Gritos de guerra para una Argentina que no enamora

  • Promediaba el segundo tiempo del partido de la pasada Copa América entre Argentina y Colombia cuando los hinchas que acudieron al estadio del Colón de Santa Fe comenzaron a invocar en sus cánticos a Diego Maradona.

Carlos Werd

Buenos Aires, 12 nov.- Promediaba el segundo tiempo del partido de la pasada Copa América entre Argentina y Colombia cuando los hinchas que acudieron al estadio del Colón de Santa Fe comenzaron a invocar en sus cánticos a Diego Maradona.

Los colombianos se perdían un gol tras otro aquella gélida noche de julio y la Albiceleste, que "no daba pie con bola", apenas pudo rescatar un punto y agachar la cabeza ante la andanada de insultos con que la despidió el público argentino, afecto siempre a descargar frustraciones propias en un estadio de fútbol.

Más o menos lo mismo ocurrió este viernes en el Monumental de Buenos Aires durante el choque de las eliminatorias con Bolivia, otra de las selecciones que también había amargado a Argentina en aquel torneo continental.

En el momento más caliente de la tarde, después de que Ezequiel Lavezzi apagara un incendio al marcar el empate cuatro minutos después del gol boliviano, Clemente Rodríguez, el único de los jugadores del fútbol local que estuvo entre los once, fue premiado con una conmovedora ovación por los hinchas cuando se esforzó para que un balón no se fuera al lateral.

Las imágenes y los sonidos de un Monumental despoblado remitieron indefectiblemente a aquel 6 de julio y no hicieron otra cosa que añadir un capítulo a esta relación de "amor-odio" que hoy por hoy tiene el hincha argentino con los futbolistas de su selección, en especial con los "ricos y famosos" que vienen de Europa.

Bajo el mando de Alejandro Sabella, Argentina sigue sin encontrar una expresión colectiva que identifique al equipo.

La selección sufre defensivamente. No encuentra a los centrales de otros tiempos, capaces de dar garantías en el juego aéreo o al menos de no complicarse, como ocurrió ayer, ante un solitario delantero rival, ni tampoco laterales con presencia y clase para llegar a posiciones ofensivas.

En el medio, Javier Mascherano, reconvertido en casi último hombre por Pep Guardiola en el Barcelona, está a una distancia sideral del que supo ser como centrocampista y que llevó a que antes del Mundial de Sudáfrica el entonces seleccionador Diego Maradona dijera que el equipo era "él y diez más".

Sabella ha recuperado a Fernando Gago, uno de los pocos "europeos" que planta cara en la Albiceleste en los últimos tiempos, Copa América incluida, pero todavía no ha encontrado soluciones por las bandas ni en Ángel Di María ni en José Sosa ni ayer en Ricardo Álvarez.

Así como la prensa habla de falta de recambio generacional en la defensa, nadie cuestiona el nivel de los delanteros y el potencial goleador que tiene Argentina.

Pero también es cierto que ese poder de fuego, indiscutible, tampoco se ha plasmado en los últimos partidos oficiales de la selección argentina ante equipos que llegan al Monumental o a donde sea y cierran espacios.

Las pruebas son evidentes. Salvo a la selección juvenil de Costa Rica en la Copa América (3-0) y a Chile, que vino a Buenos Aires a suicidarse en estas eliminatorias (4-1), Argentina tuvo problemas con todos: con Bolivia dos veces (ambas 1-1), con Colombia (0-0), con Uruguay (1-1) y con Venezuela (0-1).

Todos esos rivales cortaron los circuitos argentinos, que por otra parte no abundan, obligaron al equipo a depender exclusivamente de individualidades, o mejor dicho de Messi, y encima le desnudaron con muy pocos argumentos enormes grietas defensivas.

Un párrafo aparte merece el astro del Barcelona, sin dudas hoy el mejor del mundo.

No es un secreto que Messi no brilla con su selección porque no tiene en este equipo el contexto -léase funcionamiento colectivo y categoría de futbolistas- que sí encuentra en el conjunto culé, donde juega como en el patio de su casa.

Lo preocupante en el, por escándalo, mejor jugador de la selección argentina son sus cada vez más constantes enojos dentro del campo cuando las cosas no le salen. Ocurrió en la Copa América y sucede ahora: Messi se "descompromete" con el partido, no se rebela cuando está fastidioso.

Como varias veces en los últimos tiempos, la prensa deportiva alude hoy a un "nuevo papelón" futbolístico y pide a Sabella que "se ponga los pantalones largos" y "termine con el caviar y con los ricos y famosos" para dar lugar "a los humildes".

No es un fenómeno nuevo: la selección argentina hace rato que no enamora. Por eso los reclamos, por eso los "gritos de guerra" de la gente.

Mostrar comentarios