El comienzo del partido no hizo presagiar su gran actuación. Con toda la portería para él, marró un claro remate que hubiera abierto el marcador. Se llevó las manos a la cabeza, se lamentó mientras escuchaba los murmullos que siempre le acompañan en el Calderón. No tardó en acallarlos.
Salvio se disfrazó de Messi y destrozó al equipo otomano en tres minutos. Fueron dos goles los que marcó, y en ambos Koke fue quien vio su desmarque y le habilitó.
En el primero, en el minuto 24, sacó a lucir su velocidad y su regate. Tras dejar por el camino a un defensor turco, se plantó ante Klavak y definió con categoría: rasa y al palo largo. En el segundo, de nuevo mano a mano con el guardameta del Besiktas, hizo la misma vaselina que Messi ante el Bayer. El Manzanares estalló, y ovacionó al argentino. Todos sus compañeros le abrazaron, conocedores como son de que necesita apoyo.
Los dos tantos llenaron de confianza a Salvio, y lo demostró el resto del partido. Intentó algún caño, encaró con insistencia, ayudó en la presión que exige Simeone,… Por la banda derecha fue una solución para su equipo, aunque poco a poco, con el paso de los minutos, desapareció, como el propio Atlético de Madrid. Pero el trabajo estaba hecho, y el Calderón, cuando fue sustituido en la recta final del partido, se lo reconoció con una nueva ovación.
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