Arturo Fernández: "Me ha ido bien no ser tiburón en los negocios"

  • No es que coman de su mano, pero sí se puede decir que, cada día, gracias a él hay 50.000 estómagos agradecidos. Porque ésas son las personas que pasan por algunas de sus enseñas de restauración. Y todo comenzó en una armería.
Arturo Fernández
Arturo Fernández
Gorka Ramos
Valentín Bustos/Jordi Fernández

La entrevista podría haber sido en el Teatro Real, La Moncloa o el Congreso de los Diputados. Tal vez en UGT, Endesa, Philips o Telefónica. Acaso en algún ministerio, hospital, área de servicio de una autopista o colegio. O en un lujoso restaurante como Nicolasa o Príncipe y Serrano. Espacios en los que 50.000 personas llenan sus estómagos a diario gracias a los menús, cartas y bocadillos del Grupo Arturo Cantoblanco que este madrileño dirige desde los 17 años (en la actualidad tiene 60).

La sede de la Cámara de Comercio de Madrid, entidad que preside desde el pasado julio, hubiera sido otro posible escenario. Pero finalmente la cita es a quince kilómetros de Madrid, en Cantoblanco, donde tiene sus oficinas y el Club de Tiro que fundó su abuelo.

Amante de sus raíces, y con la simpatía con la que se ha metido a mucha gente en el bolsillo, Arturo Fernández no duda en mostrar la que fue la casa del fundador del grupo. "Vino con tres pesetas a Madrid y, a base de tesón y sacrificio, abrió una pequeña tienda de armas", recuerda el nieto.

Pared con pared, el Club de Tiro Cantoblanco. En la armería, no faltan escopetas fabricadas a mano con el sello made in Arturo Fernández. Algunas cuestan hasta 100.000 euros. "Yo soy maestro armero", recalca.

Entre las fundas, la de su majestad el rey, de quien es amigo personal, y con quien ha compartido cacerías. "Lo mejor que le ha podido pasar a los españoles es la corona", enfatiza

–Presidente de su grupo empresarial, de los empresarios madrileños (CEIM), de la Cámara  de Comercio de Madrid… ¿No puede empachar un menú degustación como el que tiene delante de la mesa?

–Para abarcar tanto es fundamental tener un buen equipo. Y lo tengo. Luego hay que echarle muchas horas y ser muy organizado. Trabajo 14 horas diarias.

–¿Y qué ingredientes son necesarios para cocinar un grupo empresarial como el suyo, con 3.800 trabajadores y una facturación en 2009 de 193 millones de euros?

–Que tengas tanto entusiasmo por el proyecto que acabes dando tu vida por él. Además, en la cazuela hay que echar ingredientes como mucho trabajo y sacrificio. Sin olvidar la honradez y la transparenciaque, en un negocio, son sinónimos de éxito. También hay que saber aguantar los malos tiempos y capear el temporal, que es lo que estamos haciendo ahora tanto trabajadores como empresarios.

–¿Están notando sus trabajadores esos malos tiempos en las propinas? ¿Son sus señorías un plato aparte, la excepción?

–No están los tiempos para dar muchas propinas. De hecho, mis empleados se quejan de que han bajado un 60%. ¿Los políticos? Propinas, pocas.

Aunque en su despacho, de 110 metros cuadrados, hay varias estanterías con libros, reconoce que no los lee. Una excepción: un diario de 800 páginas escrito por su abuelo, Arturo Fernández Iglesias, que recoge desde su llegada a Madrid hasta su fallecimiento. "Dice unas cosas tan sabias que, cuando tengo tiempo, lo releo", explica.

–¿Qué aprendió de su familia?

–A mi abuelo no lo llegué a conocer. De mis padres aprendí la honradez, el trabajo duro, la austeridad y, ante todo, la amistad. Me enseñaron que en la vida no hay que ir dejando cadáveres en las cunetas para prosperar, sino que hay que hacerlo por tus propios medios.

–¿Significa eso que hay que poner, en más ocasiones de las aconsejables, la mejor sonrisa? ¿Ha llegado a abandonar algún negocio por motivos éticos?

–En muchas ocasiones no he hecho un negocio porque entendía que la propuesta no era ética o porque podía perjudicar mucho a terceros. Sé que suena mal, pero en el nombre de los negocios, a veces, hay que ser un tiburón. Yo he sido poco tiburón. He preferido dejar de ganar, o perder algo, para no crearme un enemigo. Y me ha ido bien.

De todos los elementos decorativos de su despacho destaca por su tamaño y colorido un retrato suyo estilo Andy Warhol. "Lo pintó él", bromea. Después reconoce que es un regalo de los empleados de CEIM. Tampoco faltan fotos familiares, con los príncipes, con el Papa Benedicto XVI, Tony Blair y más de una docena de instantáneas con su majestad el rey.

–Tiene fotos con Suárez, Aznar, Fraga, Aguirre, Zapatero... Y en ocasiones ha manifestado que le da igual que los políticos sean de derechas o de izquierdas, pero que actúen bien. ¿Está sucediendo así?

–A los empresarios nos interesa mucho la política, pero no queremos meternos en ella. Lo que queremos de un Gobierno es que nos gobierne y que lo haga bien. Al actual le pido que sea consciente de la gravedad del momento y que se decida a dar pasos, aunque sean impopulares. Los políticos tienen que olvidarse del voto y pensar en España, que es lo que interesa.

–¿En qué espejo deberían fijarse para poner punto y final a esta situación?

–Soy partidario de lo que ha hecho Angela Merkel en Alemania: un gobierno de coalición donde estén derecha, izquierda, los nacionalistas… donde todos aporten su grano de arena para solucionar este problema. Lo que no podemos es discutir en el Parlamento y no sacar nada en claro. Es el momento de la reforma total: laboral, energética, financiera, educativa...

–Deberes para los demás. ¿Y los empresarios? ¿Están poniendo toda la carne en el asador?

–Más que toda la carne. Estamos poniendo nuestras casas, avalando con nuestros bienes… Intentamos salvar nuestro negocio y los puestos de trabajo. El mayor orgullo de cualquier empresario es contratar gente, nunca despedir. Crear empleo y pagar nóminas todos los meses es francamente gratificante. Para eso se nos tienen que poner los mimbres necesarios, y así contratar con flexibilidad y mantener el negocio como es debido.

–¿Flexibilidad significa un despido más fácil y barato como el aprobado?

–Lo que queremos los empresarios es que no nos pongan trabas en la contratación ni en la descontratación. Queremos unas reglas claras y definidas que premien al que trabaja y castiguen al que no lo haga. Así seremos más productivos y competitivos. El contrato de 45 días se puede mantener a los empleados que se lo han ganado con el anterior sistema, pero que haya indemnizaciones inferiores si la empresa está en dificultades es un avance.

–Pero los sindicatos no lo ven así. Incluso han convocado una huelga general.

–Es un derecho. Lo respeto, pero creo que va a costar mucho dinero al país y no sé si será la solución.

Cuando comenzó hace más de cuatro décadas, lo hizo pidiendo un crédito de 250.000 pesetas (unos 1.500 euros) al 21% de interés. "Aquello no era interés, era usura", enfatiza. Reconoce que ahora los créditos que tiene lo son al 2,5% o al 3%,aunque subraya que si la banca no abre la mano, muchos negocios echarán el cierre. "Sin la banca no podríamos hacer nada", reconoce.

–¿Está dejando la banca sin sal a los empresarios?

–Aunque los créditos no llegan con la fluidez necesaria, la banca sigue ayudando a las empresas con futuro. Además, este Gobierno ha dado un salto de calidad con la reforma de las cajas de ahorro. Privatizar las cajas será un gran éxito del sistema financiero español.

 –¿También le parece exitoso el sistema de autonomías?

–No es malo, pero es caro. Hay que adelgazarlo y ser más productivos.

–Sin embargo, alaba a la administración presidida por Esperanza Aguirre. ¿Por qué razones?

–Porque es un Gobierno proclive al emprendimiento, porque nos da los mimbres para crear empleo y porque nos baja impuestos. Subiéndolos no se prospera. Donde hay menos impuestos es donde más negocio hay.

–¿Quizás eso es lo que deberían hacer en Cataluña y no darle tantas vueltas a la tortilla del Estatut?

–Admiro a los catalanes, grandes trabajadores. Pero creo que muchos empresarios están deseando que se acabe de una vez con el nacionalismo exacerbado, con los dimes y diretes, con el Estatuto… Eso no es bueno para ninguna comunidad. Un pueblo como el catalán, culto, trabajador, dinámico, pierde mucho el tiempo en un politiqueo que le aleja de la locomotora del progreso. Cataluña era la comunidad más próspera del país, pero ahora resulta que somos los madrileños, ese pueblo manchego lleno de funcionarios, que era como se nos consideraba.

–¿Se ve dando comidas en el palacio de la Generalitat?

–Por qué no. Aunque en la historia empresarial familiar no faltan platos cinco estrellas, también hay proyectos que se socarraron. "Mi padre se arruinó unas cinco o seis veces",confiesa.

Lo que está claro es que el dicho popular de que, en los negocios, el abuelo crea, el padre lo mantiene y el nieto se lo carga, no va con él.

–La restauración está sufriendo con virulencia esta crisis. ¿Ha tenido que despedir a mucha gente?

–La plantilla ha menguado algo menos de un cinco por ciento que, con la que está cayendo, no está mal. Yo también las he pasado canutas.

–¿Como cuando hace tres lustros tuvo que cerrar una cadena de comida rápida llamada Big Boy? ¿Qué aprendió de ello?

–Que uno no es tan listo, que se equivoca, que tiene que ser más prudente, que no tiene que se prepotente… Perdí dos millones de euros.

–¿Y cómo se cuece que, estando al frente de estos fogones, no sepa cocinar?

–Ni un huevo frito (ríe). Es un problema de tiempo. Mi hobby se ha centrado claramente en el trabajo y en defender a las instituciones que me han votado. Es una asignatura pendiente, pero con mi edad, tengo la sensación de que no voy a aprender nunca.

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