El 'cártel' ruso del dopaje: de las 'pastillas azules' de la URSS al laboratorio de Putin

Vladimir Putin, en una visita a un laboratorio
Vladimir Putin, en una visita a un laboratorio
Twitter / @luisgrahamyooll

Ni Juegos Olímpicos ni Juegos de Invierno ni Mundiales de fútbol; la expulsión de Rusia durante cuatro años de cualquier competición por parte de la AMA deja a sus deportistas en el ojo del huracán y sin bandera -literalmente, ya que solo podrán utilizar la olímpica en cualquier evento organizado por el COI-. Una situación que culmina cinco años de tiras y aflojas entre Vladimir Putin y las autoridades antidopaje, en la que el presidente del país ha sido señalado como instigador de una suerte de 'cártel' del dopaje y que, además, supone el último capítulo de casi 50 años plagados de trampas en el deporte ruso.

La acusación a Putin llega desde la propia Agencia Antidopaje Rusa (RUSADA), cuyo director, Yuri Ganus, instó ayer mismo al presidente ruso a cambiar a los principales dirigentes del deporte ruso. La historia viene de largo, ya que su enfrentamiento con el Ministerio de Deportes provocó la inhabilitación vitalicia del viceprimer ministro Vitali Mutkó, al frente de la cartera desde 2008 y considerado el principal impulsor del dopaje de Estado. Y, aunque el pasado julio el COI decidió revocar dicha inhabilitación, la sombra de la trama sigue planeando sobre Mutkó, Putin y el presidente de la federación de atletismo, Dmitri Shliajtin, quien dimitió hace apenas dos semanas por otro escándalo de dopaje.

En este sentido, la sanción de la AMA hace hincapié en que el 'cártel' del dopaje ruso está detrás del encubrimiento y manipulación de pruebas de sustancias prohibidas en el seno del deporte del país, hasta el punto de que dichas manipulaciones hacen imposible comprobar si 145 de los 298 deportistas rusos sospechosos y que están incluidos en la base de datos -es decir, prácticamente la mitad- violaron las reglas antidopaje entre 2012 y 2015.

Un sistema digno del KGB

Todo comenzó durante los años 70. La Guerra Fría había pasado de librarse en la Luna a las competiciones deportivas. Por eso, la URSS preparó un plan de dopaje sistémico cuando aún no existían organismos internacionales para controlarlo. Pero, para ponerlo en marcha, en vez de someter a sus propios atletas y deportistas a una potencial sobredosis, mayoritariamente por consumo de anabolizantes -conocidos como 'pastillas azules'-, utilizó a la RDA (la República Democrática Alemana, bajo el control de Moscú) a modo de laboratorio humano.

El resultado es de sobra conocido: aproximadamente 10.000 atletas de la RDA fueron sometidos a un programa que, misteriosamente, empezó a aupar a Alemania Oriental al tercer cajón en todas las competiciones deportivas, tras EEUU y la propia URSS. De pronto, la natación mundial pasó a ser dominada por la RDA y en los Juegos Olímpicos pasaron de apenas 25 medallas en México 1968 a 66 preseas en Múnich 1972, 90 en Montreal 1976... y 126 en Moscú 1980.

En 1977, la lanzadora de peso Ilona Slupianek dio positivo por esteroides anabólicos en el Europeo de Helsinki, por lo que fue sancionada con nueves meses sin competir. Paralelamente, el laboratorio Kreischa -que realizaba cerca de 12.000 controles al año aunque ninguno conllevaba sanción alguna- pasó a ser controlado por el gobierno soviético. La jugada buscaba cerrar inmediatamente el flujo de información al exterior de los controles antidopaje, por lo que se instauró un sistema según el cual los atletas que daban positivo en una prueba -que nunca se hacía pública- abandonaban o no acudían a una competición. La explicación que se daba es que sufrían alguna lesión temporal.

Aunque era generalizado entre hombres y mujeres, la trama de dopaje sistémico de la URSS estalló cuando sus atletas femeninas empezaron a marcar registros exageradamente buenos respecto a los de sus rivales: por ejemplo, la velocista Marita Koch batió 14 récords del mundo entre 1978 y 1985 -entre ellos, el de 47,60 segundos en el 800 metros lisos, una marca a la que en los 10 últimos años ni siquiera se ha acercado nadie en menos de un segundo-; o el caso de la lanzadora Gabriele Reinsch, que lanzó el disco a 76,80 metros en 1988, una marca que jamás ha sido batida... ni siquiera por un hombre -el récord de mundo masculino lo ostenta Jürgen Schult, que lanzó a 74,08 metros dos años antes-.

Con la creación de la AMA, en 1999, se pretendía regular hasta el extremo el dopaje. Sin embargo, la agencia padeció un 'via crucis' desde su misma concepción: quizás el caso de dopaje más grave que se le escapó a este organismo internacional fue el del ciclista Lance Armstrong, pero lo cierto es que el atletismo estadounidense también estuvo durante años en el candelero por casos de dopaje como el de la velocista Marion Jones, quien en 2007 admitió haber consumido sustancias prohibidas. El gran problema es que la USADA (la agencia antidopaje de EEUU) goza de un privilegio especial para efectuar los controles a sus atletas y enviar los resultados directamente, sin control específico de la AMA.

En cualquier caso, no se puede hablar de un dopaje tan organizado como el del deporte ruso, que desde 2013 cuenta con un sistema heredero del KGB durante la Guerra Fría: si en la Guerra Fría los agentes del servicio secreto se llegaron a hacer pasar por autoridades antidopaje del COI para socavar las pruebas de dopaje -tal y como relata el Informe McLaren-, la AMA sospecha ahora que el FSB (heredero del KGB) ha llegado a tomar el control del laboratorio de Mosc, mandando cada día la lista de los atletas a los que había que cambiarle el análisis de orina. Sea cierto o no, lo que sí se sabe es que esas pruebas han desaparecido del mapa. Como sucedía con la URSS.

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