El terror en el mar antes de gritar "¡Europa!" en una playa griega

  • Han pasado dos horas de terror en el mar entre Turquía y una playa de la isla griega de Lesbos. Cuando al fin atraca la embarcación, se escucha un rugido de alegría, y gritos de "¡Alá Akbar!" (Dios es grande) mientras algunos besan la arena.

"¿Realmente hemos llegado a la Unión Europea?", pregunta uno de ellos, ansioso. Sabe que sí, pero necesita una confirmación.

Pocos de estos refugiados y migrantes, sirios en su mayoría, saben que al desembarcar en esta bonita playa de Skala Sikamineas, al norte de Lesbos, muy cercana a la costa turca, van a tener que iniciar una larga marcha hasta el puerto de Mitilene, donde hay que registrarse, y de donde salen los ferries para proseguir viaje.

Poco les importa. "En cuanto toqué tierra, dejé de sentir el cansancio" dice Tahan Feras, un grafista sirio de 34 años, con los pantalones y los zapatos empapados. "Lo más difícil era el mar, ahora todo va a ir mejor", se imagina.

A doce kilómetros de ahí, el entusiasmo empieza a desaparecer, y el agotamiento se lee en los rostros. "Hace cuatro horas que caminamos, no hay autobús, ni taxi, ni agua ni nada", suspira Mohamed Yasin al Jahabra, estudiante de literatura inglesa de 23 años, rodeado de un pequeño grupo de amigos.

Hace dos horas aún bailaban pensando en las bombas de las que habían huido. Ahora, casi tienen ganas de renunciar.

Con sus precarios equipajes, y los niños, que los retrasan, les haría falta más de una jornada para acabar esta marcha hacia Mitilene, la primera de muchas más, si es que quieren llegar a Alemania o Suecia.

Pasan dos autobuses, los sirios hacen frenéticas señales para pararlos, pero los vehículos no se detienen. "Estamos perdidos", dice Mohamed.

Esta semana ha llegado a haber de 15.000 a 20.000 refugiados en Lesbos, que las autoridades consiguieron evacuar registrándolos durante el día y la noche, y aumentando el número de ferries hacia el continente.

Pero las embarcaciones de migrantes siguen llegando a un ritmo sorprendente. El miércoles, en una hora, los periodistas de la AFP vieron seis desembarcos en la playa con 40 a 60 personas a bordo. Y otras cuatro embarcaciones eran visibles mar adentro.

Las autoridades de esta isla de 86.000 habitantes apenas pueden hacer frente al flujo. Así, el miércoles por la tarde, no se veía a ningún responsable en la playa.

Un poco más tarde, autobuses de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, o de empresas privadas, fueron avistadas subiendo hacia el norte, pero demasiado tarde ya para los que caminaban desde hace horas.

Las únicas personas que vinieron a acogerlos al atracar su embarcación eran un puñado de daneses, llegados por iniciativa propia.

"Hemos abierto una página Facebook y la gente hace donaciones, hemos llegado aquí con algunos miles de euros", cuenta Marie Bach, de 20 años, mientras distribuye pan, agua y plátanos a sirios y afganos empapados.

Su madre le había dado un poco de dinero, para premiarla por su diploma, pero ella lo destinó a este viaje.

En el largo camino hacia Mitilene, los centenares de chalecos salvavidas anaranjados, abandonados, dan una idea de la magnitud de las llegadas.

En uno de los principales campamentos de refugiados, a la entrada de Mitilene, los trabajadores humanitarios no se hacen ilusiones. "Ahora hay una especie de tregua que nos permite agrupar a la gente y mejorar las condiciones en el campamento" afirma Lani Fortier, una de las responsables del International Rescue Committee.

"El problema es que otros siguen llegando todos los días. Y el campamento va a volver a llenarse", añade, mientras agrupa pilas de basura dejadas por quienes acaban de abandonarlo.

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