Las televisiones marcan el paso

De la paz olímpica griega a los 13.000 millones de Tokio en plena pandemia

La historia de los juegos ha estado salpicada de grandes problemas hasta terminar de convertirse en un fenómeno de masas que todo el mundo ve a través de las televisiones y está marcada por los patrocinios.

La nadadora Mireia Belmonte y el piragüista Saul Craviotto llevan la bandera española durante la inauguración de los Juegos Olímpicos en Tokio.
De la paz olímpica griega a los 13.000 millones de Tokio en plena pandemia.
DPA vía Europa Press

Los juegos olímpicos nacieron en la antigüedad griega como una figura para garantizar cuatro años de paz , aunque no siempre lo lograran, pero tras su resurrección 'moderna' en 1896 han sido muchas las vicisitudes que han pasado, incluidas dos guerras mundiales, para convertirse en las últimas décadas en verdaderos instrumentos de desarrollo e inversión para las capitales que los organizan, incluso en el experimento sin público de Tokio a causa de la pandemia, que ha profesionalizado la venta de emociones a través del plasma tras un gasto millonario en publicidad y marketing. Barcelona 92 se dejó más de 5.500 millones de euros en la organización, pero lo compensó con un 34% de ese dinero en patrocinios y la venta de entradas; Tokio se ha disparado hasta los 13.560 millones, el doble de lo previsto, pero sin entradas y con los patrocinios en la tercera parte de ese montante. 

La palabra Olimpiada no hace alusión a los juegos en sí, sino al periodo de tiempo que transcurría entre la secuencia de cuatro años que era el “tempo” o paréntesis que se necesitaba para convocar de nuevos dichos juegos. Es sabido, que el año 776 es la fecha de arranque de los Juegos Olímpicos con carácter regular. Pero como todo lo humano es perecedero, vano y transitorio, tras 1176 años de desarrollo ininterrumpido, llegó el pio emperador Teodosio con el cristianismo a cuestas y se los cargó por ser una costumbre pagana; como si la cultura autentica no fuera lineal, integradora e interracial. Esta desgracia sin paliativos ocurría en el año 393 d.C. Personajes como Alejandro Magno, Julio Cesar, los Antoninos e incluso el alucinado Nerón, respetaron este antiguo formato de entendimiento. «Stultorum infinitus est numerus».

En 1821 los griegos consiguieron sacudirse el yugo otomano tras siglos de dominación y crueles condiciones contra la población helena. Los siempre románticos griegos pusieron su voz colectiva en manos de los dos poetas y hermanos Soutsos (Alexandro y Panagiotis), que a través de inflamadas arengas promovieron la vuelta a los Juegos Olímpicos. El poema épico Dialogo de los Muertos que vio la luz en 1833 enciende los corazones de este antiquísimo pueblo, guía cultural de esta civilización occidental todavía no concluida. Finalmente, los griegos se salen con la suya y convocan un remedo de los juegos habida cuenta de que los recursos eran muy escasos.

Pero es en el año 1896, que un lúcido barón francés de nombre Pierre de Coubertin, le dio un giro copernicano a aquel desatino que siglos atrás había desembocado en la aniquilación de uno de los más grandes proyectos que ha dado a luz la humanidad. Reinstauró los juegos en Atenas en el año 1900 y los helenos quedaron seducidos por el encanto del galo y el renacimiento de sus antiguas tradiciones (no hay que olvidar que los años de dominación turca les privaron de su propia cultura).

Lamentablemente el espíritu olímpico ha sido quebrado en sus altos valores al menos en tres ocasiones durante los años posteriores. La I Guerra Mundial fue uno de esos momentos donde hubo que suspender este grandioso evento. Afortunadamente, soldados ingleses y alemanes esporádicamente jugaban al futbol en el 'no mans land' en periodos navideños.

Luego, vendría la más terrible guerra de la historia conocida, la II Guerra Mundial en la que dos colosos totalitarios y una coalición de docenas de países enfrentarían primero los horrores del nazismo y más tarde del comunismo soviético.

El dinero es lo que cuenta

Con algunos contratiempos como los juegos olímpicos de Múnich y la masacre acaecida en ellos, hemos llegado a los albores de este siglo presidido si cabe, por más incertidumbres. Como en tantos aspectos de la vida contemporánea, los juegos olímpicos también han ido incorporando nuevas variantes al espíritu inicial de esta competición que se resumía en el lema “citius, altius, fortius” (más rápido, más alto, más fuerte). Ahora, alrededor de la organización de este evento deportivo de carácter internacional, la especulación y el mercadeo campan actualmente a sus anchas pero lo que es evidente es que en el espíritu de los competidores perdura aquella idea universal de hermanamiento entre naciones.

Las ciudades que optan cada cuatro años a ser sede de los juegos olímpicos, hacen de esta posibilidad un formidable negocio económico. Los multimillonarios presupuestos de las sucesivas ediciones que se han ido celebrando en las últimas décadas pueden dar una idea de la dimensión de negocio. La edición de los juegos olímpicos, celebrada en 1992 en Barcelona supuso un salto cuantitativo, 5.500 millones de euros por la organización de euros de gasto público, aunque con un avance muy similar de la deuda de la Ciudad Condal. Tokio ha pasado por encima de esa cantidad por el año de retraso que conlleva y que le ha duplicado el presupuesto hasta los 13.500 millones de euros, de los que algo más de la cuarta parte se van a recuperar por los pagos de los anunciantes y las cadenas de televisión, incluidos los 57 millones de RTVE. 

Ya lo dijo hace unos años el hijo del que fuera vicepresidente del Comité Olímpico Español en el sentido que “los juegos olímpicos no son buenos para las ciudades, son extraordinarios” (Juan Antonio Samaranch hijo). Sí, sin duda para las empresas constructoras y equipamientos supone un alto beneficio con fecha de cobro, sin embargo no hay que olvidar que ese desembolso procede de las arcas públicas. En este marco económico de obtener la máxima plusvalía, los juegos olímpicos son organizados, patrocinadas y abastecidos por entidades privadas y socios privados como Bridgestone (que puso en marcha su patrocinio Olímpico para toda la región EMEA (Europa, Oriente Próximo y África) asegurando el presidente general de la marca, Paolo Ferrari, que “ este patrocinio lleva emoción a la marca”. Aquello de “Mens sana in corpore sano

Así se entiende la importancia de las cadenas de televisión que están dispuestas a pagar grades sumas por la concesión de derechos televisivos. La NBC Universal es quien tienen los derechos de trasmisión de Tokio 2020 y ha afrontado la parte principal de los 4.000 millones en derechos televisivos. No obstante ya en marzo de 2020 la empresa anunció que había vendido 1.250 millones  de dólares en publicidad. 

Pero al margen de cifras macroeconómicas, el Tokio 2020 nos anuncia en esta versión de juegos una nueva forma de relacionarnos. Tal vez escalofriante pero sin duda irremediable; sentir la emoción, la pasión y la proeza de nuestros deportistas a través del plasma, en soledad o en nuestro grupo burbuja (término de la era Covid). Son los juegos telemáticos, cibernéticos, los que van a impulsar el 8k (aquí andamos en pañales con el 4K) y las nuevas plataformas como la Peacock que viene a ser un servicio de vídeo bajo demanda estadounidense por Internet de la NBC Universal, que quiere competir con el referente de Disney y Netflix.

En esta entrega de los Juegos de la XXXII Olimpiada, se vive la era de la imagen y la telecomunicación digital, y evidentemente hay toda una industria con los ojos bien abiertos para mover ficha en la cantera. Sin embargo todo este artilugio para ver quién recoge los mejores trozos del pastel queda en un segundo o tercer plano cuando vemos a nuestros jugadores olímpicos y sentimos que nos devuelven los valores del esfuerzo y su recompensa, de la cooperación humana. Celebramos frente al plasma los valores del “Olimpismo” al que se refirió Pierre Fredy de Coubertin, (segundo presidente del COI) de esta forma: "El Olimpismo no es un sistema, es un estado de la mente. Puede extenderse a una amplia variedad de modos de expresión y ninguna raza ni época puede reclamar el monopolio del mismo".

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