En muchas de las cimas más altas del planeta, los escaladores se quedan sin respiración. En el Mont Ventoux (“Monte Ventoso” si lo traducimos), quienes sufren esa sensación son los ciclistas. Se trata de una de las montañas más duras que pueden ser ascendidas por los corredores durante la temporada. Sólo con observar como en los últimos siete kilómetros no hay ni un solo árbol ni nada de vegetación alrededor, la gente se puede hacer una idea de lo que realmente es: un paraje totalmente desolador. La imagen recuerda a un paisaje lunar. También se le conoce como Monte pelado.
La vertiente sur es la elegida la mayoría de las veces por los organizadores. Desde ahí, desde Bedoin, hay que recorrer 22 kilómetros para poder coronar la cima. Es la manera más complicada de subir. La vertiente norte y la este son las otras dos posibilidades. Ambas, dentro de la dificultad, son más sencillas que la del sur. Están más protegidas del viento y su pendiente media es inferior. Eso sí, se suba por donde se suba se alcanzan los 1.912 metros de altitud.
La denominación de Ventoux o ventoso tiene una explicación evidente. Los vientos que azotan a la montaña, concretamente el Mistral, puede llegar a alcanzar más de 200 kilómetros por hora en épocas de mala climatología. No sucederá esto en la etapa del Tour, pero sí que sufrirán el aire en los últimos kilómetros de la etapa. La ausencia de árboles en la parte final del Mont Ventoux no permite a los ciclistas resguardarse ni un momento, y eso incrementa todavía más la dureza del puerto, que tiene una pendiente media de 7,6%.
La tragedia de Simpson
Así como muchos ciclistas han pasado a la historia del Mont Ventoux por sus victorias, bien en el Tour de Francia o en otras competiciones como la Dauphiné Liberé o la París-Niza, el inglés Tom Simpson escribió una página en el Ventoux pero relacionada con la tragedia. Era el 13 de julio de 1967, cuando el pelotón de la ronda ascendía la mítica montaña. El británico empezó a encontrarse mal y a tener dificultades para respirar (la ausencia de oxígeno comentada antes).
A casi tres kilómetros de meta empezó a sufrir más de la cuenta y acabó cayéndose de la bicicleta. La fortaleza y el coraje de Simpson le llevaron a montarse de nuevo, pero unos metros después sí que la caída fue definitiva. Los aficionados y el equipo intentaron reanimarlo, y acabó siendo evacuado en helicóptero. Pero unas horas después falleció, víctima de una insuficiencia cardíaca.
A la dureza de la ascensión a Mont Ventoux y a las extremas condiciones meteorológicas (el calor era asfixiante) se unió el cóctel explosivo que el inglés llevaba en su cuerpo. Anfetaminas y alcohol se encontraban en el estómago del ciclista. Dicen algunos compañeros, que antes de comenzar la subida, en la localidad de Bedoin, le vieron bebiéndose una copa de coñac. Actualmente, un monumento recuerda el trágico fallecimiento de Simpson en las rampas del Gigante de la Provenza. Obligado lugar de peregrinación para cualquier aficionado al ciclismo.
Ya en 1955, el francés Jean Malléjac tuvo que ser asistido con una bombona de oxígeno ante los problemas respiratorios que presentaba. Pero no fue ni el primero ni el último que sufrió en este puerto. Uno de los mejores ciclistas de la historia, Eddy Merckx, en su primer ascenso al Ventoux, llegó en solitario, e incluso se santiaguó al pasar el lugar donde murió Simpson. Todo parecía ir bien, pero el belga empezó a notar la falta de oxígeno en su cuerpo, y tuve que ser trasladado en ambulancia.
Hemos bloqueado los comentarios de este contenido. Sólo se mostrarán los mensajes moderados hasta ahora, pero no se podrán redactar nuevos comentarios.
Consulta los casos en los que lainformacion.com restringirá la posibilidad de dejar comentarios