Abebe Bikila, el rey que corría descalzo y que desacomplejó a África negra

Con su victoria en el maratón de los Juegos Olímpicos de Roma en 1960, el etíope Abebe Bikila, el legendario atleta que corría descalzo, abrió el camino de la gloria olímpica a los corredores de África negra, antes de ver su destino roto por un accidente de auto.

Al aparecer en primer lugar entre la penumbra de la noche, en una Vía Apia alumbrada por antorchas, Bikila cambió la cara del deporte. Fue el primer campeón olímpico de África negra, el pionero en una larga lista.

El don de la resistencia le llegó gracias a sus horas pasadas, cuando era niño, recorriendo las colinas alrededor de su pueblo, Jato, a 130 km al norte de Adís Abeba, para encontrar un lugar para hacer pastar al rebaño de su familia.

Nacido en 1932, integró al inicio de los años 50 la guardia imperial, el cuerpo de élite encargado de la protección del emperador Hail Selassie. El entrenador sueco Onni Niskanen descubrió su talento de corredor y le incitó a lanzarse al maratón.

En Roma, Bikila era un desconocido y nadie se tomó realmente en serio sus referencias cronométricas. La carrera desembocó muy rápido a un mano a mano entre él y el marroquí Rhadi Ben Abdesselam.

A dos kilómetros de la llegada, al pie del obelisco de Axum, robado por los ejércitos de Benito Mussolini en la ocupación de Etiopía, un cuarto de siglo antes, Bikila lanzó el ataque decisivo.

Con los pies descalzos, sin marcas de sufrimiento, llegó en solitario el arco de Constantino, con récord mundial incluido (2 horas, 15 minutos y 16 segundos).

Nació la leyenda del "hombre capaz de correr desde que sale hasta que se acuesta el sol". A su regreso a Etiopía, fue recibido como un héroe y el emperador le recompensó generosamente por su hazaña.

Pero unos meses más tarde, Selassie abortó una tentativa de golpe de Estado en el que estaba implicada la guardia imperial. Bikila, pese a que no tomó parte, fue detenido un tiempo y solo su notoriedad le permitió escapar a lo peor.

Después de los Juegos de Roma, no sobresalió, ganando casi todas sus carreras, pero sin nada reseñable. Antes de los Juegos de Tokio en 1964, apareció menos invencible tras padecer una apendicitis 40 días antes del maratón.

Esta vez, con zapatillas de deporte, partió con prudencia. Pero tras unos kilómetros, se colocó en cabeza. Nadie lo volvería a ver. Ganó con un tiempo de 2h12:11, convirtiéndose en el primer atleta en lograr el oro en dos maratones olímpicos.

El alemán oriental Waldemar Cierpinsky conseguiría lo mismo en 1976 en Montreal y en 1980 en Moscú, dos ediciones de los Juegos Olímpicos marcadas por los boicots de varias naciones, sobre todo africanas.

Con molestias por una lesión en una pierna contraída el año precedente, tuvo que abandonar tras 17 km en el maratón de los Juegos de México en 1968. Otro etíope, Mamo Wolde, le sucedió en el palmarés.

Casado y padre de cuatro hijos, Bikila fue víctima un año más tarde de un accidente de carretera, al volante de un auto ofrecido por el emperador, lo que le dejó paralítico, sin poder recuperar nunca más el uso de sus piernas.

No perdió sin embargo su espíritu combativo y participó en silla de ruedas en pruebas deportivas para minusválidos, entre ellos el torneo de tiro al arco de los Juegos de Stoke Mandeville, en Inglaterra, los precursores de los Juegos Paralímpicos.

Pero el 25 de octubre de 1973, una hemorragia cerebral acabó con su vida, a la edad de 41 años. Etiopía lloró a su atleta más grande, con un entierro de grandes dimensiones, al que asistió el emperador.

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