ayudando a los niños de Amagan a acudir a clases de alfabetización, y les ha ayudado en temas de marketing y relaciones públicas. Ahora están preparando una página web y un perfil en Facebook. Asegura que es raro que una organización en un país en desarrollo se construya desde los cimientos por si sola.

Combes aplaude el trabajo de Osseni, y asegura que puede ser el modelo para otros, aunque insiste en que la mejor manera de ayudar a los críos es a través de la educación y de la formación laboral.

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