De las redes sociales al caos: así estalló el movimiento de los chalecos amarillos

  • El malestar social y económico de Francia viene de lejos y ni siquiera las medidas anunciadas por Macron han logrado frenar las protestas masivas.
Protestas chalecos amarillos
Protestas chalecos amarillos
Efe

En octubre del año pasado, Jaclin Mouraud, una aficionada al acordeón, bombera y madre de tres hijos, subió un vídeo a YouTube denunciando la subida de combustible aprobada por el presidente de Francia Emmanuel Macron. "Vivimos en pueblos. Hago 25.000 kilómetros al año. No tengo otra opción que ir en coche, contamine o no contamine", decía Mouraud en su vídeo.

Lo de la contaminación se refería a que la subida en los impuestos a los carburantes de Macron pretendía obligar a los franceses a usar más energías limpias. Pero la jugada le salió muy mal, a juzgar por las críticas. "Esto es un atraco a los conductores", dijo Mouraud dirigiéndose al presidente Emmanuel Macron.

El vídeo fue visto más de seis millones de veces en las redes, según la BBC. Su éxito se debió a que exponía el drama de cientos de miles de franceses que están obligados a vivir en los suburbios de las grandes capitales, pues la vida en las metrópolis se ha hecho demasiado cara para ellos. Necesitan el coche pero la gasolina es cada vez más cara.

Ya después del verano, se empezaron a ver a los primeros conductores franceses que exhibían en sus salpicaderos esos chalecos amarillos que todos los conductores sacan cuando tienen un accidente de carretera. Era el símbolo de protesta contra la subida.Estaban hartos. Francia tiene uno de los litros de gasolina más caros de Europa. Y además Francia, impone uno de los regímenes fiscales más pesados del continente.

Pocos días después del video de Mouraud, el conductor de camiones Eric Drouet colgó en Facebook un llamado a todos los franceses para que bloquearan las calles y carreteras del país y protestar así contra la desigualdad social y la gasolina. Drouet escogió la fecha del 17 de noviembre para realizar esta acción. Cuando llegó el día, más de 290.000 personas tomaron parte en el bloqueo, creando un caos en las principales arterias del país. Su símbolo era vestir el chaleco amarillo. Se les vio volteando y quemando coches, atentando contra monumentos y enfrentándose a la policía.

En pocos días, entre el vídeo de Mouraud, y el llamado de Drouet, miles de franceses sintieron que había que protestar contra las élites, denominando élite a los políticos, a los ricos, y hasta a los medios de comunicación. Obreros de fábricas, desempleados, trabajadores por cuenta propia, artesanos o jubilados simpatizaron con el movimiento… y se unieron.Los choques entre los manifestantes no han cesado desde entonces: hasta ahora ya van 10 muertos y más de 2.700 heridos. Pero el movimiento sigue.

El movimiento entronca con una larga tradición de protestas a gran escala de los ciudadanos franceses. Cuando se cabrean, lo hacen con 'grandeur': la Revolución Francesa en 1789, la Revolución de 1848, la Comuna de París de 1871, el mayo de 1968… Son rebeliones que han tenido un impacto a escala europea, y de la que nacen muchos imitadores.

En diciembre, a la vista de la violencia de los manifestantes, Macron decidió dar marcha atrás a su impuesto sobre el carburante. Pero el movimiento no se ha desactivado porque no solo son los carburantes lo que angustia a los franceses: es la diferencia de ingresos entre las clases, la reforma de las pensiones, la reforma de las leyes laborales, los despidos de funcionarios, es decir, muchas medidas de Macron para frenar los gastos de un país que no tiene las cuentas equilibradas.

Lo chocante es que las medidas impuestas por Macron desde que llegó al poder en 2017 han sido, desde el punto de vista económico, pensadas para aliviar a los franceses. Bajó el peso de los impuestos en 40.000 millones de euros, antes de que Trump hiciera lo mismo en Estados Unidos. Aprobó una bajada gradual del impuesto de sociedades. Y además dio ventajas fiscales a los más ricos para que no pagaran tanto por las ganancias de capital.

Macron logró reforzar el euro frente al dólar y se le vio con esperanza. Y sobre el paro, ha logrado bajarlo del 10% al 9% en un año. Entonces, ¿qué ha fallado? Pues que la economía no es una estadística sino es un estado de ánimo. Como el fútbol.

El corresponsal de 'El Mundo' en París Iñaki Gil definía así quién y por qué están protestando. "La Francia de las periferias, del trabajo precario, que no ve ningún beneficio en la globalización. Un Francia blanca y mayoritariamente masculina. Que se siente despreciada por la élite parisina. Que vota, cuando vota, a Le Pen o a la extrema izquierda. Que pasa de la ecología si eso significa que le suban el gasoil. En una frase que hará fortuna: "Los que están preocupados por el fin del mes, no por el fin del mundo".

Muchos franceses perciben que sus condiciones no han cambiado mucho. Por ejemplo, hay muchos jóvenes en paro (20%) o con malos contratos y son muchos de ellos los que han estado detrás de las manifestaciones. La jornada laboral de Francia es de 35 hora a la semana, lo cual se consideró un avance socialista en el pasado (Macron fue ministro socialista francés en el pasado hasta fundar su propio partido más de centro). Pero esa semana laboral oculta una verdad: para sobrevivir, los franceses tienen que trabajar muchas horas más, y Macron había aumentado los impuestos a las horas extras.

Macron tiene que resolver su puzzle económico antes de 2022. La economía crece a un lento 1%. Menos que España. El gasto público equivale al 56% de su PIB. Es el más alto de Europa. Para bajarlo, necesita subir los impuestos o bajar los gastos. Ambas medidas duelen en un país con inmensas ayudas sociales, ayudas que no logran aliviar las penurias de buena parte de la población.

En 2020 se celebran elecciones presidenciales. Si Macron no es capaz de contentar a los franceses, la próxima presidenta de Francia será una mujer de la extrema derecha: Marine Le Pen. La cual es tan antieuropeísta que quiere sacar a su país de la UE y del euro por supuesto.

La crisis de Francia desatada por los chalecos amarillos demuestra dos cosas: primero que la crisis financiera de 2008 tuvo un impacto más profundo de lo que se piensa, pues las clases medias y trabajadoras no se han recuperado. Y, segundo, que la influencia de las redes sociales es mucho mayor de lo que se piensa pues pueden movilizar a cientos de miles de personas y poner un país en llamas.

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