Un nuevo método prevé el impacto ambiental de las erupciones volcánicas

  • Un equipo del CSIC ha analizado un centenar de depósitos de ceniza asociados a la erupción de varios volcanes andinos durante los dos últimos millones de años, lo que ha permitido diseñar un método para prever su impacto en el medio ambiente.

Madrid, 25 abr.- Un equipo del CSIC ha analizado un centenar de depósitos de ceniza asociados a la erupción de varios volcanes andinos durante los dos últimos millones de años, lo que ha permitido diseñar un método para prever su impacto en el medio ambiente.

Dos expediciones al Cono Sur de América, lideradas por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), estudiaron las repercusiones de las cenizas derivadas de las erupciones de Quizapú (1932), Lonquimay (1988), Hudson (1991), Copahue (2000), Llaima (2008) y Chaitén (2008).

Además del CSIC, en el proyecto han participado universidades argentinas y españolas.

"La mayor novedad del proyecto es que, para un depósito de ceniza concreto, se ha determinado cuál fue su impacto en el medio ambiente", explica en una nota José Luis Fernández Turiel, investigador del CSIC en el Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera y coordinador del proyecto.

Una parte esencial del trabajo ha sido modelar el proceso de dispersión de las cenizas en el agua, que "es el mayor problema".

La carga ambientalmente transferible de una ceniza se libera en el primer contacto con el agua, bien de lluvia o bien porque la ceniza cae en un lago o en un río. "En ese momento, la peligrosidad geoquímica de esos depósitos es máxima", agrega.

Parte de los elementos peligrosos de las cenizas es arrastrada por el agua, que sufre variaciones notables de pH y salinidad, y acaba contaminando los pozos subterráneos.

A partir de ese momento, "las aguas ya no son utilizables. En Chile, en 2008, con la erupción del Chaitén, se notaron los efectos en el agua durante los siguientes 15 días. Muchos animales murieron de sed o envenenados".

El método desarrollado permite simular en el laboratorio ese proceso geoquímico y ver no solo qué ha pasado en anteriores erupciones, sino además prever el impacto de las futuras.

Metodologías como esta son transferibles a los grupos de interés implicados (científicos, gestores medioambientales y gestores de peligrosidad volcánica y protección civil) para establecer medidas de vigilancia y prevención.

De estas últimas, la más importante consiste en disponer de reservas de agua suficientes para la población y el ganado, para evitar aguas afectadas por el lavado inicial de la ceniza.

Los resultados muestran que los componentes mayoritarios de las cenizas volcánicas son sulfato y cloruro, mientras que otros elementos, como flúor, hierro, zinc, arsénico, cobre y antimonio, se observan en muy pequeñas cantidades.

Algunos, como el calcio y el hierro, pueden ser beneficiosos en sistemas pobres de nutrientes. Otros, como el arsénico y flúor, los elementos mayoritarios de entre los potencialmente peligrosos, pueden tener efectos nocivos.

Los científicos también han podido determinar que, pese a la baja movilidad ambiental demostrada por los elementos presentes en la ceniza volcánica, la gran cantidad de ceniza generada en una erupción explosiva hace que los efectos sean significativos.

En la erupción de Chaitén en 2008, se generaron 0.5 kilómetros cúbicos de ceniza, con un impacto en las aguas durante semanas.

En cambio, en la erupción de Quizapú en 1932, la mayor erupción del siglo XX en el sur de los Andes, se produjeron 5 kilómetros cúbicos de ceniza, con efectos que duraron años.

De la erupción del Quizapú, que afectó a miles de kilómetros cuadrados, con ceniza que llegó incluso hasta Buenos Aires, a más de 1.400 kilómetros de distancia del volcán, "ya solo quedan escasos retazos" como los que han localizado al norte de la provincia de La Pampa, de 10 a 30 centímetros de espesor.

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