Así acabó la Guerra Civil con la peseta republicana hace ahora ochenta años

  • El banco nacional solo admitió los billetes republicanos de antes de 1936 para devaluar los que la República iba sacando en plena guerra.
La Casa de la Moneda acuña una nueva serie de la colección Patrimonio Nacional
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Durante la Guerra Civil, de cuyo fin se acaban de cumplir 80 años, no solo existieron dos bandos: existieron también dos Bancos de España, dos pesetas, dos sistemas financieros y dos políticas económicas. Al final, no solo triunfó un bando porque fuera más eficiente desde el punto de vista militar, sino porque fue más eficiente desde el punto de vista financiero.

El expresidente del BBVA José Ángel Sánchez Asiain estuvo reuniendo durante más de 20 años material para redactar una gran historia sobre “La financiación de la Guerra Civil española”. El libro de más de 1.300 páginas fue publicado en 2012 por la editorial, Crítica y obtuvo el Premio Nacional de Historia al año siguiente. Fue un trabajo muy minucioso pues pudo reunir, aparte de la extensa bibliografía, más de 800 horas de grabaciones a las personas que habían sido responsables de sucursales bancarias.

Los problemas financieros de la República empezaron apenas estalló la guerra, el 18 de julio de 1936, pues también estalló el pánico. Miles de personas acudieron a los bancos a retirar dinero. Como era fin de semana, el gobierno de la República aprobó un decreto por el cual se limitaban a 2.000 pesetas la cantidad máxima a retirar a lo largo de dos días, excepto para las empresas. Pero no pudo evitar la evasión monetaria. El gobierno republicano entonces limitó la cantidad que una persona podía sacar del país a 500 pesetas por persona, limitando a diez el número de viajes. “La penuria de recursos obligó también a las autoridades monetarias republicanas a hacerse con todos los medios de pago susceptibles de ser utilizados. Y la primera medida fue decretar la obligación de todos los súbditos españoles de entregar al Banco de España el oro, las divisas y los valores extranjeros”.

En el lado republicano, la emisión de papel moneda o de circulante fue bastante penosa. Como cuenta Sánchez Asiain en su libro, aparte de requisar el oro, las divisas y los valores extranjeros, el gobierno republicano retiró las monedas de plata “con un argumento tan poco convincente” como que pertenecían a la monarquía, y ahora había que sustituirla por otra fiel al espíritu republicano. Y ahí complicaron las cosas. Primero se emitieron certificados que equivalían a su valor en plata. Luego en marzo de 1937, se acuñaron monedas de una y dos pesetas en cobre y aluminio. Y al final, se acuñaban en “discos de cartón”.

Ante la imposibilidad del Banco de España republicano de seguir emitiendo moneda (las partidas de circulante estaban sobrepasando todos los límites legales), el Ministerio de Hacienda asumió la emisión de billetes. Pero era un soporte fiduciario. Se basaba en la fe de la gente en el valor del papel pues a finales de 1938 “el gobierno republicano había vendido ya la totalidad del oro enviado a Moscú”.

Se refiere Sánchez Asiain al traslado a Moscú de medio millón de toneladas de oro en más de 7.000 cajas en noviembre de 1936, de lo cual aporta el documento de recepción firmado en la URSS por comisarios Grinko, Kretinski y el embajador español, Marcelino Pascua.

Los experimentos económicos puestos en marcha por el lado republicano deterioraron mucho su economía pues suponían confiscación de cuentas corrientes, el expolio de cajas de seguridad y la toma de empresas. El resultado fue que la economía republicana en la Guerra Civil estaba semihundida.

En cambio, a medida que avanzaban las tropas de Franco, se dotó de solidez al sistema financiero, restituyendo los depósitos en la medida que fuera posible. Esto se logró mediante un mecanismo curioso: estampillando los billetes republicanos antes de julio de 1936, de modo que los posteriores no eran válidos. Al mismo tiempo, se anunciaba por la radio desde Burgos que no serían reconocidos los billetes republicanos posteriores a esa fecha.

Con eso se logró que la gente atesorase los billetes estampillados, los cuales, a medida que iban avanzando las tropas nacionales, eran entregados por las familias a los bancos. Esa medida permitió dotar de liquidez al sistema financiero nacional sin necesidad de emitir tantos billetes.

Los sublevados también confiscaban el dinero republicano “ilegal” (según sus términos) para usarlo como un arma de guerra. “Aprovechando la enorme cantidad de papel moneda de la República que los sublevados iban acumulando” se puso en marcha una operación doble: primero, lo enviaban a los mercados internacionales, comprando divisas en masa y disminuyendo su cotización (más oferta, menos precio) de modo que si la República tenía que comprar trigo, le costase más. Y, segundo, lo reintroducían en territorio republicano para financiar a los quintacolumnistas, devaluar así el valor de esa peseta republicana y causar más inflación. Cuanta más cantidad introducida, más devaluada. Sánchez Asiain lo llama “la guerra monetaria”. Se buscaba la destrucción de la moneda republicana y en general “lesionar la economía del enemigo”.

El resultado fue que hasta marzo de 1939, la inflación en territorio republicano ascendió a 14.285% tomando julio de 1936 como base 100, y en el territorio nacional fue en cambio de 138%.

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