Del grito liberal tras la caída del Muro a la 'maldita' desigualdad del neocapitalismo

Fotografía de archivo tomada el 22 de agosto de 1965 que muestra el muro de Berlín en la calle Bernauer. /EFE/KONRAD GIEHR
Fotografía de archivo tomada el 22 de agosto de 1965 que muestra el muro de Berlín en la calle Bernauer. /EFE/KONRAD GIEHR

A lo largo de la década de los ochenta del siglo pasado, el mundo comunista se empezó a tambalear. En la Unión Soviética, Mihail Gorbachov lanzaba un programa de apertura política llamada "perestroika" que significaba el fin de la Guerra Fría con Occidente. En Polonia, el sindicato obrero católico Solidaridad alcanzaba el poder y desplazaba al partido Comunista. En China, durante la primavera de 1989, los estudiantes se lanzaron a la calle a pedir más apertura.

En el verano de aquel año de 1989, antes de que cayera el Muro de Berlín, un especialista escribió un artículo en la revista 'The National Interest' titulado "El fin de la historia". En poco tiempo el artículo se convirtió en uno de los más citados del mundo porque había aparecido en el momento adecuado y además, con el título adecuado. ¿No era verdad que la democracia liberal era el régimen que había surgido victorioso de todas estas revueltas? ¿Y no era verdad que la economía de libre mercado era lo más eficiente para organizar la vida de los seres humanos?

El autor del artículo era Francis Fukuyama, un politólogo norteamericano de origen japonés, que trabajaba en la Corporación Rand. Nacido en Chicago y educado en Nueva York, se graduó por la universidad de Cornell y obtuvo su doctorado por Harvard. Con su acertado artículo, de pronto Fukuyama se convirtió en la estrella del firmamento mundial de los ensayistas políticos.

La idea principal de Fukuyama era que muchos analistas no se estaban dando cuenta de lo que estaba pasando. No se trataba del fin de la Guerra Fría. No era el fin de un periodo para que comenzara otro. Era algo más cósmico. "Era el punto final de la evolución ideológica de la humanidad" y a la vez era "la universalización de la democracia liberal occidental como la forma definitiva de gobierno humano". El mundo estaba cambiando de piel y la humanidad entraba en una nueva era de liberación. Muchos hechos vinieron a demostrar que Fukuyama estaba acertando.

Al final de aquel año cayó Muro de Berlín; en Rumanía, fue derrocado, perseguido y ajusticiado Nicolai Ceaucescu, el dictador del país durante décadas; los partidos comunistas se disolvían en Polonia, en Checoeslovaquia, en Hungría, en Bulgaria…

Pero los cambios no se detuvieron ahí. En los años siguientes se derrumbó la vieja y poderosa Unión Soviética, se unificó Alemania, y se destripó Yugoslavia, un país hecho de otros países desde la Primera Guerra Mundial.

"La victoria del liberalismo ha ocurrido en la conciencia y en el campo de las ideas", decía Fukuyama, quien anunciaba que "este ideal gobernará el mundo material a largo plazo". Parecía ciertamente el fin de la historia de los ensayos políticos. Ya no más inventos: la democracia liberal era lo mejor y punto

La idea de la historia como una obra de teatro con principio, desarrollo y final la había propuesto el pensador alemán Georg Friedrich Hegel. Más tarde, Karl Marx la perfeccionó con la propuesta de que la historia era un proceso dialéctico que resolvería sus contradicciones con la llegada del comunismo.

Pero el marxismo también se batía en retirada en Europa, donde caían las estatuas de Lenin o se las arrinconaba en naves municipales. En China, el comunismo se vestía de capitalismo, y mejoraba a paso de galgo las condiciones de vida de millones de chinos. Vietnam era una república socialista pintada de economía de mercado, gracias a lo cual su economía florecía como nunca en la historia. Y Camboya abandonaba su cruel gobierno marxista (los jemeres rojos), y volvía a convertirse en una monarquía parlamentaria.

Daba la impresión de que Fukuyama y la democracia liberal con la economía de mercado tenían razón. El comunismo había sido la idea más perversa de la historia, y Marx su profeta más destacado. La utopía del estado sin propiedad había causado nada menos que 100 millones de muertos, según los cálculos de Stephane Courtois y otros historiadores en 'El libro negro del comunismo'.

Hasta que llegó Piketty

Pero la crisis financiera de 2008 obligó a revisar las teorías de Fukuyama. Las clases medias, sustento de la democracia liberal y ejemplo de la eficacia de la economía de mercado, se empobrecían. Y a medida que pasaban los años, no lograban recuperar su poder adquisitivo y su utopía.

Entonces llegó Thomas Piketty, un economista francés. ¿Su especialidad? La desigualdad. En 2013 publicó un libro grueso titulado 'El capital en el siglo XXI' que se convirtió de pronto en un superventas. Proponía ahí que la acumulación de las rentas de capital crecen a mayor velocidad que la economía de los países. En dos palabras, que los ricos se hacen más ricos mientras que el resto sigue como siempre. Eso solo podría desembocar en que la desigualdad entre ricos y pobres iba a ser cada vez mayor.

Los cálculos de Piketty se han comprobado. El índice Gini que mide la desigualdad en los países se ha incrementado en la mayor parte de los países de la OCDE. En España ha pasado de 32,4 a 34,1. A medida que se acerque más a 100 significa que hay más desigualdad.

Pero lo provocador de Piketty venía después. La única forma de reducir esa desigualdad era con impuestos, propuesta que gozó de los aplausos de la izquierda planetaria: socialdemócratas de todo el mundo, uníos por los impuestos.

Ahora, Piketty acaba de sacar otro libro, 'Capital e ideología', donde insiste en que la desigualdad ha sido para los hombres como la gravedad para los planetas: una constante universal. La desigualdad, dice, no es una cuestión económica, sino una cuestión ideológica y política, y desde luego, la desigualdad no es natural.

No importa qué periodos de la historia, qué país o qué cultura, siempre se establece una desigualdad por castas, y se crea una teoría de la justicia que justifica la desigualdad. Esa teoría es la ideología sobre la que descansa la sociedad.

Desde la Revolución Industrial, la ideología moderna ha consistido en explicar la desigualdad en torno al mérito y la igualdad de oportunidades, de modo el ascenso en la escalera social estaba garantizado. En los escalones más bajos quedaban los pobres, no porque no hubiera oportunidades, sino porque no se esforzaban. Es la democracia liberal.

Piketty ataca este principio de culpar a los pobres y propone un relato alternativo, pero no desenterrando el comunismo, sino más bien desde políticas sociales o socialdemócratas, dice él. Por ejemplo, la "cogestión de las empresas" donde los empleados tendrían el 50% de participación en los consejos de administración), un impuesto del 90% a los más ricos; dinero que se destinaría a pagar una herencia de 120.000 euros a los jóvenes de 25 años; cuestiona la propiedad privada y prefiere hablar de socialismo participativo; contra la concentración de poder, hay que dar paso a la economía circular y dar acceso a todos a la propiedad y no como pasa ahora, que una parte de la población no tiene acceso ni a la propiedad de la vivienda…

En realidad, algunas de las ideas de Piketty ya se pusieron en marcha hace décadas como la representación sindical en los consejos, cosa que se practica en las grandes corporaciones alemanas. Sobre la renta básica universal, Finlandia suspendió el programa de dar 2.000 euros al mes a cientos de parados cuando percibió que los desempleados no movían un dedo para encontrar empleo.

Las tesis de Piketty tienen buena acogida porque Occidente aún no ha superado la crisis de 2008, la cual no fue un colapso financiero sino el derrumbe de la confianza de la gente en ciertos mitos sociales como el progreso permanente, la estabilidad económica y la fuerza de los estados y de los bancos centrales. En momentos de dudas existenciales, como cuando la peste asolaba la Europa medieval, la sociedad necesita nuevos profetas como Piketty.

La lucha contra la pobreza

Otro profeta llamado Jason Brennan puso en cuestión la propia democracia, pues en un polémico libro publicado en 2017 'Against Democracy' hablaba de que los votantes son ignorantes y había que limitar el derecho al voto solo a la gente con mejor criterio.

Pero dentro de tanto pesimismo hay otras cosas dignas de tener en cuenta. Jamás en la historia se ha progresado tanto en la lucha contra la pobreza como en los últimos años. Los informes del Banco Mundial lo verifican. “En los últimos 25 años, más de 1000 millones de personas lograron salir de la pobreza extrema, y actualmente la tasa mundial de pobreza es la más baja de que se tenga registro. Este es uno de los mayores logros de la humanidad en nuestros tiempos”, dijo en 2018 el presidente del Grupo Banco Mundial, Jim Yong Kim.

El reciente libro 'Facfulness' publicado post mortem del sociólogo sueco llamado Hans Rosling es un compendio de buenas noticias. “Pese a todas sus imperfecciones, la realidad económica y social del mundo es mucho mejor de lo que pensamos”, afirma el texto que sirve para anunciar el libro en Amazon.

Es decir, hay datos que contradicen el catastrofismo de Piketty. Si el objetivo de Piketty era crear polémica desde luego lo ha logrado, o al menos, ha logrado que se reflexione sobre cómo mejorar las democracias liberales de Fukuyama. Y también ha logrado que se piense si este modelo de economía de mercado necesita unos ajustes, pues la clase media de las economías avanzadas aún no ha recuperado la renta de 2008.

En realidad el objetivo de Piketty es señalar la desigualdad, algo que nadie le puede discutir. Una de las pruebas es que este año se han vivido protestas en todo el mundo, desde Francia a Santiago de Chile (exceptuando Cataluña y Hong Kong, por supuesto), la mayor parte de las cuales han estado movidas por la desigualdad y por la falta de progreso de las clases medias.

Pero de ahí a que se ponga en duda la propiedad privada hay un gran camino. De hecho, otro libro titulado 'Por qué fracasan los países' tuvo mucho éxito hace años, y su planteamiento era el contrario al de Piketty: cuando no se respeta la propiedad privada, los países se hunden.

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