Agüero hizo una declaración de intenciones antes de comenzar el encuentro: saludó a sus rivales con la mano derecha, mientras que en la izquierda llevaba un balón. Fue una manera de decir que quería el esférico, que no se iba a acomplejar. Estaba en el Bernabéu, pero el balón era para él.
No tardó en aparecer, le bastaron nueve minutos para dejar su huella en el partido. Recibió un balón en la frontal del área madridista, y cuando le encimó Sergio Ramos, por el rabillo del ojo vio la llegada de Reyes por su derecha. Gracias a un sutil toque con el exterior, habilitó al utrerano, que con clase alojó el balón en la portería de Casillas en lo que suponía el 0-1.
Como buen argentino, el Kun es canchero, y le gustan los escenarios calientes. No le coartan los estadios en contra, le motivan. Conoce los códigos y sabe cómo encender a las aficiones contrarias. Por eso, en un balón largo al que era imposible que llegara, lo corrió como un poseso sólo para tocarlo con la puntera y enviarlo al Fondo Sur. El público de esa zona le dedicó una sonora pitada, como era de esperar.
El segundo tiempo fue netamente blanco, y eso repercutió en la aportación del Kun. Desde su posición vio cómo los goles del Madrid iban cayendo en la portería de su equipo, a la vez que se desesperaba por los pocos balones en condiciones que le llegaban. En la pelea que tuvo con Sergio Ramos y Albiol, fueron los madridistas los que salieron ganadores en la mayor parte de las ocasiones.
Todo la aportación ofensiva de Agüero en los segundos cuarenta y cinco minutos consistió en dos remates de cabeza. Nada más logró sacar de la zaga blanca… y de sus compañeros. Ni siquiera fue el encargado de lanzar el penalti que cometió Xabi Alonso, sino que fue Forlán quien lo transformó. El argentino se marchó del derbi de puntillas, aunque no dejó de intentarlo hasta que el árbitro pitó el final.
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