Cuando el sueño de los niños-jockey se convierte en pesadilla en Mongolia

Niños de apenas siete años galopan a lomos de veloces caballos por las infinitas estepas de Mongolia buscando la gloria y la opulencia que la equitación les puede deparar en ese país asiático, pero a veces su sueño se convierte en pesadilla.

Porque estos pre adolescentes vulnerables están a la merced de lesiones que a veces les dejan paralíticos, y de los malos tratos a los que les someten sus entrenadores.

Es el caso de Tsendsurengiin Budgarav: cuando tenía once años una mala caída le fracturó la pierna poniendo fin a su efímera carrera. Sus instructores rechazaron llevarlo al hospital, explica a la AFP. Su lesión se infectó y sólo pudo ser operado un año después.

Casi sin poder moverse de la cama, Budgarav tiene hoy 17 años, y sigue sometiéndose a regulares operaciones quirúrgicas con la esperanza de poder caminar algún día, aunque sea con muletas.

"Estoy triste por haberme caído aquel día. Si no hubiese montado aquel caballo...", afirma sobre la cama del hospital intentando retener las lágrimas.

Sus ya lejanos triunfos alimentan no obstante su orgullo, a pesar del dolor que le produce contemplar algunos recuerdos.

Tras siglos de práctica, las carreras de caballos se viven con pasión en Mongolia, reflejo de una técnica que permitió a los soldados de Genghis Khan conquistar un inmenso territorio en Europa y Asia.

Las carreras modernas ponen a prueba la resistencia de los equinos, y se eligen para ello a jóvenes jinetes ligeros de peso.

Al año se disputan alrededor de 600 carreras, dotadas algunas de ellas con cuantiosos premios en metálico o hasta con elegantes coches, algo inusual de ver en el país.

En Mongolia más de 11.000 niños están registrados como jockeys, según datos de la agencia gubernamental de la protección de la infancia.

Cerca de 150 de ellos participaron en la capital, Oulan-Bator en la celebración del Naadam, la principal fiesta mongola.

La madre de Budgarav, desempleada y discapacitada, cría ella sola a sus hijos gracias a las ayudas sociales y a la pensión de jubilación del abuelo.

Para poder pagar los gastos médicos de Budgarav tras el accidente, su hermano pequeño Munkherdene también se convirtió en jockey. Ganaba alrededor de 65 euros al mes. Pero en 2013 se repitió la desgracia. Munkherdene se fue al suelo tras un resbalón de su caballo sobre el hielo en una carrera de invierno.

Desde entonces el hoy adolescente de 14 años sufre recurrentes dolores de cabeza y pérdida de memoria, lo que le impide proseguir con los estudios.

Un informe de Unicef en 2014 estimaba en 326 el número de niños-jockeys mongoles que habían sido hospitalizados en 2012, la mayoría con fracturas óseas o daños cerebrales. De 529 interrogados, el 5% reconoció haber sufrido malos tratos por sus instructores.

Algunos aspirantes a jockeys abandonan a sus familias y el colegio demasiado pronto, desde los 7 años pasan a ser tutelados por sus entrenadores, llamados "uyach" en mongol, quienes también se encargan de su educación.

Los entrenadores eligen a niños de familias pobres, menos capacitadas para denunciar en caso de lesión, estima una fuente anónima de la comisión nacional mongola de derechos del hombre.

"Es difícil vivir con un uyach lejos de casa cuando echas de menos a tu madre y a tu familia", explica Munkherdene, quien describe una rutina plagada de entrenamientos, tareas domésticas, y novatadas de los más veteranos.

Mongolia debe adoptar este año una nueva legislación sobre la protección de los niños, que prohíba especialmente las peligrosas carreras del invierno, y que establezca sanciones en caso de lesión.

Los defensores de los niños dudan no obstante de su aplicación real, y denuncian los vínculos entre algunos funcionarios y las carreras ecuestres.

El primer ministro mongol Chimediin Saikhanbileg aprobó en febrero un concurso en el que 16 chicos se cayeron del caballo.

En ese país el título de 'uyach' confiere un estatus de prestigio. Entre quienes lo ostentan figuran disputados y empresarios que garantizan el apoyo económico a las carreras.

En cuanto a los políticos, algunos son propietarios de reputados caballos, y son calurosamente recibidos por el público a su llegada a las planicies. Una pasión que se traducirá después en votos.

Este deporte conserva un gran poder de atracción para las masas, pero también para los jóvenes mongoles que carecen de otros medios para prosperar.

A pesar de sus secuelas, Munkherdene confía en poder volver a montar a caballo y ambiciona convertirse en entrenador.

"Seré un buen uyach, amable con los niños. Les obligaré a llevar casco y les pagaré bien", asegura.

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